Julio Bazalo
Defender la historia trasciende a los intereses de nuestra propia gente o Nación, la cual es solo visible para aquellos dispuestos a buscar la verdad. Mirar hacia el pasado no es un ejercicio nostálgico. Es tarea necesaria para fortalecer los vínculos que nos unen. Vivir, sentir y comprender el pasado es una certera brújula para moverse en el presente.
Sirvan estas palabras como humilde homenaje a uno de los monarcas más extraordinarios de nuestra extensa, fecunda y vasta historia. Felipe II, sobre él se han escrito chorros de tinta, sin embargo, sobre la Lisboa española y todos los sucesos que allí ocurrieron durante casi sesenta años poco se ha escrito y, pudo haberse vaciado varias veces el Imperio por dicha ciudad. Hasta hace relativamente poco no se está construyendo un revisionismo historiográfico que otorgan la dimensión correcta a la efemérides a la que hoy invocamos y que fue óbice de la conformación geográfica y su cosmovisión mundial que hoy conocemos. Nos referimos a la incorporación por parte del segundo Felipe sobre el Reino de Portugal a la Monarquía Católica castellana. Nuestro país, con la península Ibérica unida bajo una misma Corona disfrutaba de presencia planetaria, especialmente finales del siglo XV y el siglo XVI en su extensión, tuvo un papel determinante en el concierto internacional que marcaría los siglos venideros hasta nuestros días.
Sólo dos imperios verdaderamente mundiales ha conocido hasta hoy la historia humana, si por tales entendemos los que poseyeron poder político protagonístico, fuerza militar respetable por tierra y mar, horizontes y presencia planetaria, dominio directo de extensos territorios y pujante red comercial y que lograron difundir su cultura, su idioma y su modelo ideológico y sociológico sobre grandes áreas terrestres. Fueron el español y el británico. El hispano que es el que nos interesa, entre 1492 y 1826, o, precisando, de mediados del siglo XVI a 1808, y aun, de modo más estricto, en su apogeo, desde 1582, fecha de la incorporación de la corona de Portugal a la Monarquía Católica, hasta la aniquilación del poder naval de España por los holandeses en 1639, aunque los posesiones españolas fueran todavía durante 170 años las de mayor importancia, pero no se había conseguido la anhelada Unión ibérica.
Es por ello, que teniendo como referencia histórica, todos los logros conseguidos por los Reyes Católicos, uno de sus anhelos era la reunificación total de la península para restablecer el mismo país visigodo, que en su periodo no se pudo conseguir, pero si se hiciera con su bisnieto Felipe de Habsburgo, como segundo Felipe de España, un 12 de septiembre de 1580 Felipe II es proclamado Rey de Portugal.
Felipe II subió al trono como rey de España por abdicación de su padre Carlos I de España (1555), hay que destacar que la Casa de Austria gobierna en base a una Monarquía Compuesta, es decir, lo que une a todos sus territorios es el Monarca, al que le deben lealtad, cada reino o ducado mantenía sus particularidades con el rey, y éste, respetaba la constitución política propia y diferente entre ellos mismos.
Tan sólo con las posesiones españolas pasaba a ser el rey más poderoso de época. Le tocó reinar en un momento difícil. Los últimos veinte años de su reinado supusieron un cambio profundo de actitud en el tratamiento de los conflictos a los que el rey de España tenía que hacer frente. La política de contención se volvería claramente ofensiva, reanudando de esta forma su política exterior expansiva.
Y es que el estrecho reino lusitano juega un papel primordial en la gran conmoción que supuso la expansión geográfica de Europa a finales del siglo XV y su explosión sobre el mundo. Portugal fue el primer detonador de esta explosión y España supo aprovechar la ocasión que le brindaba el país vecino.
Desde finales del siglo XV las relaciones entre España y Portugal habían fluctuado en un difícil balanceo aunque sus economías imperiales fueron complementarias: Portugal, del que su Imperio era esencialmente comercial, necesitaba del oro y de la plata de América para fines de cambio; España, por su parte, tenía que comprar pimienta, especias y sedas de las Indias Orientales portuguesas, productos de lo que estaba falto su propio imperio. A partir de entonces tuvieron un interés común en la conservación de su monopolio colonial, aún siendo diferente la propuesta colonial de Portugal a la de la Monarquía Católica castellana, pues Portugal siempre tuvo menos conciencia de las ventajas políticas y religiosas de la expansión. España también se interesó por el oro y las especias del Lejano Oriente pero a diferencia de los portugueses la Corona siempre tuvo que lidiar contra la expansión del turco otomano por el Mediterráneo y el este de Europa y la conciencia del poder que se deriva del imperialismo, jugaron un papel mucho mayor en la política española que en la portuguesa.
