El calor arreciaba un poco, siendo un alivio para todos, tanto sitiadores como sitiados más de tres años llevábamos guerreando contra los rebeldes holandeses, ingleses, franceses y sabe dios quien más, esta guerra era un todo o un nada, católicos contra protestantes media Europa en guerra, ni la propia Isabel Clara Eugenia hija del gran monarca español Felipe II se podía imaginar en el verano de 1601 cuando comenzó el asedio de Ostende ciudad clave para la corona en el desarrollo económico de los territorios gestionados desde Bruselas iba a ser tan caro en recursos, hombres y a su vez longevo en el tiempo.
Se decía que más de cien mil hombres habíamos conseguido movilizar los españoles y otros tantos el enemigo en esta épica empresa. La verdad que yo no los conté, pero sí que pude dar fe de montañas de cadáveres en el campo de batalla, en las trincheras, en las orillas, cuerpos arrastrados por la marea, en fin una cantidad de vidas perdidas a lo largo de una batalla sin precedentes en la historia vivida hasta el momento.
Sobrevivir a esta hazaña no fue fácil para nadie, la verdad es que la suerte y la camaradería, que si alguna vez existió, se llamó Flandes de nombre y Tercios Españoles de apellido tuvieron mucho que ver.
Comencé joven en los tercios, para Mayo de 1598 de nuestro señor Jesucristo a la temprana edad de diez años, mi nombre Álvaro Moreno de Segura. Mi madre era una de aquellas mujeres que acompañaban a nuestro ejército por el camino español la ruta que unía Milán con Bruselas, creada durante la época de Felipe II para evitar a ingleses y franceses que nos acosaban en el canal de la Mancha para mandar nuestros navíos a pique. Siempre dormía caliente, acompañada y con la barriga llena, cosa que en la España peninsular no podía hacer con asiduidad, de ese modo de vida nací yo un 16 de Abril de 1588, mi nombre se debe al Gran Álvaro de Bazán, madre escuchó entre los soldados infinidad de historias del Almirante jamás derrotado, quedando prendada de su nombre, decidió honrarlo poniéndomelo a mí, los apellidos ya son otra historia, Moreno porque nací con el pelo negro como el betún y de Segura porque ella procede de una pequeña aldea llamada Fuente Segura en la provincia de Jaén.
De mi padre seguramente heredé mi compromiso y lealtad, a mi rey y a mis compañeros de armas, porque jamás supe de él, la verdad difícil misión saber quién pudo ser.
Enrolado en los tercios tan joven no me consideraban ni bisoño, nos nombraban cachorros ya que no éramos pocos los que compartíamos historia y como cualquiera podía ser nuestro padre, pues nos trataban con cordialidad y cariño. Contaba con poco más de trece años cuando comenzó el asedio, para finalizarlo con dieciséis, mis labores en la retaguardia habían ido ganando en relevancia con el paso de los años, ahora formaba cuadrilla con tres compañeros más. Sebastián Zúñiga Ortiz conocido como Sebas para los allegados, un veterano curtido en mil batallas y aquejado de gota, Ildefonso Pérez de Ávila un castellano antiguo natural de Turégano un pueblo en expansión de la provincia de Segovia, antes de alistarse se ganaba la vida de ayudante de sastre, iba por las fincas y palacetes de la gente más pudiente confeccionando trajes y vestidos, en unos de estos viajes en lío de faldas se metió para acabar a posteriori defendiendo al Rey por media Europa con su espada por tal de salvar el pellejo, pero como el hombre es dado a tropezar con la misma piedra dos veces, pues en alcoba ajena acabó batallando con dama de oficial y tras ser descubierto y azotado, en la retaguardia encontró asilo.
El último miembro de tan variopinto grupo era mi binomio, Pablo Alistan Smith, hijo de hidalgo irlandés, llegó a España después del desastre de la Gran Armada, aquella a la que el mar dio la espalda engulléndola y llevándose con sigo miles de vidas de nuestros valientes soldados que iban a ajusticiar a esos engreídos ingleses que no paraban de guerrearnos de todas las maneras posibles. Su padre católico como buen irlandés y dios manda ayudó a muchos supervivientes que fueron arrastrados a la costa después de los naufragios, aquella cristiana ayuda estuvo perseguida y castigada por parte de los herejes ingleses, obligándole a emigrar a la península con su único hijo, fallecida su mujer en el parto de éste, caído varios años después en desgracia las fiebres acabaron con él, Pablo terminó solo y como España suele olvidarse de sus héroes y de los que la aman no iba a ser menos con el padre de Pablo, suerte de una joven hortelana que se apiadó de él, acabó haciendo el camino español junto a mi madre y un servidor.
