Álvaro González Díaz
Tal día como hoy, un 14 de julio de 1535 el emperador Carlos V tomaba Túnez arrebatando la hegemonía a Barbarroja en una de las grandes jornadas que se recuerdan. El Mediterráneo parecía cambiar de rumbo en aquellas aguas revueltas en las cuales piratas, moros y cristianos querían su trozo del pastel. Sin embargo, esta vez la gloria seria para los ejércitos imperiales de Carlos V.
La toma de la Goleta, o jornada de Túnez, se inscribe en un contexto en el que España se afianzaba como potencia hegemónica en Europa y en el mundo, rivalizando el poder a turcos y franceses. En una época en la que el Nuevo Mundo se repartía entre españoles y portugueses y Carlos V era emperador. Justo es en esta época cuando nace la mejor infantería de su tiempo, los Tercios. Los franceses habían sido expulsados de Italia, los ingleses apartados y titubeando en busca de aliados. Sin embargo, el mar Mediterráneo era el principal problema ahora mismo, donde otomanos y cristianos buscaban su sitio, aunque habrá que esperar hasta la gloriosa batalla de Lepanto para observar el feliz desenlace.
En 1534 el pirata Barbarroja había tomado Túnez y Carlos V se disponía a arrebatárselo.
Antecedentes.
La presencia turca en Europa y en aguas mediterráneas es muy antigua, desde el nacimiento del Islam aproximadamente. Tras las Cruzadas y el final de la Reconquista la presencia turca se hace cada vez más patente siendo un serio problema para los cristianos y su comercio. Ejemplo de ello se muestra en las batallas de Bugía, Oran, Cefalonia… y recientemente en la derrota cristiana, pero heroica, en la defensa de Viena en 1529 ante el avance otomano, una batalla que se repetirá en Preveza en 1538 y después en Castelnuovo en 1539, hasta que los cristianos, con protagonismo español, dejen las cosas claras en Lepanto en 1571.
En este sentido, a finales de 1534 Barbarroja y su gran flota amenazaba el Mediterráneo occidental. Muchas ciudades importantes se fortificaron y, otros muchos pueblos fueron abandonados, aumentaron las torres de vigilancia. Un ejemplo de ello era el sur de Italia, que por estas fechas era español, el cual había sufrido algún ataque otomano. Venecia, empezó a construir barcos para tener una flota poderosa en el Mediterráneo en caso de ataques. Aunque Venecia tenía un pacto con el sultán otomano.
Así las cosas, Barbarroja se apodera de Túnez en 1534. Carlos I convocó las cortes en Madrid para solicitar ayuda económica de las ciudades españolas y también se reunió con los príncipes europeos. Así, pudo juntar una fuerza para recuperar Túnez, territorio, hasta ese momento, vasallo de la corona de España.
Las escuadras españolas y portuguesas se fueron concentrando en Barcelona durante un año. El emperador también contó con el apoyo del Duque de Nájera y Fadrique de Toledo o el Duque de Alba, entre otros.
La Preparación de la Batalla.
De 1534 a 1534 el emperador organizó la escuadra española para preparar la expedición a Túnez. Sus recursos provenían de todo el imperio desde Amberes a España, pasando por Alemania e Italia entre otras tantas zonas. Andrea Doria reunió sus galeras en Barcelona mientras que el almirante de Castilla, don Alvaro de Bazán “el viejo” hizo lo mismo zarpando desde Málaga. También los caballeros de la Orden de Malta partieron hacia la llamada del emperador con su gran “Santa Ana”, mientras que Portugal enviaba unas 25 carabelas. El papa financiaba también un destacamento importante. Por último los galeones españoles aportaron “a la sagrada causa contra el turco” una importantísima cantidad de oro de 1.200.000 ducados.
Desde Génova y Barcelona los barcos iban cargados hasta “arriba” de armas, caballos, víveres, pólvora…. Sin embargo, las tropas de elite, las españolas, embarcaron en Génova por orden directa del emperador Carlos V, quien a su vez partió a la batalla en un “cuatrirreme” (una galera de gran tamaño con cuatro hombres en cada remo, decorada y con los estandartes imperiales en los mástiles). Junto a los españoles embarcaron también italianos y alemanes.
