-Álvaro González Díaz

La Guerra de los 30 Años se inicia en 1618 y acaba en 1648, con la Paz de Wesfalia y la Paz de los Pirineos.  Una guerra europea en la que todas las potencias se vieron involucradas, incluida España.

 Sin embargo, este hecho vino determinado por una costumbre arraigada en aquellos lares. Aunque hubo 4 defenestraciones, la tercera, sin duda, fue la mas conocida. El 23 de mayo de 1618 los nobles protestantes entraban en el castillo de Praga y arrojaban por la ventana a los delegados imperiales, desencadenándose así una guerra, la Guerra de los Treinta Años.

Contexto

Para entender el inicio de la Guerra de los Treinta Años habría que situarse hasta la Paz de Augsburgo en 1555. Esta paz era un acuerdo firmado por el emperador Carlos V y los príncipes luteranos en la cual se establecía que los príncipes alemanes podrían elegir la religión de sus señoríos (luteranismo o catolicismo) según su conciencia “Cuius regio, cuius religió”. Además se respetaría a los luteranos que estuvieran en un estado Eclesiástico, es decir bajo control de un obispo, y se respetaba también las posesiones tomadas por estos a la Iglesia Católica desde 1552 (Paz de Passau), entre otras tantas cosas. Como era de esperar, los odios entre católicos y luteranos cada vez se acrecentaban más dejando al descubierto lo establecido en la Dieta de Espira (1526) en la que se pretendía frenar el avance del protestantismo y de los turcos, entre otras. 

A pesar de todo ello, la clave fue la Paz de Augsburgo ya que muchos obispos se negaban a abandonar sus obispados. La paz de Augsburgo, según los autores, sirvió para acrecentar el poder católico. Todo ello, como se ha mencionado produjo un ambiente de tensión entre católicos y protestantes luteranos. Sin ir más lejos, Alemania fue el centro de esas tensiones que desembocaron en destrucción de iglesias luteranas o limitaciones al culto luterano. Pero, lejos de disminuirse esta tensión, en Alemania, además, se expandía el calvinismo otra rama del protestantismo que ayudó al agravamiento del conflicto religioso. La lucha por el poder en Europa central pasaba por el control de la religión. En este sentido, como establecen los autores, serán los Habsburgo y los reyes de Polonia los que intentaban restaurar el poder católico, ante las divisiones de los príncipes alemanes y el avance de otras corrientes religiosas –luteranismo y calvinismo-. 

Sin embargo, la extensión del poder de la Casa Habsburgo hizo posible, también, la extensión del protestantismo. Esta extensión de poder ligada a la permisibilidad de la extensión de otras religiones con el tiempo chocaría. En este sentido, Suecia y Dinamarca eran países de confesión luterana que aspiraban al dominio de los Estados alemanes del norte. Por otro lado, Francia estaba interesada en recuperar la hegemonía a costa de las posesiones de los Habsburgo y deseaba también el dominio de los Estados alemanes. Esto suponía una amenaza para las posesiones de Felipe III situadas alrededor de la frontera occidental de los Estados alemanes, como Flandes y el Franco Condado, por ejemplo. Así, a principios del siglo XVII se incrementaron las tensiones entre la gran mayoría de las naciones de Europa. Todo ello desencadenó tensiones. En 1606 en la ciudad alemana de Donauwörth se produjo un episodio violento en el cual los luteranos obstaculizaron los intentos de los católicos de realizar una procesión provocando con ello el estallido de una revuelta de gran violencia. Después, en 1608, los calvinistas alemanes, quienes constituían una minoría todavía, crearon la Liga Protestante, bajo el mando del elector del Palatinado,  Federico IV. Este, a su vez, tenía en su poder el Palatinado de Renania, un territorio deseado por España ya que protegía el Camino Español y por tanto sus territorios.

Para frenar esto, los católicos se agruparon en la Liga Católica con el duque Maximiliano I al frente. En 1619 moría el emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia pero le sucedería su primo hermano como Fernando II, quien primeramente seria rey de Bohemia y Hungría en 1617 y 1618 respectivamente. Este rey era católico y como tal quería restaurar la confesión católica. En Bohemia no fue bien recibido ya que era un territorio protestante, siendo este rechazo el causante del clima de tensión y la consecuente Guerra de los Treinta Años.

En resumen, tenemos la siguiente situación: la importancia del territorio de Bohemia para los Habsburgo, la situación religiosa del territorio y el rechazo de los protestantes al nuevo rey Fernando. La importancia de Bohemia residía en que era la frontera contra el Imperio Otomano y estaba situada estratégicamente en Europa, siendo un pilar importantísimo para el catolicismo y el imperio como destaca García Torresano (2018). En este sentido, el creciente catolicismo de la zona provocaba recelo entre los protestantes ya que veían con gran temor la consolidación del poder en España, aliada de los Habsburgo.

La defenestración de Praga. El Inicio de la guerra.

En marzo de 1618 los protestantes, constituidos en asamblea, hicieron peticiones al emperador sobre la cuestión religiosa en Bohemia, peticiones que fueron rechazadas. Acto seguido, con la construcción de una iglesia protestante en un territorio rural de Praga se produce un incidente, que a simple vista pasa desapercibido pero que será el causante de la defenestración.  Esto desembocó en tumultos violentos. Sin embargo, la asamblea recibe una carta del Consejo de Regentes en la cual se pedía que disolvieran dicha asamblea. Los protestantes furiosos tomaron el castillo de la ciudad haciéndose fuertes en el Hradschin (Palacio Real de Praga) donde se amotinaron.

