Cada año, apenas comenzado el verano, desde Bélgica nos llega una lección: la que nos da un país con el que un día compartimos monarquía e imperio y que hoy recuerda con orgullo su pasado. El nombre de esta remembranza es Ommegang, la gran celebración histórica que tiene lugar en la Grand-Place de Bruselas a principios del mes de julio.

Durante tres días, 1.400 recreadores conmemoran la entrada triunfal en 1549 de Carlos I de España en la capital belga para presentar al infante Felipe II, futuro soberano de las tierras flamencas, junto a su séquito de nobles y a los representantes de las nueve villas libres de Bélgica. Aquel día, el pueblo y las élites de la ciudad rindieron homenaje al emperador con grandes espectáculos en la Grand Place bruselense y eso, precisamente, es lo que Ommegang recrea.

Pero el origen de esta celebración es anterior a esta visita. Su germen se encuentra en la populosa procesión que organizaba el gremio de los ballesteros de la ciudad, celebrada en honor a Nuestra Señora de las Victorias, cuya imagen se encontraba en la iglesia del Sablón, y que conmemoraba el traslado de la milagrosa talla desde Amberes.

Con la quema de la imagen de la Virgen en 1580 a manos los iconoclastas calvinistas, la fiesta comenzó su declive, cuya puntilla fue la caída de la ciudad en manos de los protestantes. La procesión del Ommegang dejó de celebrarse y los festejos no se recuperaron hasta 1615, año en el que la archiduquesa Isabel Clara Eugenia participó en las celebraciones.  Fue una ocasión excepcional que los Archiduques no dudaron en utilizar como modo de afianzar los vínculos que les unían al pueblo flamenco, así como de reafirmar su soberanía sobre los Países Bajos meridionales. La propia Isabel Clara Eugenia mostró sus habilidades en el campeonato de tiro del gremio de ballesteros, logrando abatir un papagayo que estaba colocado sobre la aguja de la torre de Nuestra Señora de Sablón. 

El esplendor de la celebración se mantuvo hasta entrado el siglo XVIII, época en el Ommegang comenzó a declinar.

Si embargo, la festividad cobró nueva vida en 1930, cuando comenzó celebrarse de nuevo -esta vez como recreación histórica- basándose en la descripción que se conservaba de la procesión y celebración a la que asistió el emperador Carlos V en 1549.

Así, llegados los primeros días de julio, una competición de ballesteros y una ceremonia religiosa oficiada en la iglesia del barrio de Sablón dan el pistoletazo de salida.

Finalizados estos dos actos, un gran desfile, encabezado de nuevo por el Emperador Carlos, su hijo Felipe y sus hermanas Leonor de Austria, reina de Francia, y María de Hungría recorre kilómetro y medio hasta llegar a la Grand Place.

Una vez que la procesión de la Corte ha terminado, los personajes reales toman asiento, junto a los tres mil asistentes que copan la plaza, entre los que pueden verse a actual la familia real belga.  Comienza entonces el desfile de caballos adornados, el de los representantes de los artesanos, el de los abanderados que lanzan al aire sus enseñas.

Apenas anochece llegan los gigantes zancudos, la música y los bailes de época, los teatrillos de títeres y los fuegos artificiales.

Todo un acontecimiento para una ciudad que recuerda con orgullo su pasado, en cuya preparación participan miles de bruselenses y en el que muchos más disfrutan de su historia.

¿Imaginamos que algún día España celebrase su propio Ommegang, cambiando la Grand Place de Bruselas por la Plaza Mayor de Madrid, o de Valladolid, o de Salamanca…?

«Todas las picas suman, únete al cuadro»
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