Pero Felipe II sabía la dimensión que adquiriría su empresa de salir bien, y así fue, para España al menos.
Como ejemplo de la validez lusitana a la corona castellana, las palabras del humanista portugués Damião de Góis (1502-1574) en su Urbis Olisiponis Descriptio (1554) nos ensalza el carácter cosmopolita de Lisboa. Su oda de la ciudad, emulando el estilo narrativo de las Laudes Civitatum , presenta la capital lusa como una de las grandes urbes europeas del Quinientos. Lisboa a mediados del siglo XVI poseía uno de los puertos de mayor tráfico comercial en Europa. La riqueza del comercio de importación y exportación de productos de ultramar y el establecimiento de rutas comerciales atrajo a comunidades de origen foráneo que se dedicaron al mercadeo. Estas comunidades pujaban por garantizar y expandir sus privilegios mercantiles. Los comerciantes alemanes y flamencos, por ejemplo, tenían derechos de mercado desde época bajomedieval. El comercio de ultramar simbolizaba el liderazgo económico y la supremacía lusitana sobre el océano Atlántico y las rutas marítimas en África, la India y Brasil. En el Quinientos, Sevilla y Lisboa eran las dos ciudades portuarias y comerciales de mayor calado en la península ibérica, y su fama hizo que se las conociera como las «Reinas del Océano». El puerto de Lisboa desempeñaba principalmente una función de centro de transacciones intercontinentales, ya que tenía una posición ideal en las redes comerciales internacionales. Los privilegios mercantiles dependían de la gracia real, aunque al igual que los derechos adquiridos por las ciudades castellanas y portuguesas, éstos se habían ido garantizando y ampliando durante generaciones. Las comunidades foráneas se organizaban, como los gremios, en corporaciones y tenían sus correspondientes representantes. Los agentes que ejercían funciones de representación y diplomacia en nombre de estas comunidades extranjeras eran fundamentales para el desarrollo de sus actividades en el puerto lisboeta. Estas comunidades estaban establecidas en la ciudad mucho antes de la llegada de los Austria a Portugal.
(La aventura portuguesa de las Indias había dejado un régimen siempre en bancarrota… mucho antes de 1580 la prosperidad de Lisboa está estrechamente dependiente de Sevilla). Fte. John Elliott. La España Imperial.
Es por ello, que la anexión del Reino de Portugal fue uno de los grandes logros de Felipe II. El sueño de unificar la península Ibérica constituyó durante mucho tiempo uno de los grandes objetivos del monarca español que en su haber está haber creado el primer imperio planetario de la historia, (desde los Reyes Católicos se utilizaron las alianzas matrimoniales de sus hijos para unirse con Portugal, la Unión ibérica y consolidar sus intereses políticos en Europa, aislando a Francia).
Para los españoles no era nada desconocido, Portugal era una indiscutible potencia naval de primer orden en el siglo XVI, ya que su imperio ultramarino demandaba una flota acorde al mismo. Entre sus naves destacaban los fabulosos galeones, barcos concebidos para la guerra naval, grandes pero, al mismo tiempo, maniobreros, con una potente artillería en sus bandas y sin remos. Sin lugar a dudas se encontraban entre los barcos más poderosos de su época. No obstante, en una ocasión Bazán capturó nueve de ellos intactos en el mar de Paja, multiplicando así la potencia de combate naval de España.
A pesar de todo, lo que no se consiguió por medio de las alianzas matrimoniales sería posible gracias a la campaña militar motivada por la rebelión de don Antonio, prior de Crato, por la reivindicación española del Reino de Portugal, vacante tras la muerte del rey don Sebastián, lo que permitió al monarca español esgrimir sus derechos al trono de Portugal.
