–Álvaro González Díaz
Tal día como hoy, hace 453 años, un 23 de Mayo de 1568 se producía la Batalla de Heiligerlee comenzando la Guerra de los Ochenta Años que enfrentaría a la Monarquía Hispánica y las Provincias rebeldes de los Países Bajos.
Introducción
Un 23 de mayo de 1568, en la provincia holandesa de Groninga, tenía lugar la Batalla de Heiligerlee entre las fuerzas de la Monarquía Hispánica y las fuerzas rebeldes de las Provincias Unidas.
Esta batalla, según los expertos, es la que inaugura la Guerra de los Ochenta Años, aunque si tenemos presente el contexto histórico, unos meses antes ya había habido dos encontronazos entre españoles y holandeses entre marzo de 1567 en Oosterweel y abril de 1568 en Dalen, y en ambas la victoria fue española a pesar de hallarse en inferioridad numérica.
En este sentido, la Batalla de Heiligerlee se presupone por los expertos como la “primera batalla oficial” de la Guerra de los Ochenta Años. Fue una batalla un tanto extraña, en tanto que los holandeses invadieron sus tierras con un contingente de aproximadamente 4.000 hombres frente a los 3.000 defensores. El ejército español sufrió una emboscada por parte de los rebeldes, sin embargo, este intento rebelde, a pesar de causar bajas, no supuso una derrota para el ejército de la Monarquía Hispánica que siguió conservando la provincia de Groninga.
Contexto
La Guerra de los Ochenta Años, o Guerra de Flandes, comienza en este año de 1568 y concluye en 1648, con el reconocimiento de la independencia de Holanda por parte de España. Sin embargo, hay varios hechos a tener en cuenta para entender por qué estalló la guerra. El problema religioso es quizá el más destacado pero también el problema económico hacia mella debido a que los barcos españoles que procedían de América cargados de oro y plata eran atacados por piratas ingleses mientras las Provincias de los Países Bajos reclamaban más independencia económica. A pesar de todo, la cuestión religiosa fue una constante e incluso el detonante del conflicto, apoyado por Inglaterra entre otras naciones.
Gobernaba Carlos V cuando apareció el Calvinismo en los Países Bajos aunque costó una guerra y la posterior represión. La política de defensa del catolicismo fue continuada por el sucesor de Carlos V, Felipe II quien en 1565 promulgó los Decretos del Concilio de Trento generando malestar en la población de los Países Bajos ya que se impedía la libertad de culto. Además, dentro de ese problema religioso, se reorganizaron los obispados que había en Holanda, aumentando aún más el malestar. Sin embargo, el detonante inmediato se produciría un año después, en 1566, con el Compromiso de Breda.
Este documento es una declaración de intenciones que los nobles de las Provincias Unidas enviaron a Margarita de Parma, hermana del rey Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, el 5 de abril de 1566. En el Compromiso de Breda se solicita la abolición de la Inquisición y el respeto a la libertad religiosa, entre los aspectos más importantes.
Unos meses después, el 15 de agosto –día de la Asunción- los calvinistas desatan la conocida como “Furia Iconoclasta” saqueando y asaltando iglesias a la par que destruían imágenes de santos, consideradas por ellos como heréticas.
Tal acto fue considerado por Felipe II como rebeldía y envió al tercer Duque de Alba, Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, a la cabeza de un ejército para controlar la situación ya que se preveía un viaje del rey a esos territorios para realizar el plan de pacificación. Mientras el Duque de Alba llegaba, Margarita de Parma, según los expertos, había logrado hacerse con el control de la situación, mientras informaba de ello a su hermano Felipe II. Sin embargo, la llegada del ejército con el Duque de Alba provocó la dimisión de Margarita de su cargo mostrando, de esta manera, su desacuerdo con las decisiones tomadas. El 28 de agosto de 1567, el Duque de Alba ya estaba en Bruselas y el 5 de septiembre de ese mismo año crea el Tribunal de los Tumultos –o tribunal de la sangre como lo llamaron los protestantes-, para juzgar a los enemigos de la Monarquía Hispánica y, de este modo encontrar y castigar a los instigadores de la rebelión iconoclasta.
