Álvaro González Díaz

En plena guerra de los Ochenta Años y ya iniciada la guerra de los Treinta Años, España todavía tenía fuerzas para batirse con sus enemigos, que no eran pocos, tanto por tierra como por mar. Este ultimo era el caso al que nos vamos a referir con la batalla de los Abrojos, en las costas de Pernambuco, en Brasil, en la que España venció a Holanda, tras seis horas de combates. El 12 de septiembre de 1631 la flota hispano-portuguesa se encontraba frente a la flota holandesa, la suerte estaba echada.

En febrero del año anterior, una flota de unos sesenta y siete navíos holandeses, con unos 7.000 efectivos, conquistaba Olinda y Pernambuco. A pesar de ello, los autores coinciden en la gran defensa que los portugueses hicieron, que favoreció que la flota holandesa quedase arrinconada en la costa teniéndose que abastecer por mar.  Se decidió, entonces poner en marcha una ofensiva desde España y Portugal, a pesar de la situación en Europa en la que España estaba sumida ya en la Guerra de los Ochenta Años y la de los Treinta, con muchos recursos destinados en Flandes. Sin embargo, Castilla aportó dos tercios del presupuesto para la campaña mientras que Portugal el resto.

La presencia holandesa en América responde, igual que ocurrió con Inglaterra o Francia, a las ansias por ganar terreno al Imperio Español a base de incursiones piratas y acciones de rapiña. En este sentido, para ello, Holanda había creado la Compañía de las Indias Orientales en 1602 y la Compañía de las Indias Occidentales en 1621 con el objetivo de que estas se fueran estableciendo en puntos del Caribe, el Océano Indico o el Pacifico, entre otros. España, se hallaba inmersa en innumerables conflictos por lo que se le hacía muy difícil el mantenimiento y defensa de todo su imperio, por falta de efectivos como destaca Elliot.

En plena guerra contra España, el cometido de los holandeses era claro y conciso, debilitar a la Monarquía Hispánica a toda costa y, para ello, trasladar la guerra a aguas americanas era una buena maniobra de distracción. En esta táctica los holandeses dispusieron a 6.000 hombres en tierra, que avanzaron hacia Arrecife, ante la imposibilidad de que los españoles, con los medios con los que contaban allí, les hicieran frente.

En mayo de 1631 el almirante Antonio de Oquendo zarpaba desde Lisboa mandando una flota de veinte navíos de guerra. En esta flota iban unos 3.000 soldados de compañías de los tercios, expertos en abordajes y capacitados para enfrentarse en operaciones anfibias, como establecen de Pazzis (2019) o Laínez (2021). Estos soldados pueden parecer pocos, en comparación con los holandeses que allí aguardaban, pero, sin embargo, su capacidad y entrenamiento los convertían en cuerpos de elite, lo que estos autores han denominado como los “tercios embarcados”, hombres de los tercios capaces de navegar, con aptitudes y conocimientos en el mar y con capacidades militares extraordinarias. Esta flota se disponía a reforzar la situación de Brasil. A pesar de ello, los expertos coinciden en que debido a la situación por la que atravesaba España, los efectivos eran limitados con respecto a ocasiones anteriores por lo que las instrucciones eran claras, descartar un combate frontal contra las plazas tomadas por los holandeses.

Además, las ordenes de Felipe IV eran claras para don Antonio de Oquendo, sin duda uno de los mejores almirantes de España, en las que establecía, entre otras cosas, como destaca Clara Zamora (2017), que la gente viva bien y cristianamente; que no se permitan juramentos, blasfemias y otros pecados públicos; que no se embarquen mujeres, y que Oquendo lo controle todo con visitas públicas y privadas; (…) asistir a otras plazas, embarcar los azúcares y llevarlos de vuelta a España.

Así pues, con los estandartes desplegados, a principio de septiembre ya habían cumplido el cometido y habían entablado contacto con las plazas en cuestión, sin hallar oposición alguna. Desembarcaron los refuerzos y reorganizaron en la Bahía de Todos los Santos el socorro de Pernambuco. Fue el día 3 de septiembre cuando Oquendo da la orden de regresar a la mar, con sus tropas organizadas ya.

El almirante holandés, Adrian Pater, al saber de la noticia de la llegada de los españoles, envió a su escuadra para interceptar a la de Oquendo. Salió a hacer frente a los hispano-portugueses eligiendo para tal ocasión los mejores buques de los que disponía. Pater, según los autores, presuponía que Oquendo solo contaba con ocho buques de guerra. Además de ello, la flota holandesa era superior en número de barcos, así como en el tamaño de estos y en el armamento de a bordo.