El rey español dio comienzo a una campaña de propaganda y de diplomacia. Echó mano de los juristas y teólogos españoles para que demostraran la justicia de su causa. Por medio de sus agentes en Lisboa y de su nobleza en la frontera luso-española se dirigió al público portugués, en especial a la nobleza y a los procuradores de las Cortes, con una serie de mensajes que contenían una mezcla de adulación, promesas y amenazas y casi siempre una alusión al poder militar español. Christóvâo de Moura logró agrupar a un partido hispanófilo. Felipe también se aprovechó de la colaboración de los jesuitas, que ejercían gran influencia en Portugal. Pero, para asegurarse el triunfo, Felipe II comenzó a inspeccionar las defensas fronterizas portuguesas y a prepararse para la acción, la frontera con Portugal fue objeto de reconocimientos pero, al proclamarse Felipe II rey de Portugal en las cortes de Thomar en 1581 quedó dicho proyecto parado no retomándose otra vez una vez iniciada la guerra de la Restauración portuguesa en 1640 bajo el reinado del cuarto Felipe y el valimiento de Gaspar de Guzmán, Conde-duque de Olivares.
Las aspiraciones de Felipe II al trono portugués se originaron a la muerte del joven rey don Sebastián en la batalla de Alcázar-Kebir contra los marroquíes, el 4 de agosto de 1578 -fecha negra en la historia de Portugal-, sin dejar descendencia directa. El ejército portugués fue totalmente destruido, su nobleza secuestrada y su rey muerto en combate, dejando el trono de Portugal vacío, sin un heredero que le sucediese. Su tío-abuelo, el cardenal don Enrique, El Casto, de 77 años de edad, asumió la regencia, convirtiéndose la sucesión al trono en un problema de política internacional. Este hecho iba a dar paso a una feroz lucha por la corona portuguesa que, a su vez, era una pieza importante de poder en el contexto europeo de la época.
Felipe II consideró que tenía derecho a ocupar el trono, y lograrlo supondría la consecución de un importantísimo objetivo político, como era la reunificación de dos grandes imperios: España y Portugal. Pero para alcanzarlo era necesario imponer los derechos sucesorios sobre sus rivales. La corona de Portugal tenía entonces muchos candidatos, pero de todos ellos ninguno con tantas razones de sangre como el rey de España Felipe II, tío del difunto monarca y nieto del rey don Manuel. Dos eran los pretendientes portugueses con mayores posibilidades: Catalina de Braganza, nieta de Manuel I, y don Antonio, prior de Crato, personaje pintoresco, hijo bastardo del infante don Luís y nieto de don Manuel de Portugal. A favor de ellos, y contrarios a la dominación española, estaban Francia e Inglaterra, que veían con preocupación el inmenso poder que Felipe II alcanzaría con la anexión de Portugal.
Descartada la candidatura de Catalina de Braganza por ser mínimos sus derechos al trono, la lucha por la corona de Portugal se iba a dirimir entre don Antonio, prior de Crato, y Felipe II. La aristocracia, con el apoyo de la nobleza portuguesa y del diplomático don Cristobal Moura, partidario de la unificación sin derramamiento de sangre, apoyaba al monarca español. Sólo el pueblo, especialmente la plebe, mantenía el viejo odio que perseveraría durante el siglo XVI; preferían entregar la corona portuguesa a don Antonio, prior de Crato, que a un rey castellano amén del florecimiento del Sebastianismo (El Sebastianismo fue un movimiento místico-secular que se originó en Portugal aproximadamente en la segunda mitad del siglo XVI. Este movimiento comenzó a extenderse tras la muerte del rey Sebastián I).
La muerte del rey-cardenal don Enrique a los 77 años de edad -solamente reinó unos meses-, en enero de 1580, produjo desórdenes y anarquía en Portugal. La situación económica y política empezaba a ser ruinosa e insostenible. Apremiado por la muerte de don Enrique y aconsejado por Moura, el monarca español tomó la decisión de invadir militarmente el país, declarando la guerra a los partidarios de Antonio. El 20 de junio de 1580, días antes de comenzar el combate, don Antonio se autoproclamó rey de Portugal en Santarém con el apoyo del pueblo, comenzando a reclutar soldados para enfrentarse a las tropas españolas. La rebelión se llevó a efecto, y de no haber sido sofocada, Felipe II no habría podido acceder al trono.
