Llamamos Camino Español al conjunto de corredores militares utilizados por los tercios para llegar a Flandes desde Italia, en una serie de tránsitos iniciados en 1567 por el III Duque de Alba. Fue un gran logro logístico. Gracias a este primer Camino, el Duque logró acabar temporalmente con la rebelión calvinista.

Hasta aquí, los lugares comunes. Porque siendo cierto lo anterior, lo realmente interesante es comprobar la estricta y milimetrada organización que la monarquía hispánica fue capaz de levantar de la nada para tal tránsito. Una estructura precisa que contradice el manido tópico del desorden español, y que vamos a examinar recorriendo este Camino Español de 1567.

La primera piedra de esta vía no estaba hecha de granito de cantera sino de diplomacia; antes de mover el primer soldado fue necesario hacer un tremendo esfuerzo en materia de relaciones internacionales. El ejercito debía de atravesar una variada sucesión de territorios, algunos de los cuales estaban bajo soberanía de Felipe II, otros eran aliados y, finalmente, los había declarados como neutrales. A estos últimos, así como a Francia y a los Cantones Suizos, que eran colindantes del Camino, hubo que convencerlos de que se trataba de un ejército en mero tránsito, del que nada debían temer.

Conseguidos los permisos de paso, Alba comenzó la preparación de la ruta. Su genio organizativo no deja sorprender.

Primeramente, se enviaron oficiales a escoger el mejor itinerario. Para ello contaron con la ayuda de guías locales y de… pintores. La sofisticación llegaba al extremo de que un pintor reproducía el paisaje cuando había varias alternativas de paso. El cuadro realizado se llevaba después al Estado Mayor y allí se decidía por donde se había de pasar.

Una vez concretado el itinerario, se levantaron mapas del mismo. En aquella época, los mapas solían ser esquemáticos, señalando apenas los caminos, los ríos y las ciudades de la zona representada. No fue este el caso. El ejercito recorrió el Franco Condado con una representación del mismo realizada para la expedición por Fernando de Lannoy que resultó tan detallada que el propio duque de Alba lo declaró mapa secreto.

Y no solo eso. Trescientos gastadores acudieron después para acondicionar el camino, empleándose especialmente a fondo en la escarpada Saboya, cuyos pasos de montaña hubo en ocasiones que ampliar, y dos puentes de pontones se tendieron para cruzar los ríos Ródano y Denks. Estos se comenzaron con meses de antelación, y, para cuando llegó el ejército, estaban ya en perfecto funcionamiento.

Asimismo, fueron desplazaron dos mil cien soldados italianos a Saboya, como guardia del camino. Su cometido era velar por la seguridad de las tropas en tránsito. Estas no marchaban en formación de batalla, y eran por tanto vulnerables.

Para la marcha, Alba dispuso que el camino se realizara mediante etapas marcadas, para cuyo recorrido el ejército se dividiría en tres cuerpos -llamados vanguardia, batalla y retaguardia- que avanzarían por la misma ruta pero con una jornada de diferencia. De esta manera, la batalla llegaba por la tarde a la ciudad que esa mañana había dejado la vanguardia, y a la que al día siguiente llegaría la retaguardia, y así sucesivamente.

Durante estas etapas contaban como guías de la región con los llamados conducteurs. Solían ser nobles locales, y su cometido duraba dos o tres jornadas, acabadas las cuales, pasaban el testigo a los siguientes conducteurs.

A su vez, soldados avanzados tenían la misión de mantener la comunicación entre los tres cuerpos del ejército y se adelantaban hasta el siguiente final de etapa para cerciorarse de que víveres y alojamiento estuvieran dispuestos cuando llegara la vanguardia. Con la comida era necesaria una coordinación absoluta; no podía llegar después, pues dejaría a la tropa sumida en el hambre, y llevarla con demasiada antelación podría ocasionar su deterioro.

La alimentación diaria de dieciséis mil bocas entre soldados, acompañantes y servidores y de tres mil caballos suponía todo un desafío. Si bien en Saboya, que era zona de paso entre el Sacro Imperio, Francia e Italia y de frecuente tránsito de personas y mercancías, existía ya una infraestructura previa en alojamiento y manutención, en Franco Condado y Lorena no se daba esta situación.

En estos territorios hubo que mandar oficiales a tratar directamente con los campesinos, ganaderos y quienes podían ofrecer alojamiento. El dinero fue directamente a sus habitantes, y, en Caminos posteriores, los pueblos pujaban entre sí ante la Corona por ser final de etapa de las tropas, que tanto beneficio dejaban a su paso.

Para el reparto de la comida se ponían los carros en medio de la masa de soldados, pero pronto se comprobó lo inapropiado del sistema, pues era origen de tumultos. En los siguientes Caminos, las provisiones pasaron a almacenarse por su especie -carne con carne, harina con harina, etc.- en diferentes almacenes. A ellos acudía el furriel mayor del tercio con los furrieles de cada compañía, donde retiraban el alimento previa firma de un vale, que entregaban al campesino para que posteriormente cobrase su precio. Los furrieles hacían luego reparto sosegado entre los soldados de su compañía.

Este sistema tan respetuoso con la población local y que hoy puede parecernos obvio, era en realidad una innovación. En aquella época, y durante mucho tiempo después, lo común era que los ejércitos vivieran “sobre el terreno”, que es tanto como decir robando y saqueando lo necesario a su paso. Como ejemplo, podemos señalar el daño absoluto que supuso en este sentido la Guerra de los Treinta años en Alemania, donde infinidad de poblaciones germanas quedaron esquilmadas.

Con toda su impedimenta, esta ciudad ambulante formada de soldados, vivanderos, familias, herreros, prostitutas y mochileros, avanzaba. En la montañosa Saboya, acompañada de reatas de mulas, a razón de veinte a cuarenta acémilas por compañía; en el llano, entremezclada con infinidad de carretas de dos ejes, de dos a cuatro por compañía, además de carros de armamentos, herramientas, provisiones, heridos o enfermos…

Era este ejército en movimiento un espectáculo digno de admiración y maravilla. Mucha, muchísima gente fue a verlo pasar. Pierre de Bourdille, caballero francés que lucho contra y a favor de los españoles, y a los que admiraba mucho, ha dejado una excelente narración del paso por Lorena “de una gentil tropa de bravos y valientes soldados, bien escogidos de los tercios de Lombardía, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y una parte de los de La Goleta,…”

Tras citar su origen, Bourdeille nos da una descripción de aquellas tropas que admiraron sus ojos:

 “…todos soldados viejos y aguerridos, con tanto estilo en la vestimenta y en las armas, la mayoría grabados de oro, que fueron tomados más por capitanes que por soldados”.

Así, limpios y elegantes, vistosos y gallardos, marchaban los soldados.

Rafa Codes.

Bibliografía:

CARBONERAS, JUAN V., España, mi natura, Edaf, 2020.

PARKER, Geoffrey, El ejército de Flandes y el Camino Español, Alianza Editorial, 2003.

TOGORES, Luis E. y SEGURA, Germán, La guerra de Flandes y el Camino Español, Galland Books, 2019.

También es posible obtener una visión rápida y precisa sobre la materia escuchando la conferencia de Hugo Cañete «Flandes. El Camino Español», pronunciada el 5 de marzo de 2020:

https://www.histocast.com/podcasts/h-files-46-conferencia-flandes-el-camino-espanol-en-la-acab-por-hugo-a-canete/

Ilustración: «El Camino Español» de Augusto Ferrer Dalmau.

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