Álvaro González Díaz

Tal día como hoy, un 13 de julio de 1558, tenía lugar la batalla de Gravelinas entre los ejércitos franceses y españoles, con victoria para estos últimos.

Hacia un año que los franceses habían sido derrotados en San Quintín. Apenas acababa de ser entronado como rey de España Felipe II, pero el rey Enrique II de Francia no quería darse por vencido, los españoles, por supuesto, tampoco. Defenderían su Imperio a hierro y plomo, a cualquier precio. Y así fue.

Enrique II de Francia reclutó un ejército mientras pactaba con el sultán otomano para que distrajese a la fuerza naval española.  Francia apostó todo en un mismo ataque y sus ejércitos avanzaron por la costa tomando Calais y otras ciudades.  Mientras esto ocurría, otro ejército francés tenía la misión de invadir Flandes con unos 14.000 soldados (12.000 infantes y 2.000 jinetes), provistos de gran artillería.

Los franceses conquistaron Dunkerque y Nieuwpoort, y amenazaban Flandes. Sin embargo, los Tercios Españoles hicieron aparición frenando el avance francés y provocando una ingrata sorpresa. Esta intercepción se produjo a la altura del rio Aa.  

Al traste se fue la gran inversión que el rey Enrique II había realizado para conseguir vengarse por lo acaecido en San Quintín. De nada sirvió que los franceses pagaran a los otomanos para que presionasen en el Mediterráneo a los españoles. A estas alturas los tercios realizaban su trabajo gustosamente como mejor sabían hacer. El error francés residió en, que teniendo el corazón de Flandes amenazado y a punto de caer, abandonar Bruselas y dar media vuelta para tomar Gravelinas, ciudad donde decide lanzarse el ejército francés de manera apresurada. Todo ello sin saber que un ejército español les estaba esperando, para desgracia suya.  El 13 de julio de aquel año de 1558 los ejércitos de Felipe II hacen aparición con unos 12.500 infantes y 3.200 jinetes, quedando boquiabierto el ejército francés. La maniobra española fue muy rápida, coordinada y precisa, mientras al ejército francés no le quedaba otra opción que dar batalla, algo que solían evitar si tenían que vérselas con los españoles. Pero el destino es muy caprichoso. El rio Aa quedaba a la espalda del ejército francés mientras que en el flanco izquierdo estaba el mar, lleno de barcos vizcaínos e ingleses, mientras cargaba a cuestas con un inmenso botín como consecuencia de la rapiña en las ciudades saqueadas –un botín que le impedía moverse con rapidez-.

A pesar de todo, los franceses vieron clara su victoria, sin saber que la artillería española estaba tras el ejército, para no estorbar en la maniobra de intercepción. La situación de los imperiales fue en media luna con la distribución habitual, en el centro los tercios españoles, en primera línea, y, tras ellos, unidades flamencas y alemanas con la caballería en los flancos. Los franceses, por el contrario, dispusieron la artillería y caballería delante de la infantería, ya que esta era la protectora del botín.

Los franceses confiando en su rápida victoria gritaban y cantaban, los españoles atentos, en silencio, mientras soplaban las mechas de sus arcabuces, observando al enemigo en perfecta formación, fruto de su disciplina. Es entonces, en ese preciso momento, cuando comenzó la función. Una función donde los españoles eran los directores, por cierto.

Los franceses seguían sin observar su nefasta disposición estratégica y comenzaron a disparar sus cañones.  Comenzaron un combate con su caballería de manera desordenada. Esta avanzó, y mientras avanzaba iban cayendo como consecuencia de los disparos que los arcabuceros españoles les proporcionaban. Así la caballería acorazada francesa fue acribillada, literalmente. Los españoles avanzaban y tomaban posiciones mientras se adueñaban del botín francés. Tras ello, comenzaron a cargar contra la infantería francesa, que se había resguardado tras las carretas.

A medida que se acercaban los españoles, los franceses huían provocando otra nueva desbandada. La consecuencia fue el pánico que se manifestó en el ejército francés, el cual protagonizó una retirada generalizada y caótica. Unos huían dirección a la playa donde también eran acribillados desde los barcos mientras que otros quedaron a la suerte del destino de las castellanas espadas de la infantería. Pero, la cosa no acaba ahí, mientras esto ocurría se produjo la carga de la caballería contra el grueso del ejército francés.

En resumidas cuentas, apenas unos 1000 soldados franceses consiguieron huir y el rey Enrique II se vio obligado a firmar la paz con Felipe II en el Tratado de 1559 de Cateau-Cambrésis.  Felipe II, el Prudente, una vez más pudo haber entrado en Paris tranquilamente si hubiera querido. Francia quedó sin fuerza militar y los españoles mantenían su hegemonía en Europa, manteniéndose el Tratado de Paz durante un siglo.

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