En este sentido, unos días después de haber creado el Tribunal, el Duque de Alba cita a los nobles holandeses, una reunión “trampa” que sirve para detener a algunos de ellos, como al Conde de Egmont y al Conde de Horn. Estos nobles flamencos, que habían prestado grandes servicios al rey Felipe II, serian decapitados en la Grand Place de Bruselas en junio del año siguiente.
Mientras todo ello ocurría, otro de los principales nobles –que a partir de este momento será un quebradero de cabeza para la Monarquía Hispánica-, el príncipe Guillermo de Orange se había refugiado en Alemania, en las propiedades de su familia. Alemania, a partir de este momento será el desencadenante de la Guerra de Flandes, pues desde allí el de Orange comenzará a financiar ejércitos de mercenarios alemanes en un primer momento, iniciando una rebelión contra el rey Felipe II. Estos ejércitos estarán comandados por los hermanos del de Orange, Luis y Adolfo de Nassau.
Guillermo de Orange ya era considerado el líder de la rebelión y sus hermanos iban al frente de un ejército cada vez más grande. Como se ha dicho, el comienzo de las hostilidades no se da en Holanda, sino que hay varios actos “bélicos” anteriormente.
La batalla de Oosterweel, en marzo de 1567, al norte de Amberes, sucedió mientras ocurría el Asedio de Valenciennes, y según muchos autores, marca el inicio real de la Guerra de los Ochenta Años. El cerco a Valenciennes había comenzado en diciembre de 1566, en la tesitura de las medidas represivas que surgieron tras la revuelta iconoclasta, ya mencionada. Cuando el cerco llegaba a su fin, unos meses después, en marzo de 1567, se llevó a cabo la batalla de Oosterweel en la cual los tercios españoles, con unos 1.000 soldados, derrotaron a un ejército calvinista sublevado, que contaba con aproximadamente 2.500 soldados. Esta batalla, a simple vista no supuso nada, pero dejó unos 800 muertos por parte del ejército rebelde con apenas unas bajas, según los expertos, por parte de los tercios.
Lejos de finalizar las confrontaciones, sino más bien al contrario, en abril de 1568 se produce la batalla de Dalen, en el mismo contexto de esas guerras de religión –ya imparables- contra la Monarquía Hispánica.
El 25 de abril de 1568 se libró la batalla de Dalen en la que las fuerzas rebeldes de Guillermo de Orange, comandadas por Joost de Soete, sufrieron una derrota aplastante por los Tercios, comandados por dos de los más grandes hombres –como tantos y tantos- de nuestra historia, Sancho de Londoño y Sancho Dávila.
El ejército rebelde que había partido el 20 de abril desde Alemania, hacia aparición a la altura de Maastricht con una fuerza de unos 3.000 soldados. Los rebeldes intentaron tomar alguna plaza para asegurar el terreno y que estas les sirviesen de “base” de operaciones. En estos intentos, el ejército rebelde quiso tomar Roermond, en el norte, pero la ciudad se negó a entregarse. Ante esta negativa, los rebeldes se propusieron tomarla por la fuerza. Sin embargo, poco iba a durar su empeño ya que el gobernador de los Países Bajos, el Duque de Alba, como se ha visto ya, decidió mandar una fuerza de unos 1.600 hombres de los tercios españoles al mando de Sancho de Londoño y Sancho Dávila. Este avance del ejército español favoreció la retirada de los rebeldes hacia Erkelens, en Alemania. Pero, como era de esperar, los españoles siguieron a los rebeldes y ambas fuerzas se encontrarían entre Erkelens y Dalen, lugar donde los españoles causaron unas 1.700 bajas a los rebeldes, acabando con su caballería.
Tras este enfrentamiento, los rebeldes se retiraron a Dalen, donde se hicieron fuertes. Sin embargo, Sancho de Londoño, con unos 600 hombres, en apenas media hora acabó por completo con el ejército rebelde.
Los enfrentamientos no cesaron y en apenas un mes, los rebeldes volvieron a la carga, esta vez con la intención de tomar Groninga, defendida por el estatúder de Frisia Juan de Ligne.