Las fuerzas que el emperador reunió no eran poca cosa, pues estaba dispuesto a que Túnez pasase a ser cristiana a cualquier precio, sus hombres también. Nadie iba a retroceder. En este sentido las fuerzas imperiales quedaban así: García Álvarez de Toledo y Osorio comandaba las 6 galeras napolitanas; la Escuadra del Cantábrico con 42 naos; las 15 galeras de Alvaro de Bazán “el viejo”; la escuadra de Flandes aparecía con unas 60 urcas; la escuadra de Málaga con unas 150 velas y 10.000 soldados (80 naos y una nao capitana); Portugal envió el gran galeón “Botafogo” junto a 20 carabelas comandadas por Luis de Avis, hermano de la emperatriz; las 12 galeras que envió el papa, siendo 4 de ellas de la Orden de Malta más las 20 galeras de Andrea Doria provenientes de Génova entre las que se hallaba la Galera Real (contaba con 26 bancos de cuatro remeros cada uno), la del emperador quien, por supuesto, iba a dar batalla en persona.
La Batalla.
El contingente imperial, en el que se hallaba Carlos V, partía el 30 de mayo de 1535. El resto partía desde Génova. Unos arribaban en Menorca y otros hacían escala en Civitavecchia y Palermo. Las flotas se encontraron en la costa de Cerdeña. Allí, Carlos V pasó revista a la tropa concentrada. 75 galeras, 300 naves de vela y unos 25.000 infantes y 2.000 jinetes. A principios del mes de junio la flota partía de Cerdeña.
Días después, antes de recalar en las ruinas de Cartago, fueron apresadas dos naves francesas –cómplices de Barbarroja, al cual habían avisado del avance español-.
El 14 de junio las naves ya divisaban en el horizonte La Goleta, la llave a Túnez. El ejército de Carlos V desembarcó y puso sitio a la fortaleza. El combate duró un mes. El 14 de julio de 1535 la fortaleza de La Goleta caía.
La fortaleza estaba reforzada muy bien, pues se esperaban un ataque en cualquier momento. Unos 300 cañones, la mayoría de Francia, custodiaban la fortificación. En el puerto había unas 40 galeras. Tras resistir los cañoneos enemigos, los españoles consiguieron abrir brechas en las murallas y, por consiguiente, entrar. Los jenízaros, la fuerza de elite otomana, que defendían la ciudad cayeron. Las banderas de Hernando de Vargas y Alonso Carrillo fueron las primeras en entrar en la ciudad y acto seguido entraba Carlos V, liderando sus tropas, como un soldado más. No se dieron por vencidos y comenzaron la persecución de los otomanos que huían hacia Túnez.
Tras tomar la Goleta, el ejército avanzó con los Tercios en vanguardia, en primera línea, camino a Túnez. Eran expertos de las guerras italianas y venían de vencer a Francia en Pavía. En retaguardia la situación no era peor, 10.000 infantes formaban al mando del Duque de Alba. Una marcha que se mostró difícil debido a las continuas emboscadas del ejército de Barbarroja, que fueron rechazadas sin problema alguno, el camino se hacía duro ya que hacía mucho calor aquella jornada.
Era el 21 de julio y Túnez caía en manos cristianas. Carlos V entró a la cabeza de sus ejércitos en la ciudad. Unos 5000 cristianos cautivos en la Alcazaba de Túnez se habían sublevado unos días antes de la llegada de aquellos españoles, un hecho que permitió mayor rapidez en la toma de Túnez. Barbarroja, por el contrario, decidió huir.
Tras ello, el emperador entró triunfante en Nápoles en el mes de agosto. Quería haber continuado su marcha y haber tomado Argel, sin embargo, sus aliados no vieron que fuera el momento y finalmente aquella propuesta quedó desechada.
Tras la toma de La Goleta quedaron varias compañías de infantería custodiando la ciudad y Ben Muley Hasan fue de nuevo puesto en el trono de Túnez, un rey vasallo y aliado de España. La Goleta quedó directamente bajo soberanía española. En Malta hubo fiestas en honor a tal victoria, en Venecia se celebraron unos carnavales y en Mallorca se hicieron recreaciones de la derrota turca.
Paolo Givio escribió al emperador, quien luchó como un soldado más, lanza en mano, lo siguiente:
Vuestra gloriosa e incomparable victoria en Túnez me parece, por mi fe como cristiano, de una dignidad que sobrepasa con mucho todas las demás de imborrable recuerdo.
La expedición de Túnez muestra el poderío militar de un emperador que fue capaz de reunir al mayor ejército multinacional de su tiempo. Tuvo problemas y amenazas y les hizo frente siempre. El emperador y sus ejércitos, sobre todo aquellos Tercios, deslumbrarían al mundo provocando envidia y admiración, a la par que temor.
Tras ello, los turcos amenazaron Europa y provocaron gran temor con su presencia. Así lo muestra la caída de Rodas y Hungría. A punto estuvo de caer Viena también, aunque los tercios fueron llamados para frenar a los otomanos.