Decidida la acción, Felipe II ordenó acelerar los preparativos para invadir el país vecino. La preocupación del monarca español era buscar las personas adecuadas para comandar las fuerzas españolas. Sancho Dávila (el rayo de la guerra), uno de los mejores generales que sirvió bajo las órdenes del III Gran duque de Alba … cuentan que el rey preguntó al duque de Alba cuánta gente necesitaría para la empresa de Portugal y que Alba le contestó que veinte mil hombres, pero que, si le acompañaba Sancho Dávila, tal vez con diez mil bastara. Dicho y hecho, Sancho participaría en la contienda portuguesa y en la definitiva Batalla de Alcántara, en donde se alzaría como vencedor el bando felipista, y supondría la anexión de Portugal a la Corona Católica, y que don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, asumiera el mando de la escuadra hispana que alistó en sus filas a veteranos marinos como Miguel Oquendo o Juan Martínez Recalde al frente de sus unidades subordinadas. Ambos militares recibieron poderes e instrucciones del monarca para hacer valer los referidos derechos al trono portugués según el plan de campaña acordado. Una primera armada al mando de Valdés fue a toda prisa al archipiélago para evitar que los portugueses y sus aliados tomaran las islas más orientales que se habían posicionado del lado del rey Felipe, al tiempo que debía proteger los barcos provenientes de América.
Sancho permaneció en Portugal unos años más, y a finales de 1582 moriría su estimable y admirado amigo Fernando Álvarez de Toledo. Felipe II abandonaría Lisboa y volvería a la Corte y nombraría a Sancho “por la aprobación y satisfacion que tengo de vuestra persona”, como maestre de campo general de toda la gente de guerra que quedaba en el país, con competencia “así en lo que toca a la justicia, execución y administración de ella como el alojamiento y otras cosas al dicho cargo anexas y concernientes”, lo que parecía la culminación de su carrera militar. Poco ejerció este cargo, pues tres meses después de su nombramiento, recibió la coz de una mula en un muslo, que le conduciría a la muerte tres días más tarde, el 8 de junio de 1583. Sus restos fueron llevados a hombros de sus soldados y expuestos en la iglesia de San Francisco en Lisboa, y de allí fueron trasladados a la capilla mayor de la iglesia de San Juan de Ávila, por orden de su hijo Fernando Dávila.
El 13 de junio de 1580 Felipe II pasó revista a las tropas españolas. El Gran duque de Alba, militar de enorme prestigio y admirados por los tercios españoles, se puso al frente de un ejército de 35.000 hombres. Al mismo tiempo se alistaba en Cádiz una flota compuesta por 87 galeras, 30 naos y algunos pataches. Las fuerzas portuguesas, bajo las órdenes de su líder don Antonio, estaban formadas por 25.000 hombres de infantería y 2500 de caballería; la mayoría eran hombre reclutados con prisas entre campesinos y milicianos voluntarios, bajo el mando de Francisco de Portugal, conde de Vimioso. El almirante Gaspar Brito estaba al frente de las naos y galeones, y don Diego López Sequeira de las galeras.
El monarca español no quería una conquista a base de sangre y fuego; deseaba evitar los desmanes y saqueos de las tropas españolas. Consideraba a Portugal como país hermano, por lo que exigió a sus generales que se cumplieran órdenes a rajatabla. La conquista se iba a desarrollar mediante una acción coordinada de ambas fuerzas; navales y terrestres. Antes del combate el monarca trató de llegar a un acuerdo con los partidarios fieles del prior de Crato, que lo desecharon. En realidad, ni el rey de España ni don Antonio se avenían a una solución jurídico-pacífica pactada. El uno confiaba en su ejército y el otro en la ciudadanía y la plebe de Lisboa.
Don Álvaro de Bazán zarpó con su flota de Santa María del Puerto y, sometiendo por mar a los pueblos del Algarve (Tavira, Faro, Portimao, Lago…), entró en Setúbal, donde le esperaba el duque de Alba para embarcar sus tropas, que tras ocupar sin apenas resistencia las villas fronterizas de Elvas, Olivenza y Portalegre conduciría a Cascaes. Contrario a la fama de duro soldado, el duque de Alba fue tolerante y muy comprensivo con la población portuguesa y castigó severamente los intentos de pillaje de algunas compañías de soldados.
