Hasta la actualidad, la historiografía en relación con la infantería de la Monarquía Hispánica ha volcado sus intereses en el estudio del cómo y dónde surgieron los tercios. Esta actividad ha tenido como resultado un mundo lleno de publicaciones, divulgativas y científicas, que han tenido una fuerte repercusión, calando en cierto modo en la sociedad.

De este modo, se entienden a los tercios como el resultado de una evolución paulatina de ordenanzas y hechos militares que se concentran desde la Guerra de Granada, en 1492, hasta la década de los años 30 del siglo XVI, otorgando una especial significación a las Guerras de Italia, con enfrentamientos resueltos por el Gran Capitán que fue adoptando, de forma progresiva, nuevas maneras de combatir.

Ante este panorama, uno de los análisis, que ha quedado náufrago, ha sido la explicación de por qué surgieron los tercios. Aparte de entrar en los medios necesarios para su aplicación, se tienen que argumentar nuevos aparatos científicos que sirven para explicar la fuerte resolución de organizar la infantería en forma de tercios.

Los tercios surgen, no por otro motivo, sino por necesidad. La Monarquía Hispánica, como primera monarquía global compuesta por múltiples territorios inconexos entre sí, fue la única potencia que se debió enfrentar a esta particular problemática que otras no tenían, y la primera en tener que crear un ejército permanente y siempre movilizado que debía actuar fuera de su área principal de reclutamiento.

En efecto, las guerras en Italia desatadas a comienzos del siglo XVI, enfrentando a la Monarquía Hispánica con Francia, fueron el caldo de cultivo esencial para la creación de los tercios. La Corona española era consciente de que Italia formaba una bisagra fundamental en las posesiones de los Austrias, pues suponía un nudo de comunicación de incalculable valor, además de servir como punto de control del Mediterráneo, donde se acumulaban las amenazas, focalizadas en los ataques piratas de Berbería, los avances de los turcos y las propias rivalidades europeas.

Con todo ello, la Monarquía Hispánica estaba necesitada de hombres fuera de las fronteras españolas, que se asentaran en Italia para resolver todos estos conflictos. De ahí surge la necesidad de encuadrar a las formaciones existentes en unidades permanentes, que serían los tercios, aquellos que posteriormente se llamaron viejos y que tenían la misión de cubrir las necesidades bélicas de la corona. Los primeros tercios creados: Lombardía, Nápoles, Sicilia (dejando a un lado el de Málaga, que se convertiría en el de Niza) eran auténticas unidades permanentes, que se nutrían solo de soldados españoles llegados desde la península y que servían para una doble función: defender las plazas donde están destinados y ser enviados a cualquier centro de operaciones en los que fueran necesitados por la Monarquía Hispánica. Así, estos se diferenciarán de los tercios que se creen posteriormente, que podemos tildar de extraordinarios, por formularse sin este carácter permanente, en relación con un único territorio.

De este modo, los tercios van a cubrir la necesidad de la Monarquía Hispánica de tener hombres siempre dispuestos a la batalla. Representa pues la profesionalización del ejército, que se va a ir diferenciando de forma sobresaliente del mundo Medieval.  En la Edad Media, se organizaban ejércitos de forma esporádica para campañas puntuales. Los barones y caballeros ofrecían sus servicios, y los de sus vasallos, a su señor feudal, normalmente solo por un periodo de unos cuarenta días, el tiempo que separa la siembra de la cosecha. La mayor parte de las incursiones eran cabalgadas. El objetivo era la destrucción sistemática de la riqueza y recursos del contrincante. Son incursiones rápidas.

En cambio, en el siglo XVI los ejércitos salen a campear casi en cualquier temporada y se generaliza por parte de todos los estados el uso de fuerzas permanentes, siendo en este proceso la Monarquía Hispánica la primera en realizarlo.

Con ello, el soldado se convierte en un trabajador del estado, del rey, que le paga de forma mensual por sus servicios a la corona. Se produce un control del ejército y se traduce en la creación de un sistema logístico capaz de proporcionarle los medios necesarios para cubrir su supervivencia, aunque como sabemos, las necesidades no fueron pocas. Fueron estas unidades las que se tenían que enfrentar a las principales rivalidades de la Monarquía Hispánica, aquellos soldados que protegían los intereses del rey y de la monarquía, por encima de todo.

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