Retrato Felipe II


Autor: Francisco Moreno Rodríguez

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Durante la segunda mitad del siglo XVI, el Imperio español alcanzó su mayor apogeo bajo el mandato de uno de los monarcas más interesantes y enigmáticos de nuestra historia, Felipe II el Prudente. Conocido es que España mantenía territorios a lo largo y ancho del globo por el fuego de los arcabuces y las picas de nuestros ejércitos, en especial los Tercios de Infantería española.
Sin embargo, el monarca español sabía bien que tal poder y estatus no se aguantaría únicamente con fuerza, sino que hacía falta, a su vez, conocimiento, información. Para ello, estructuró e hizo crecer a uno de los mayores servicios de inteligencia que la historia haya podido conocer, tanto en tamaño de sus redes como en la eficacia de las mismas.
Siempre atrapado en sus despachos, envuelto entre documentos e informaciones, Felipe II lideró una telaraña de espías, informantes y sobornadores que operaban desde las costas del Mediterráneo al norte de Europa, pasando por las posesiones españolas en América, África y el Pacífico. Tal importancia se les otorgó a las labores de inteligencia que se ha llegado a saber que España gastaba en espionaje a lo largo de un semestre (6 meses) lo que Inglaterra en 6 años durante la década de los 80´ del siglo XVI.
Uno de los aspectos cruciales en las labores de espionaje es el cifrado de los mensajes que no deben caer en manos enemigas, y, en este aspecto, nuestros servicios de espionaje fueron punteros por entonces. El Prudente renovó la Cifra General nada más llegar al poder, y con el uso de la tinta invisible y la escritura microscópica, nuestros informes eran descodificados por el enemigo demasiado tarde para poder actuar.
Estos mensajes secretos eran transportados de mano en mano y de en boca en boca por miles de hombres y mujeres desde Turquía a Inglaterra, pasando por Italia, Francia o Flandes, entre otros. Pero no solo había civiles normales y corrientes al servicio del Imperio, sino también agentes especiales que llevaban a cabo las misiones más peligrosas, tales como nuestro querido don Miguel de Cervantes, que aparte de combatir en Lepanto, también sirvió como espía en el norte de África, o Martín de Acuña y su intento de acabar con el arsenal del Sultán turco.
Personajes como estos e historias como el intento de desembarcar tropas imperiales en Irlanda, la implicación de agentes españoles en la Conspiración de Babington, o la conjura del secretario Antonio Pérez, constituyen uno de los aspectos más interesantes y menos conocidos de nuestra historia

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