Cuando uno se sumerge en los fondos de los archivos históricos no sabe lo que se puede encontrar. Simancas, o el propio histórico nacional, tienen miles de documentos por descubrir esperando a un investigador que les saque a la luz y muestre su contenido al mundo. Desde este artículo, por tanto, les animo a todos a lanzarse a la aventura y dar una oportunidad a los garantes de la conservación de nuestro patrimonio histórico.

Pero vayamos a la cuestión que nos atañe y que les he adelantado en el título: el silencio. En muchas situaciones de nuestras vidas -en un museo, el cine o cuando otra persona está hablando, por ponerles unos ejemplos rápidos- guardar silencio se plantea como algo necesario o incluso obligatorio.

Sin embargo, hoy vengo a hablarles de un concepto muy diferente de silencio: el del fragor de la batalla. Quizás ustedes lo saben, pero he de admitir que yo nunca me había parado a pensar en cómo sería el momento inmediatamente anterior al inicio de los combates. Probablemente por culpa del cine, casi siempre más preocupado por la epicidad de la escena que por el rigor histórico, siempre había imaginado a los hombres gritando, animándose unos a otros para intentar motivar al propio y asustar al ajeno; pero para mi sorpresa esto no es así -al menos en el caso de los tercios-.

He podido encontrar en el Archivo General de Simancas varios documentos en los que los sargentos castigan a sus hombres por no guardar silencio en el momento de la batalla, lo que me ha llevado a investigar más a fondo la cuestión. En efecto, el mantenimiento de un silencio casi sepulcral era una premisa de obligado cumplimiento para todos y cada uno de los integrantes del tercio. Sólo en el momento de choque con el enemigo se permitía gritar a coro cosas como «Santiago» o «Castilla» que seguro a todos les suenan.

Tras descubrir tan curioso dato, me planteé el porqué del asunto, así que a continuación les planteo las que considero mis conclusiones. Por supuesto, invito a cuantos este artículo lean a plantearme las suyas en los comentarios.

En primer lugar, el silencio absoluto con que los tercios avanzaban al combate sorprendía a los enemigos, que sentían en la mayoría de los casos un terror inimaginable al ver frente a ellos a un tercio español en perfecto orden y silencio.

También es fundamental el silencio para la transmisión de las órdenes. Recordemos que el éxito del tercio radica, entre otras cosas, en la gran movilidad de sus hombres, por lo que sin un silencio adecuado, los sargentos o demás oficiales no podrían ser escuchados.

En tercer lugar, considero que el mantenimiento del silencio es parte fundamental de la leyenda viva que suponían los tercios, y de la que los hombres que los componían eran, en su mayoría, conscientes. Sabían que no era fácil mantenerse callado justo antes de entrar en combate, pero lo hacían, no por el castigo del sargento, sino porque así debía ser.

Los Tercios, en definitiva, eran conscientes del temor que inspiraban al enemigo. Temor, por otra parte, necesario para compensar los habituales enfrentamientos desiguales a los que la Monarquía Hispánica tenía que hacer frente. Como ya les dije unos cuantos artículos , en el arte de la guerra es más importante parecer que no ser. Aquí tienen un ejemplo más.

Alberto Calvo Rúa.
En Valladolid a 10 de febrero de 2021.

*Fotografía de portada por Jordi Bru

«Todas las picas suman, únete al cuadro»
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