El ejército castellano avanzó en dirección a la capital sin mucha oposición. Sus fuerzas desembarcaron con éxito en la playa de Cascaes -playa reducida y protegida por la fortaleza <<la ciudadela>>-, avanzando y conquistando en primer lugar la fortaleza de San Juan de Oeiras y la Torre de Belém a continuación, dejando vía libre para la toma de la capital. Las dos fuerzas se encontraron a ambos lados del puente de Alcántara, diez kilómetros al oeste de Lisboa: las tropas españolas ocuparon la margen derecha del río. La batalla se inició el 24 de agosto de 1580 con un intenso fuego de artillería por ambos bandos; la infantería castellana, tras dos intentos fallidos, consiguieron cruzar el río por el puente de Alcántara, cerca de la desembocadura, mientras que Sancho Dávila con sus fuerzas conseguía atravesarlo río arriba. El combate fue breve. Tan solo Lisboa opuso resistencia. Las experimentadas tropas del duque de Alba derrotaron a las portuguesas de don Antonio, obligándolas la claudicar y retirarse, dando por finalizada la campaña militar.
La conquista de Lisboa fue una operación ejecutada con precisión por los generales del duque de Alba (Felipe II designó a Fernando Álvarez de Toledo Condestable de Portugal y I Virrey de Portugal, máximos cargos en aquel país después de la persona del propio monarca), auxiliados por la flota de Bazán, que sorprendió a las fuerzas enemigas por la estrategia diseñada; simuló que iba a desembarcar en Santarém cuando pensaba hacerlo en Cascaes. Considerada por los historiadores como una victoria fácil, en realidad fue todo lo contrario. La violencia militar de las tropas de Felipe II fue una constante en el logro de sus objetivos. La resistencia portuguesa fue mucho más impetuosa de los esperado. Análisis posteriores de expertos demuestran que tuvo lugar más de una sucesión de combates y encuentros en los que las fuerzas de don Antonio lucharon con bravura, hasta donde aguantaron sus energías, contra un ejército que era muy superior por su experiencia en el combate.
Dispersas y vencidas las fuerzas portuguesas, los partidarios del prior de Crato se retiraron hacia Coimbra. Don Antonio, acosado por Sancho Dávila, conseguiría escapar dirección Oporto. Se trasladó a Francia y se refugió más tarde en las Azores, donde sus habitantes y partidarios le reconocieron solemnemente como rey de Portugal. Desde el archipiélago continuó la resistencia contra España con apoyo de ingleses, franceses y holandeses.
Vencido el último pretendiente y ocupado militarmente el país, las cortes portuguesas se reunieron en Tomar el 15 de abril de 1581 y declararon a Felipe de Habsburgo, rey de Portugal en el título de Felipe I de Portugal, Felipe II llegó a Lisboa en la primavera de 1581 para tomar posesión del trono, El 29 de junio de 1581 la ciudad de Lisboa recibe a Felipe II de Castilla y I de Portugal. La entrada triunfal fue posiblemente la más elaborada y suntuosa de la centuria en la ciudad, y abrió un nuevo capítulo en la cultura festiva en la capital lusitana.
Felipe II juró mantener todos los fueros, privilegios, usos y libertades existentes en el país, unificando así las coronas ibéricas (pero no los reinos), e indultando a los opositores. El monarca residió en Lisboa hasta finales de 1582 y consiguió de esta manera no solo sellar la unión ibérica, cumpliendo así un objetivo heredado de sus antepasados, sino también acumular en su persona un imperio de dimensiones desconocidas hasta entonces, (se produjo la unión de la península en una sola corona; no obstante, se mantuvo la distinción formal entre «las Españas» y Portugal, como ejemplifica el título de Hispaniarum et Portugalliae Rex). Tras la conquista de Portugal el escenario naval se trasladó al Atlántico, de ahí que las únicas operaciones contra el Islam se ejecutaran en Larache y La Mamora. Los tercios de Figueroa y Bobadilla desembarcaron en las Azores en 1583 y al año siguiente pasaron a Flandes, donde el primero sería reformado pese a su brillante historial. El de Enríquez desplegó entre Douro e Minho y marchó luego a Nápoles para sustituir a su tercio fijo, que había naufragado en Irlanda cuando servía en la «Invencible» junto a otros cuatro tercios españoles. El de Juan del Águila atacó varios puertos ingleses desde su base de operaciones en Bretaña, pero en 1601 sería también diezmado en Irlanda.