El viento había arrastrado a la flota hispano-portuguesa hacia los Abrojos, es decir, al sureste. El 11 de septiembre Pater avista, por fin, a la flota de Oquendo y se apresuró para disponer la batalla que seria, sin duda, el día siguiente.

Entonces el 12 de septiembre de 1631, la armada española advierte a la escuadra holandesa a barlovento. Oquendo, en este sentido, situó a sotavento a la armada española afirmando que los navíos enemigos eran poca ropa (op. cit.). La flota de Oquendo contaba con cinco barcos castellanos pequeños, al igual que otros cinco portugueses, que apenas llegaban a las 300 toneladas, una urca flamenca y solamente seis buques grandes. Coinciden los autores en que Oquendo, por tanto, situó a estos seis buques delante, defendiendo a los demás, más pequeños, ya que rehusó llevar el combate a tierra, evitando así desembarcar a los hombres. 

En las primeras horas del día 12, amaneciendo ya, el almirante holandés, cerveza en mano, hacia un brindis por la victoria tras haber dado las ordenes pertinentes a sus hombres. Dispuesta en dos líneas, la flota holandesa aprovechaba las ligeras brisas que soplaban dirección este-noreste. En ese momento Pater se dispuso a avanzar contra Oquendo. La flota española, entonces, se distribuyó en formación de media luna, interponiéndose los buques de guerra entre el enemigo y los buques menores, a los que escoltaba.

Era ya casi mediodía cuando la flota española, por orden del vicealmirante Vallecilla, abre fuego iniciándose el combate. Los holandeses avanzan entonces y comienza el combate. A los pocos minutos, el galeón de Oquendo, junto a otros cuatro, abren fuego contra la capitana holandesa, el buque de Pater. Este, a su vez, sin acobardase, decide batirse. Así, los holandeses, ya cerca de la flota española, deciden abrir fuego. Se produce la situación mas difícil, una encarnizada batalla en aquel mar que parecía el infierno mismo. Los autores destacan que el combate se centró en torno a los buques insignia de ambos bandos, así como en los buques de los vicealmirantes. Tras lanzar descargas sin parar unos contra otros y ante los intentos frustrados de ambos por abordar al enemigo, la capitana holandesa embistió la popa de la capitana española. Sin embargo, esta viró y se colocó junto a la enemiga, aprovechando el barlovento.

Como se ha señalado anteriormente, los barcos holandeses eran de mayor tamaño por lo que se hacía difícil un combate igualado entre ambos, además los holandeses contaban con mas buques de guerra. Sin embargo, a pesar de todo, mientras la capitana de Oquendo se batía con todas sus fuerzas contra la holandesa, llegaron dos barcos en ayuda de este. Se temían muchas bajas hispano-portuguesas ya que el fuego de mosquetería holandés hacia mella en las cubiertas de algún que otro barco español, pero, a pesar de todo, la flota de Oquendo resistía, con uñas y dientes, ya que la situación no era nada favorable, sino al contrario.

En torno a las cuatro de la tarde, un certero disparo del buque insignia de Oquendo incendió el barco de Pater. Los arcabuceros hicieron el resto al disparar sin cesar para entorpecer a quienes intentaban apagar el fuego. Pater murió ahogado. El barco de Oquendo fue apartado por otro, gracias al cual consiguió salvarse de las llamas. Y mientras esto sucedía, la nave del vicealmirante Vallecilla era abordada por los holandeses y finalmente hundida, produciéndose muchas bajas, la nave holandesa tuvo el mismo final y se fue a pique en tal encarnizado combate.

A partir de ese momento los holandeses, a excepción de tres naves que seguían dando batalla, aunque de lejos, se dispersaron. Cuentan los expertos que ambos bandos se cañonearon desde la distancia sin buscar el abordaje o un cuerpo a cuerpo.

La escuadra holandesa quedó maltrecha y se retiró. Las bajas, según los autores oscilan en torno a los 2000 muertos, la perdida de 3 de sus mayores galeones, incluido su buque insignia y su almirante, frente a las bajas hispano-portuguesas de apenas unos 580 muertos, un galeón hundido y otro apresado. En este sentido, a veces la historia también se cuenta dentro de otra historia y se convierte en una hazaña más. 196 españoles eran ya presos de los holandeses cuando consiguieron tomar el buque en el cual iban presos y regresaron para reunirse con la flota española, para mas satisfacción si cabe.

Además, en torno al 17 de septiembre las dos armadas se volvieron a encontrar y mientras Oquendo quiso presentar batalla, los holandeses no. El oficial al mando, un tal Thijssen decidió bajar la cabeza y poner rumbo a Arrecife de nuevo, esto ya era el 22 de septiembre y España celebraba otra victoria mas en su enorme libro de la historia.

Álvaro González Díaz

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