La Batalla de Heiligerlee
Los hermanos de Guillermo de Orange, Luis y Adolfo de Nassau, invadieron Groninga con un ejército de unos 4.000 soldados. Esta ciudad estaba defendida por Juan de Ligne, estatúder de Frisia, quien contaba con unos 3.000 soldados. En un primer momento, Ligne rehusó dar batalla a la espera de que llegasen refuerzos mientras que el de Orange tenía la esperanza de que más ciudadanos de las Provincias se rebelasen al ver su ejemplo.
La ofensiva rebelde se entiende por una triple ofensiva, en la que se pretende invadir por completo los Países Bajos españoles. Por un lado, el plan de Guillermo de Orange cuenta con apoyo de los protestantes franceses desde el sur y por otro lado, desde el norte, el mismo Guillermo de Orange encabeza otro ataque, mientras que los hermanos de este realizarían el otro ataque, siendo este el de la batalla de Heiligerlee.
Un ejército -de mercenarios alemanes en su mayoría- de 4.000 hombres es el que se dirige a Heiligerlee, encabezado por Luis y Adolfo de Nassau, entra por el Norte de los Países Bajos, concretamente por Groninga con el propósito de que esta se levante contra su rey, Felipe II.
Sin embargo, ante tal situación y contra el pronóstico vaticinado por los rebeldes, la negativa es clara y la ciudad se cierra amparándose y refugiándose en sus murallas. Los rebeldes, ante tal respuesta, se van y pretenden sembrar el caos saqueando territorios aledaños. En este contexto, el Duque de Alba le aconseja dar batalla con un contingente de 3.000 soldados del Tercio de Cerdeña, con la pretensión de cortar el paso a los rebeldes, cosa que sucede. Aunque hay que decir que en un primer momento Ligne se niega a presentar batalla y decide mantenerse a la espera de refuerzos. Las presiones españolas finalmente surten efecto y el estatúder cede.
La estrategia rebelde también surte efecto y la caballería comandada por Adolfo de Nassau consigue su propósito, atraer a los españoles cerca del monasterio de Heiligerlee, una posición que habían convertido en una zona fuertemente defendida aprovechando el terreno, mientras el Tercio avanzaba con los ánimos muy subidos en tanto que venían de victorias anteriores, como Dalen.
El 22 de mayo los arcabuces del Tercio de Cerdeña hacen retirarse a los rebeldes hacia Dam, donde se alojaban. Sin embargo no era un lugar seguro para dar batalla debido a que Carlos V, en 1536, dio la orden de demoler sus murallas. Ante este hecho, los rebeldes toman la decisión de desplazarse al sudeste, concretamente a 30 km, encontrando resguardo seguro en el monasterio de Heiligerlee. Aquel monasterio se situaba en un terreno elevado sobre la campiña. El monasterio ofrecía cobijo pero también, junto a la colina, hacía de lugar idóneo como fortaleza para los rebeldes.
Al día siguiente, las tropas de Ligne –quien las comanda- avanzan rápidamente, sin esperar refuerzos que, según los expertos, llegarían esa misma noche. En tal caso, guiándose por su instinto Ligne decide dar caza a los rebeldes. Avistando el monasterio observaron la disposición del ejército rebelde en dos escuadrones que, como se observa en Arre Caballo (2018), se disponía de la siguiente manera: “uno de unos 1.600 infantes, y el otro de unos 900, guarnicionados ambos con mangas de arcabuceros, a un lado la caballería, y al otro, sobre una pequeña loma contigua a un bosque, una manga de arcabuceros mayor”. Continuando con la versión, “los arcabuceros españoles que iban en vanguardia por el camino, llegaron al puesto que ocupaba esta manga de arcabuceros, y con las seis piezas de campaña que llevaban, comenzaron a batirles, haciendo desalojarles el puesto, retirándose hacia sus escuadrones”.
