-¡Niños! ¡A casa todos!- Gritaba mamá mientras nos empujaba dentro, las vecinas hacían lo mismo mientras papá y otros hombres encerraban el ganado. Yo tiraba de la falda de mi hermana mayor y le preguntaba – ¿Qué pasa? – – ¡¿No lo has visto?! – – ¿El qué? – –Vienen los españoles– – ¿Quiénes? – – ¡EL DUQUE DE ALBA! ¡Y TE VA A COMER! – gritó mi hermano dándome un susto. Lo siguiente que oí fue la bofetada que le dio mi madre – ¡No es momento para tus tonterías!– – perdón mamá– dijo compungido mientras ella se giraba hecha una furia y nos mandaba no asomarnos a las ventanas, que no nos vieran.

No sabía muy bien de qué nos escondíamos, quienes eran los españoles, pero si había oído hablar del Duque de Alba. Era el peor que había podido existir, y si los españoles eran su ejército serian como él, crueles, temibles, perversos… que saqueaban todo a su paso.

Caía la noche cuando empezamos a oír ruidos de caballos y carros, y luego tambores, esos que utilizan los ejércitos para marcar el paso, me escondí bajo una mesa, cerré los ojos y respiré hondo. Me desperté de golpe, allí seguía bajo la mesa, cuando me vio una de mis hermanas y me tendió la mano – ¿Qué hacías ahí? – me encogí de hombros, le di la mano y nos fuimos a la cocina, mamá acababa de calentar caldo. Lo bebimos en silencio y nos fuimos a dormir.

En medio de la noche me desperté sobresaltada, había tenido una pesadilla, soñé que el Duque quemaba la aldea y se llevaba todo el grano que tenía que durarnos todo el invierno, mientras se reía. Me giré y vi a mi hermano asomado a la ventana, me puse en pie dispuesto a apartarle de un empujón, pero me vio puso su dedo sobre los labios y me hizo una señal para que me acercara, me quise negar, pero la curiosidad fue más fuerte que el miedo y me acerqué a ver a aquellas bestias salvajes. – ¿Qué hacen?­– ­– Cantan ¿No les oyes? O hablan, no lo sé pero parece que ellos se entienden – – los animales y los monstruos no hacen eso ¿Verdad? – Volví a preguntar –No, o eso dice el pastor– nos quedamos un rato viendo como las sombras proyectadas por sus fogatas se movían por aquel campamento.

Nos despertamos al amanecer como de costumbre, pero al campo esta vez solo fueron los hombres, los demás nos quedamos en la aldea, esperando su regreso. Cuando volvieron corrimos hacia ellos, nos sorprendió que estando allí aquellos monstruos no les hubiese pasado nada. Me acerqué a mi hermano mayor – ¿Has visto al Duque de Alba? – Negó con la cabeza – ¿y a los españoles? ¿Los viste? ¿Cómo son? – Se encogió de hombros y dijo – Son hombres, simplemente hombres­–.

A la mañana siguiente les vimos levantar el campamento. Recogieron y se fueron, pacíficos, sin problemas, ni devastaciones, sin acercarse a nosotros. Dejaron las huellas normales de un campamento, restos de fuego, de animales, las cosas que dejan los hombres, porque a pesar de lo que nos habían contado, eran simplemente hombres.

[Imagen de portada:»Furia española en Amberes: asesinato en las calles, 1576″ de Frans Hogenberg, 1588, Rijksmuseum, Amsterdam, Países Bajos.]

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