El 23 de mayo de 1618 los protestantes que habían hecho aparición en el castillo arrojaron por las ventanas de dicho castillo a los delegados imperiales (dos miembros del consejo y su secretario) –Defenestración de Praga-. A pesar de que los imperiales no sufrieron daños puesto que cayeron, según los autores, en un carro de estiércol, este hecho provocó la Guerra de los Treinta Años.  Tras ello, establecieron un gobierno provisional y autorizaron el reclutamiento de un ejército. Pero ahí no queda todo, además los rebeldes enviaron cartas en busca de aliados a su causa, sobre todo a los enemigos de los Habsburgo (elector del Palatinado, Saboya, Venecia, Holanda…), como bien establece García Torresano.

A partir de aquí, con la muerte del emperador, los protestantes proclamaron al elector del Palatinado, Federico, como emperador del Sacro Imperio Romano, como Federico V. sin embargo, este no duraría mucho en el poder, apenas un invierno (Cesar Cervera, 2018) y, mientras eso ocurría, es proclamado como emperador el rey de Bohemia, Fernando (Fernando II).  Fernando rápidamente actuará para sofocar el levantamiento rebelde, aunque ya era tarde. Su intención era aplastar a los protestantes y aparte de la Liga Católica llamó a su primo Felipe III de España, quien aceptó.  En este sentido, Fernando ofreció a Felipe III la soberanía de Alsacia si este aceptaba entrar en la guerra de su lado. Cosa que aceptó evidentemente. Además por estas fechas se producía una renovación en la corte española al ser destituido el Duque de Lerma, valido del rey Felipe. En el ambiente de la corte se palpaba, como establece Cervera nuevamente, las ansias de recuperación del prestigio de las armas españolas, tras un “tiempo de repliegue”.

En este sentido, Spínola, el general de España por aquellas fechas, dirigió un ejército de unos 10.000 infantes y 3.000 jinetes, según los autores, hacia Bohemia en un primer momento, o al menos eso hizo creer. Su brillante maniobra de distracción culminó con éxito ya que Spínola se lanzó al Palatinado, dominio de Federico, conquistando para España la mayor parte de aquel territorio, enfrentándose, según los autores, a algo más de 25.000 mercenarios.

Aparte de esta acción, con el terreno controlado, Spínola envió a tres tercios valones y uno napolitano para que se unieran a la Liga Católica enfrentándose en la batalla de Montaña Blanca (1620) a los protestantes, quienes sufrieron una aplastante derrota. Con ello, se abría Praga a Fernando II mientras que Federico tuvo que exiliarse. Fernando, según García Torresano, aplicó una política bastante absolutista en este territorio imponiendo también de manera muy dura la religión.

La revuelta protestante había fracasado por estas fechas pero sin embargo había desembocado en una guerra larga. Si España había tomado el Palatinado, esto provocó una reacción en cadena y otras potencias se involucraron en el conflicto. Dinamarca y, después, Gustavo Adolfo de Suecia intervinieron también en un primer momento hasta que con el tiempo más potencias, como Francia, intervinieran contra el bando hispano-imperial.  Esta guerra, la de los Treinta Años, culminaría en 1648 remodelando por completo el mapa europeo, vaticinando así un nuevo poder hegemónico y alianzas. España, una de las más perjudicadas, comenzará a perder territorios tras 1648.

Conclusiones

La Guerra de los Treinta Años es el ejemplo de cómo un conflicto localizado puede convertirse en una guerra europea, e incluso, como afirma Domínguez Ortiz (2006, pp. 266-272), en una guerra mundial debido a las tensiones previas que los diferentes territorios tenían.  La Defenestración de Praga constituye el inicio de la guerra pero sin embargo habría que buscar las causas religioso-políticas que llevaron a este hecho.

Los enemigos del Imperio y de España se veían amenazados ante el poder que estos estaban cogiendo. Además, la cuestión religiosa hacia más inestable la política. España debía mantenerse aliada del Sacro Imperio ya que había posesiones que le interesaba mantener bajo su soberanía o como aliadas para proteger sus territorios como Flandes o el Franco Condado entre otras.

Para evitar eso, muchas potencias se posicionaron del lado protestante, no por simpatía religiosa sino más bien como aliados con un enemigo común. Esta rebelión nobiliaria que comenzó como una revuelta protestante acabaría sumiendo a Europa en una larga y cruenta guerra la cual, según los autores, acabó con la vida de unos 8 millones de personas. A pesar de ello, pone de manifiesto el cambio en la hegemonía, España tras esta guerra vio reducidos sus territorios dejando paso a Francia, potencia que vislumbraba ya como suya la hegemonía europea. España aún daría que hablar todavía en estos años pero cierto es que su poder se declinaba en Europa en favor de otras potencias.

En este sentido, las alianzas muchas veces juegan una mala pasada –como ha ocurrido siempre- sin embargo, España tuvo que involucrarse en una guerra que no era suya pero que pensó que sería lo mejor para sus intereses, además le unía con el emperador lazos familiares por lo que la suerte y el destino estaban echados.

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