Por Pau Josep Crespo Caballero
Es el 25 de Enero de 2021. Una duda cruza nuestra mente a medida que se va acercando la hora. Aparece de la nada, fugaz, inmediato, como una tormenta inesperada que descarga su horrible aguacero. Tan pronto como llega se disipa, sabiendo que no es momento de ninguna vacilación, que no es el tiempo de andarse preguntando si todo saldrá bien o si se podía haber hecho más, si hay algún cabo suelto. No, no hay espacio para esas cuestiones.
El Instituto nos va recibiendo conforme vamos llegando, uno por uno, cruzando las seguras puertas y adentrándonos en el lugar que nos ha de acoger durante los próximos días. Silencio. Aún es pronto. La intendencia, presta como es menester, se encarga de atendernos dando gala del espíritu de compañerismo, de camaradería y de compromiso para con aquellos que lo soliciten. Están tan ilusionados como nosotros, y prueba de ello es ese brillo en los ojos que muestra una sonrisa oculta por las necesidades sanitarias del momento.

Todo parece en orden, micrófono, proyector, iluminación, así como galantes y prestos hacen acto de presencia en el salón Imperial Service, capitaneado por Jose Miguel y escoltado por Roberto, el más bisoño de los nuestros, el más arrojado de todos. Lucen inmáculos, excelsos, ataviados con las galas de tiempos pasados. Ojalá volviera a ser moda, al menos en la ciudad que es villa y corte.
Hay dos miembros que sabemos que no pueden hacer acto de presencia, Ángel y Rafael, presos de la inevitabilidad que es el mantenimiento de una situación delicada de salud. Nada grave, pero necesario. Confiamos en la brevedad de su recuperación y que puedan acompañarnos, dado que sin ellos, como sin cualquiera de nosotros, no habríamos llegado hasta aquí.
La charla es animosa, dejando entrever entre las costuras esos nervios propios del momento. Se ha trabajado mucho y muy duro para llegar hasta ahí, para que todos los actores intervinientes den lo mejor de sí y estén a la altura de lo que merece la ocasión. Una última palmada, un último chiste. Comienza a llegar el público.
Ojalá no viviéramos los tiempos actuales, en donde si de normal se ha de tener cuidado, con más razón todavía. En una sala engalanada con las banderas que nos precedieron, las sillas quedan dispares, dispuestas en una amplitud tal que por mucho que no quede sitio, por más que se complete hasta el último asiento, sabemos que en otra ocasión cabrían el triple de personas. Nos resignamos, ya llegará esa ocasión.
“Apellidos y nombre”, se pide con esa fórmula la identificación a todo el que llega. Las listas han sido confeccionadas por registro previo, buscando siempre la protección y seguridad de todos los que como nosotros, sienten verdadera pasión, verdadero ardor por nuestra historia y sus protagonistas. Al igual que en nosotros, se puede ver alegría en sus rostros tapados en parte por la tela.
Se respira el ambiente académico, reverencial, respetuoso a más no poder. Por muy joven o mayor que se sea, en ese lugar no hay espacio para las chiquilladas. Bastones, estrellas, galones y uniformes se yerguen estoicos en una suerte de mando formado para la ocasión. Sin apenas quererlo, hemos honrado antes siquiera de empezar a nuestros viejos Tercios, Adoptando su configuración y su reclutamiento.
Dan la hora. El moderador, el Coronel Manuel Casas Santero, toma la palabra, e introduce de forma magistral a cada uno de los ponentes. Hoy, contamos con la suerte de tener a Enrique Martínez Ruiz, con su ponencia sobre la creación de los tercios. Sigue Eduardo de Mesa, dando gala de los aparejos y utensilios de los que se valía nuestros soldados en contienda. Acaba Fernando Martínez Lainez, dando el último broche con las tácticas y formaciones que hicieron famosos a los Tercios. Ojalá cada uno de ellos tuviera más tiempo, contara con más minutos para poder abarcar el tema. Se nota las ganas de más, por parte de todos los presentes, así como de los que nos ven por redes sociales. Los datos que llegan son apabullantes, nunca antes en uno de nuestros coloquios habíamos alcanzado cifras de cuatro dígitos, y aquí desde el primer momento, miles de personas nos han acompañado a lo largo de la tarde.

Se brinda ronda de preguntas, pidiendo brevedad por las exigencias del horario castrense. Se dan un par de pinceladas más, esbozos algo más complejos del tema a tratar en esa primera jornada. Todo acaba, y como manda la tradición, se fotografía a los ponentes para la posteridad.
La charla ahora es distendida, mientras se va desalojando el espacio. Los rangos han quedado a un lado, los títulos, apartados, y somos una comunidad que con intriga y curiosidad, busca conocer, aprender más y más cada día que pasa sobre la historia de éste país. Los nervios ya se han disipado, y si bien permanecemos en silencio, rematando el final de una larga jornada, es indudable el júbilo que se respira.
Las luces del salón de actos del instituto se apagan. Los coches van yéndose uno por uno del aparcamiento, quedando mudo el lugar. La bandera se ha arriado, pero sólo por unas horas. Mañana volverá a lucir engalanando el mástil, anunciando un nuevo día. Mañana volveremos, de nuevo con una sonrisa, de nuevo con la pasión por lo que amamos, de nuevo, con la seguridad de un trabajo bien hecho.