Lisboa nunca vio con buenos ojos que la capital del Imperio solar español residiera en Madrid, pues considera que poseía mejores condiciones para la empresa marina, como dato, en 1586, Granvelle aconsejaba a Felipe II que residiera permanentemente en Lisboa, donde podría organizar mejor una expedición contra Inglaterra.
Simultáneamente a los hechos, don Antonio escapó de Lisboa, ayudado por las potencias europeas, mientras que sus partidarios ocupaban las Azores. Sin embargo, una escuadra mandada por don Álvaro de Bazán ocupó las islas, alejando una flota de hugonetes franceses que don Antonio había conseguido organizar. Vencido este pequeño obstáculo, la oposición a la legitimidad dinástica de Felipe II desapareció. Desde el primer momento en que Felipe II fue declarado rey por las Cortes en Tomar, Inglaterra, Francia y los rebeldes holandeses incluyeron el territorio portugués entre sus objetivos bélicos. En este sentido, la anexión portuguesa representó efectivamente, un esfuerzo añadido, no sólo en el Atlántico (ruta de la plata) sino también en la ruta portuguesa de Oriente.
Se creó un Consejo de Portugal y se suprimieron las aduanas con Castilla.
En cuanto a Brasil, reacciona con indiferencia a la unión de las monarquías peninsulares, pues el nuevo soberano se compromete a respetar la independencia de Portugal y su autonomía administrativa. Que el rey sea natural o extranjero de nacimiento y que su corte resida en Madrid o Lisboa deja indiferentes a los colonos. Lo que ellos desean es un soberano poderoso, capaz de protegerles y defenderles de los asaltos de las potencias marítimas. Un años después de su proclamación, el rey de las dos naciones ibéricas responde a la demanda de los luso-brasileños con una verdadera carta constitucional que debería satisfacer la voluntad de sus súbditos <<anexionados>>;
Hoy, día 12 de noviembre de 1582, Felipe I de Portugal ha firmado los veinticinco capítulos del decreto que sella la unión de ambas monarquías, al tiempo que otorga plena autonomía legislativa y jurídica a la nación luso-brasileña. En virtud de esta constitución, el soberano promete respetar las siguientes instituciones; leyes, gobierno, administración de la justicia, moneda y lengua. El nuevo monarca promete asimismo mantener el privilegios, libertades, usos y costumbres tanto en Portugal como en las provincias de Ultramar. Por lo tanto, esta singular unión no debe ser considerada como <<anexión>>, dado que Portugal y su colonia permanecerán como estado independiente respecto del reino de Castilla. Pero, ¿cuáles serían las repercusiones políticas de este nuevo régimen? Hasta ahora, Portugal se había mantenido alejado de los conflictos de los conflictos internacionales motivados por las guerras de Religión, subsecuentes a la Reforma luterana. Tanto D. Manuel I, como D. Juan III y D. Sebastián dedicaron todos sus esfuerzos en continuar la expansión de la colonia y, a pesar de las hostilidades francesas, inglesas y holandesas en el litoral brasileño, estas naciones no entraron en guerra abierta nunca con Portugal. ¿En qué medida esta situación ventajosa no se verá afectada por la unión de ambas monarquías? De hecho, considerando las pésimas relaciones internacionales de España con Francia, Inglaterra y Holanda, es de temer que los enemigos de uno pasaran a ser también enemigos de Portugal y de sus colonias. Pero no todo debería representar desventajas para Brasil, por lo menos, ya que, de esta unión podría resultar una verdadera suspensión temporal de los efectos del tratado de Tordecillas y, en consecuencia, una considerable obra de expansión colonial y territorial.
