Álvaro González Díaz
El 9 de noviembre de 1641 dejaba este mundo Fernando de Austria, el Cardenal-infante, durante el asedio de Aire-sur-la-Lys (Norte de Francia), un hombre de honor, un soldado de España, el héroe de Nördlingen.
Nacido el 16 de mayo de 1609 en San Lorenzo de El Escorial, hijo de Felipe III y Margarita de Austria-Estiria, Fernando rápidamente destacó tanto en el ámbito religioso como en el ámbito militar.
En este sentido, su vida no fue para nada tranquila ya que tuvo que hacerse cargo de muchos frentes tanto políticos como religiosos y militares, en un contexto en el que España estaba sumida en muchos frentes abiertos motivados por las guerras en Europa -Guerra de los Ochenta Años, Guerra de los Treinta Años y Guerra Franco española, entre otras- y por la situación de la economía, para sufragar aquellas guerras. Se podría decir que el Cardenal-infante fue uno de los últimos comandantes brillantes de España en su época dorada, los siglos XVI y XVII.
En 1619 fue nombrado Cardenal diácono de Santa María del Pórtico, la más alta distinción que concede el Papa en la Iglesia. En 1620 se convierte en el 90º Arzobispo de Toledo, y, por consiguiente, en Primado de las Españas (el arzobispado de Toledo era el que gozaba de gran fama e importancia debido a que era el que primaba por encima de las demás sedes episcopales en España). En 1632 es nombrado Virrey de Cataluña, abandonando la Corte de Madrid y en 1633 es nombrado Gobernador del Milanesado. En 1634 es nombrado Gobernador de los Países Bajos, sustituyendo a su tía Isabel Clara Eugenia.
A pesar de todo ello, el Cardenal-infante es mas conocido por comandar la Batalla de Nördlingen, en septiembre de 1634.
El rey Fernando de Hungría había derrotado al ejercito sueco en Ratisbona hacia unos meses y, tras ello, en plena Guerra de los Treinta Años, se disponía a unir su fuerza a las del Cardenal-infante, cosa que, a pesar de los intentos suecos por evitarlo, finalmente se produjo. Esto se observa ya en el mes de septiembre, cuando ambos ejércitos (español y húngaro) se presentan al sur de Nördlingen, en Suabia. Aunque en un primer momento la guarnición estaba poco defendida, las tropas suecas finalmente alcanzaron Nördlingen. En este momento es cuando se produce la batalla.
Según los autores, el Cardenal-infante desoyó las advertencias de otros generales que le aconsejaban no presentar batalla. Fernando de Austria, sin embargo, se preparó para dar batalla. Los suecos contaban con unos 16.000 infantes y 10.000 caballeros, pero el Cardenal-infante, junto al rey de Hungría, logró reunir rápidamente a un ejercito que se cifraba en 20.000 infantes y cerca de 13.000 caballeros.
La iniciativa, contra todo pronóstico, la tomaron los suecos, pero aquí, destacó la fuerte defensa de los tercios españoles en la colina de Allbuch, donde no solo se hicieron fuertes, sino que además arrasaron al ejercito sueco. El ejercito sueco quedó literalmente destrozado, desaparecido tras esta batalla, contándose las bajas suecas entre 8.000 y 17.000 muertos, 4.000 prisioneros y 80 cañones capturados, según los autores, frente a unos 1.500 muertos del bando hispano-imperial y aproximadamente 2.000 heridos.
En este épico episodio cabe destacar las crónicas de Diego de Aedo, cronista de Fernando de Habsburgo, hermano de Felipe IV, en las que se puede observar la ferocidad y aguante de los tercios españoles que aguantaron “seis horas enteras sin perder pie, atacados dieciséis veces, con furia y tesón no creíble, tanto que los alemanes decían que los españoles peleaban como diablos y no como hombres, estando firmes como si fueran paredes”. Esto, además se contrasta mejor con la visión de un coronel sueco quien llegó a afirmar que “Nunca nos habíamos enfrentado a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, no desespera, es una roca y resiste pacientemente hasta que puede derrotarte”.
El Cardenal-infante actuó con decisión, desoyendo advertencias de otros generales, confiando en el mejor ejercito de su tiempo, los Tercios Españoles, que a estas alturas del siglo XVII seguían siendo la mejor infantería, imbatible en los campos de batalla.
Tras la batalla, se marchó a Bruselas donde se mostró un hábil político y diplomático, a pesar de que el emperador le pidiese que se quedase para seguir avanzando contra los suecos. Así, hábilmente, reformó el gobierno y la organización militar en los Países Bajos logrando contar con el apoyo de los flamencos frente a Francia.
En 1635 los franceses intentaron atacar, junto a los holandeses, Lovaina, partiendo desde Maastricht. Intento que fracasó debido a que los holandeses dudaron y los franceses se vieron obligados a retirarse. Esto sirvió a que el Cardenal-infante tomase Diest, Goch, Gennep, Limburgo y Schenk, entre otras ciudades. Tras ello, en 1636 retira el poder a los últimos sacerdotes protestantes de los Países Bajos españoles y toma Hirson, Le Catelet y La Capelle, en el norte de Francia, llegando a amenazar Paris, tras tomar Corbie después (como ya hiciera Felipe II tras tomar San Quintín). Aunque no pudo avanzar más, aseguró Luxemburgo.
Sin embargo, como había muchos frentes abiertos, en 1637 el príncipe de Orange tomó Breda, tras 12 años bajo control español. El Cardenal-infante no pudo liberarla debido a la presión francesa por el sur, pero, sin embargo, tomó Roermond y Venlo. También, frente a Francia mantuvo las posesiones de Amberes, Chatillon, Saint Omer y Geldern, aunque en 1640 perdió Arras.
A pesar de todo, la situación española era débil y delicada debido a los frentes abiertos que tenía. La situación económica hacia estragos debido a los ataques de piratas holandeses e ingleses en el océano y al gasto que suponían todas las guerras en las que España estaba inmersa, a ello hay que sumar las revueltas portuguesa, catalana y andaluza que, a partir de 1640, complicaron aún más la situación española. España, como muestra el Cardenal-infante, se batía contra todos en un mundo en el que todos se batían contra España. Sin embargo, el peor enemigo del Cardenal-infante estaba en la corte española, los bulos y las mentiras contra su persona eran el día a día, provenientes de envidiosos que querían su poder.
El fin del Cardenal-infante se encuentra en el asedio de Aire-sur-la-lys en 1641, donde cayó enfermo. Tras ello, fue trasladado a Bruselas donde murió el 9 de noviembre de 1641. A pesar de ello, las ordenes que dejó fueron claras y concisas, unas ordenes que cumplieron sus soldados ya que el 7 de diciembre era tomada la ciudad francesa. El cuerpo del Cardenal-infante fue trasladado a España en 1643.
El final de este hombre se corresponde con el de la hegemonía de España en Europa, que se hará patente ya a partir de 1713 y 1714, sin embargo, refleja a la perfección el valor y el honor, la disciplina y el coraje de aquellos hombres que asombraron al mundo entero, un hombre de honor que llevó a España a lo más alto.
Álvaro González Díaz