Tras observar la disposición de ambos ejércitos, la vanguardia del ejercito de Felipe II, formada por unos 250 arcabuceros españoles y 200 coseletes, iniciaron la carga contra las posiciones enemigas, impacientes, según los autores, “arcabuz, pica y espada en ristre” (op. cit.). Adelantados, pero sin formar en escuadrón, la vanguardia se lanzó al combate sin ni siquiera esperar al grueso del ejército que iba a cientos de metros detrás de ellos. Los enemigos, por el contrario, se refugiaron tras las posiciones defendidas en torno al monasterio.
Las mangas de arcabuceros enemigas, además del escuadrón, que mantenía el orden de formación, derrotaron a los españoles bajo el amparo de aquel terreno favorable. En tal emboscada, los arcabuceros fueron completamente aniquilados por el enemigo quien, además, capturó 6 piezas de artillería (op. cit.).
Ligne, ante tal temeridad, al mando de la caballería, lanzó a esta contra el enemigo para intentar salvar a los españoles, un hecho que fue imposible debido a que la caballería enemiga, al mando de Adolfo de Nassau, le salió al paso, produciéndose otra batalla en aquel lance. Tanto Ligne como Adolfo murieron en el choque aparte de tres capitanes, siete alféreces y unos 450 soldados del tercio como relatan en El Camino Español. Sin embargo, a pesar de la batalla, las bajas enemigas fueron muy pocas.
Ante aquella situación, las 5 banderas de los alemanes de los Tercios pactaron una retirada y, ante ello, los españoles, que continuaban sin formar en escuadrón, como solían hacer, huyeron siguiendo el ejemplo de los demás. Los rebeldes, viendo la situación les persiguieron. Pero aun, los que huían tuvieron suerte ya que por el camino venían los refuerzos del Conde Mega, a cargo de Andrés de Salazar, aquellos refuerzos a los que debían haber esperado los nuestros antes de iniciar la batalla. Los rebeldes, viendo aquello, se retiraron ante el temor de que fuese un ejército mayor.
Tras ello, acto seguido, llega a oídos del Gran Duque de Alba la derrota en Heiligerlee quien organiza de manera contundente una respuesta (op. cit.). Pero el mal ya estaba hecho y se puso de manifiesto que aquellos temibles tercios podían ser vencidos.
Las consecuencias fueron inmediatas, el Gran Duque de Alba era un hombre de honor y justicia pero también era un hombre de palabra. Unos 1.000 españoles entraron en Groninga –aquellos que quedaban de los 1.728 hombres que un año antes formaban parte del tercio de Cerdeña-. “El duque de Alba, calificó como vergonzosa y cobarde la retirada del tercio de Cerdeña, y dos meses después, llamó a su presencia al Maestre de Campo y a todos sus Capitanes y los degradó con carácter inmediato. A continuación reunió a todo el ejército y decidió disolver el Tercio” (Arre caballo, op. cit.). Contundente sin duda la respuesta del Duque de Alba. Pero ahí no queda todo.
Las consecuencias de la desastrosa batalla rápidamente se hacen patentes y el Duque de Alba se dispone a defender Groninga de los rebeldes. Rápidamente moviliza todos los ejércitos de los Países Bajos y llama a todas las compañías. Apenas un día después de Heiligerlee da órdenes por doquier para que todos los rincones de los Países Bajos se dispongan a prepararse, convoca un ejército en Bolduque y manda traer piezas de artillería, se dispondrá así, tras este acto y a partir de finales de Junio a tomar Malinas, comenzando así, toda una campaña de batallas que finalizará en 1648, con la Independencia de Holanda.
Antes, sin embargo, de que se iniciase la campaña y con Groninga bajo control, el 5 de junio, el Duque de Alba decapita en la Grand Place de Bruselas a dos nobles que había detenido un año antes, en 1567, tras su llegada y por órdenes de Felipe II al conde Lamoral de Egmont y Felipe de Montmorency, conde de Horn, acusados de traición a la corona tras la revuelta iconoclasta de 1566.
Tras Heiligerlee se suceden varias victorias importantes del Duque de Alba, y aunque hubo constantes batallas y escaramuzas, dos de ellas se producirían rápidamente tras el desastre de mayo de 1568. Ese mismo año, el 21 de julio en la Baja Sajonia, en Alemania, concretamente en Jemmingen. Como se ha visto, los holandeses eufóricos tras Heiligerlee intentarán tomar Groninga pero el Duque de Alba los derrota a base de escaramuzas, sin apenas presentar batalla directa, pues una derrota –otra más- a manos de los rebeldes les hubiera puesto en un serio aprieto ante la falta de tropas, dispersas por los Países Bajos.