La corona portuguesa estuvo unida a la castellana desde 1581 hasta 1640. No fueron muchos años, ya que la unión duró poco más de medio siglo, pero las consecuencias para Portugal fueron graves, especialmente para su imperio colonial, que salió muy perjudicado con la unión. Castilla carecía de recursos y optó por defender su propio espacio. En consecuencia, Portugal debería afrontar la defensa de su propio imperio por sí mismo. Muy pronto los holandeses iniciaron sus expediciones hacia Oriente, destruyendo la talasocracia portuguesa. Sólo Brasil quedó resguardado. El historiado francés Fernand Braudel nos traza un completo panorama de las repercusiones de la anexión: <<… fue un periodo sombrío de la historia portuguesa. Portugal salió arruinado de la denominación española: su marina arruinada y su imperio colonial destruido. Los Países Bajos e Inglaterra, con quienes España en lucha casi permanente, ocuparon para no devolverlas más, buena parte de las posesiones portuguesas. Estaba definitivamente perdido para Portugal el comercio asiático; las pequeñas colonias que todavía conservaba en Oriente no tendrán apreciable importancia. Efectivamente, solo sobrevivirán del antiguo imperio ultramarino en Brasil y algunas posesiones de África …>>
La anexión del país vecino supuso ventajas y desventajas para ambos países, así como desacertadas situaciones que, de haberse solucionado, tal vez hubieran podido significar una unión peninsular permanente. Entre las ventajas, la Corona portuguesa aporta a Felipe II un millón de nuevos súbditos, la ampliación de la costa atlántica y la duplicación de sus flotas oceánicas. Felipe II respetó escrupulosamente las peculiaridades políticas de Portugal, augurando para el futuro una mayor unión entre Portugal y Castilla, que habían de desempeñar una misión conjunta en las empresas de Ultramar. Ese designio filipino fue el que impulsó a la élites portuguesas -nobleza y burguesía- a apoyar la sucesión española en el trono portugués. Interesa destacar al respecto lo reseñado por el profesor John H. Elliott, en su libro La España Imperial, destaca: <<…un nuevo litoral atlántico, una flota para ayudar a protegerlo y un vasto imperio que se extendía desde África a Brasil y de Calcuta a las Islas Malucas. Fue la adquisición de estas nuevas posesiones, junto con el flujo de los metales preciosos, lo que hizo posible el imperialismo de la segundad mitad del reinado de Felipe II …>>.
Entre las desventajas, parece una de las más considerables fue la complejidad y peculiaridad de administrar dos estados diferentes tan complejos. El descontento popular por la dominación española era evidente; las tropas de ocupación arrasaron y saquearon con violencia los pueblos y ciudades portuguesas, fortaleciendo el sentimiento antiespañol. Un error de Felipe II, muy cuestionado por la clase política portuguesa, fue no haber designado a Lisboa como capital de ambos estados. Respecto a esa cuestión, Antonio Igual Úbeda, en su libro El Imperio español, opina: << … supo iniciar la obra trascendental de la unidad ibérica, pero no supo convertirla en empresa nacional …>>.
NOTA SOBRE LA INFLUENCIA PORTUGUESA EN FELIPE II
Felipe II, hombre de costumbres portuguesas y de lengua materna portuguesa, creció con una institutriz portuguesa (Leonor de Mascarenhas) y un amigo portugués -que ejerció posteriormente de valido- (Rui Gomes da Silva). Además, era nieto de nada menos que del eminente rey de Portugal, Don Manuel (en cuyo mandato se descubrió Brasil y la ruta Atlántica a la India), e hijo de la portuguesa, reina de España, Isabel de Portugal, gobernadora de los reinos españoles durante los viajes por Europa de su marido.
La portugalidad de la formación y el linaje de Felipe II está fuera de toda duda. Incluso el rey instó por carta –remitida a una de las infantas– que el príncipe heredero Diego aprendiera portugués: “Tengo un libro que enviar en portugués, para que por él aprenda que muy bueno sería que lo supiese ya hablar; que muy contento vino don Antonio de Castro de las palabras que le dijo en portugués que fue muy bien si así fue”. El príncipe Diego murió y cedió el testigo a Felipe (III).
Cuando Felipe II llegó a Lisboa se instaló en el Palacio Real de la Ribeira de la plaza del Comercio (Terreiro do Paço), destruido dos siglos después durante el célebre terremoto. Era un palacio de la familia, el que mandó construir y vivió su abuelo, el rey Manuel. Felipe II le añadió una nueva torre. Junto al rey se trasladó a Lisboa toda una corte de personajes con ganas de prosperar como por ejemplo Miguel de Cervantes.
No todas las corrientes historiográficas portuguesas son contrarias a Felipe II, aunque lo que ha predominado, desde la restauración bragantina hasta el anti-iberismo de la Comisión Primero de Diciembre, es que aquel periodo fue una desgracia para la nación portuguesa. Hay nuevas corrientes que intentan darle la vuelta y hablan de una Monarquía Dual, una Unión Ibérica, probablemente bien representada y “encarnada” en Felipe II; más por su persona que por el sistema institucional. No obstante, para no caer en hagiografías, no deja de tener su parte de verdad la leyenda de que Felipe II, además de heredar el Reino de Portugal, lo conquistó (Batalla de Alcántara por el Duque de Alba) y sobre todo lo compró, repartiendo bienes, títulos y dádivas a sus nuevos cortesanos, siguiendo los consejos de Cristóvão de Moura. Es importante tener un equilibrio para evaluar esta figura. Este artículo no pretende abordar otros aspectos, que aquí no se han analizado, como su actitud frente a los moriscos (Rebelión de las Alpujarras), o las consecuencias beneficiosas para Brasil de la Unión Ibérica (1580-1640).
*JURAMENTO DE FELIPE II DE ESPAÑA PARA CONVERTIRSE EN FILIPE I DE PORTUGAL POR LAS CORTES PORTUGUESAS DE TOMAR (Fuente: Nuñez Arca. Os 3 Felipes da Espanha que foram reis do Brasil)
1- Que sua Majestade fara juras em forma de guardar todos os fôros e costumes, privilégios e isenções concedidas a êstes reinos por seus Reis. 2- Quando houver Côrtes dêste reino, serão dentro dele, a que em nenhumas outras se poderá tratar nem determinar alguma coisa que lhe diga respeito. 3- Que pondo-se Vice-rei ou pessoas que debaixo de outro qualquer título governem êste reino, serão portuguesas. 4- Que todos os cargos superiores e inferiores de justiça e fazenda e qualquer outro govêrno, somente poderão dar-se a portugueses. 5- Que nestes reinos haverá sempre todos os ofícios agora existentes e serão sempre providos por portugueses. 6- Que o mesmo se dará com todos os cargos de mar e terra e que as guarnições de soldados nas praças serão portugueses. 7- Que não se interrompam os comércios da Índia e outras conquistas dêstes reinos já descobertas ou que venham a descobrir-se, e que todos os mandos sejam portugueses e naveguem em navios portugueses. 8- Que o curo e a prata que se faça em moeda, que será tudo o que vier ao reino de seus domínios, não terá outra nota que as armas de Portugal. 9- Que todos os benefícios eclesiásticos se darão a portugueses da mesma forma que os ofícios seglares. 10- Que não haverá intervenção na igreja portuguesa. 11- Que não se dará vila, cidade, lugar, jurisdição nem direitos reais a pessoa que não seja portuguesa. 12- Que as Ordens Militares portuguesas serão conservadas. 13- Que os fidalgos poderão servir ao Rei e os que não tiverem fôro de fidalgos poderão servir na armada do reino. 14- Que quando Sua Majestade e seus sucessores vierem a este reino, não se tomaram casas nem aposentos como se usa na Castela, senão conforme é costume em Portugal. 15- Que estando Sua Majestade fora dêste reino, estará sempre consigo um Conselho de Portugal formado por portugueses, para despachar as coisas dêste reino, e todos os escritos serão feitos em português. 16- Que todos os cargos de justiça serão providos como agora. 17- Que tôdas as causas de qualquer qualidade que sejam, se determinarão e executarão neste reino. 18- Que Sua Majestade e seus sucessores terão capela em Lisboa, como os Reis passados, para os ofícios divinos. 19- Que admitira Sua Majestade os portugueses na sua casa real da mesma forma que aos castelhanos e doutras nações. 20- Que a Rainha se servira de senhoras e damas portuguesas e que as casara na pátria e na Castela. 21- Que para que aumente o comércio se abrirão os pôrtos e fronteiras de ambos os reinos e passarão os navios. 22- Que se dará todo favor para entrar pão de Castela. 23- Que dará 300.000 ducados, sendo 120 para resgatar cativos portugueses, 150 para depósitos e 30 para debelar a peste. 24- Que para a defensa da Índia, do reino e castigo de corsários, Sua Majestade ajudara convenientemente, ainda que seja com o maior custo da sua fazenda real. 25- Que procurará estar neste reino o maior tempo possível e se fôr estôrvo ficará o Príncipe nele.
Bibliografía.
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-MALTBY, William S.: El gran Duque de Alba.
-HERNÁNDEZ PALACIOS, Martín: Álvaro de Bazán.
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«Non sufficit orbis» J. Bazalo, 31et Sevilla.