Así las cosas, el Gran Duque de Alba obliga a retirarse a los holandeses y estos, guiados por Luis de Nassau, cometieron un error al encerrarse en una península entre los ríos Ems y Dollar. Sin embargo, los canales jugaban a favor de los rebeldes, como tantas veces en la historia, así como el terreno lleno de obstáculos. Se hicieron fuertes en Jemmingen donde inundaron los campos para entorpecer los movimientos de los españoles.
Con el campo inundado y unos 3.500 efectivos el Duque de Alba hizo avanzar a su ejército, con el agua por encima de las rodillas, que tomo la ciudad causando unas 6.000 bajas a los rebeldes. Así el 21 de julio de 1568 se produjo la victoria total del ejército de la Monarquía Hispánica quedando completamente derrotado el ejército rebelde de Luis de Nassau, el cual huirá refugiándose en Alemania.
Quedaba el camino libre para el Duque de Alba quien se dirigía ahora contra el hermano del rebelde Luis de Nassau, refugiado en Alemania. Las miras estaban puestas ya en Guillermo de Orange a quien vencería nuestro Duque de Alba unos meses después en Jodoigne.
El 5 de octubre de 1568 un ejército rebelde que contaba con aproximadamente 30.000 efectivos se tuvo que ver las caras con el ejército de la Monarquía Hispánica del Duque de Alba, que contaba con unos 22.000 efectivos, en Jodoigne, al sudeste de Bélgica. Según los autores, Jodoigne no fue una batalla en si sino que más bien fue una escaramuza que produjo apenas una veintena de bajas en el ejército del Duque de Alba frente a 3.000 muertos en el ejército rebelde y más de 26.000 desertores.
Conclusiones
Como se observa, lo ocurrido en Heiligerlee es producto de la indisciplina del ejército en un ambiente de inconsciencia provocado por el exceso de confianza de los Tercios que se creían victoriosos antes de la batalla, producto a su vez de la victoria en Dalen un mes antes.
El ejército rebelde, sin embargo, supo aprovechar el terreno que le ofrecía aquella colina y el monasterio, ambos sirviéndoles de parapetos. Si el ejército español no había formado y campaba de manera desordenada, la victoria holandesa se debe también precisamente a su disposición organizada y ordenada sobre el terreno, no siendo lo común -ya que los tercios eran uno de los mejores ejércitos que actuaban de manera disciplinada gracias a lo cual, en su mayoría, obtuvieron muchísimas y épicas victorias o, en su defecto, derrotas que causaron tres veces más bajas al enemigo en comparación con su costumbre de combatir en inferioridad-.
Las decisiones del Duque de Alba no hay que juzgarlas como buenas o malas sino que debemos verlas con ojos de historiador, entendiendo el contexto de aquella época en el que la palabra y el sentido del honor estaban por encima de todo. El Duque de Alba disolvió el tercio de Cerdeña dando un golpe sobre la mesa, como aviso “a navegantes”. Un hecho que supuso la reorganización de sus ejércitos en cuanto a la disciplina, que a su vez les llevó a victorias muy sonadas tras aquel 23 de mayo de Heiligerlee.
Tras esta derrota, rápidamente el Duque de Alba remedió el error y, sin tiempo que perder, se fue a plantar batalla a los rebeldes en todos los puntos de las Provincias Unidas de los Países Bajos, reorganizando el ejército y obteniendo dos victorias fundamentales como las de Jemmingen en julio y Jodoigne en octubre de aquel mismo año.
Bibliografía
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https://www.xn--elcaminoespaol-1nb.com/blog/duque-alba-defiende-holanda-batalla-jemmingen/
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https://apuntessobrelamarcha.wordpress.com/2019/08/19/duelo-de-estrategias-en-los-rios-de-flandes-el-duque-de-alba-frente-al-principe-guillermo-de-orange/
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