Sin duda alguna no pasábamos desapercibidos en el campamento, nuestro mando directo era un viejo sargento curtido en diversas batallas, un hombre rudo, de aspecto tosco, nariz ancha, ojos oscuros de dentadura escasa y sucia, corpulento y envergadura considerable, hombre de pocas palabras, poco sabíamos de su historia y como terminó en el campamento, se intuía que era del norte por su acento, cántabro o astur no sabría decir con seguridad, aunque su rasgo más imponente era la enorme cicatriz nacida desde el de cuero cabelludo hasta la comisura izquierda del labio, nunca supimos como la sufrió ni donde, pero para el caso no le impedía dar órdenes a diestro y siniestro.
La tarde del 27 de Agosto se nos encomendó salir al alba del día siguiente de patrulla por los caminos colindantes al campamento civil, donde habitaban los comerciantes, las mujeres de todos, madres incluidas, clérigos y demás populacho que viajaban junto al tercio.
Las instrucciones eran claras, se rumoreaba que algunas señoritas vendían información obtenida de nuestros oficiales al enemigo, debíamos interceptar al correo portador de las cartas y presentarlo ante el capitán. No parecía empresa muy complicada, pero para ser sinceros, todos sabíamos que poder dar caza al cartero era misión casi imposible, incalculables caminos partían desde el campamento hacia todas direcciones, evidentemente si alguien estaba vendiendo información al enemigo no iba a ser tan tonto de hacerlo por el día y por caminos transitables, no disponíamos de ninguna pista de por dónde empezar a patrullar, eso si esta vez nos proporcionaron víveres para una semana, a nuestro tan apreciado pan de munición se le añadió también cecina y vino a grandes cantidades, algo inusual por completo por nuestro rango y condición.
Sebas perro viejo sospechó desde el principio del encargo y con los suministros que se nos proporcionaban. –Muchachos los ojos bien abiertos en cuanto salgamos del campamento, atentos a cualquier anomalía, me da que este viaje no va a ser nada placentero.
-¿Qué habrá querido decir con eso del viaje placentero?, ¿Tú lo has entendido?
-No, no sé lo que quiso decir, no obstante si dice que abramos bien los ojos, pues lo hacemos, por la cuenta que nos trae.
El primer día de patrulla pasó sin sobresalto alguno sin nada que reseñar, caminamos toda la jornada mientras hubo luz del sol hasta llegar a un pequeño claro entre la arboleda y un gran risco que nos protegería las espaldas, al mismo tiempo que nos dejaría sin escapatoria en caso de emboscada, pero eso no nos asustaba éramos soldados del tercio y el miedo se lo dejábamos para el diablo, nosotros proporcionaríamos paz eterna con nuestras espadas a quien osase interrumpir nuestro descanso.
-Haremos noche en este claro, no debemos olvidar que estamos en territorio enemigo, yo haré la primera guardia mientras preparáis una buena lumbre para resguardarnos de la noche, De Ávila tu harás la segunda y vosotros os turnáis las siguientes tanto me da el orden.
La noche era cerrada, luna menguante y poca claridad, lo llamábamos bosque por decir algo, era una ciénaga apestosa como las muchas que había en aquel puñetero país lleno de incontables canales, afluentes, barrizales, no era un lugar para nada agradable para la soldadesca, afectaba y mucho en el carácter y ánimo de los soldados, sin querer entrabas en la nostalgia y melancolía del buen tiempo de nuestra madre patria.
Me tocó hacer la última guardia había conseguido dormir un buen rato recostado en el peñón y arropado por mi manta, conseguida en una partida de naipes por De Ávila, después de desplomar a sus adversarios dejándolos sin un escudo, acabó también por quitarles las mantas, las botas y alguna que otra toledana, pobres diablos, las caras que debían haber puesto su camarilla cuando los vieron aparecer de esa guisa.
No me dormí, lo prometo pero tampoco los vi llegar, me desperté amordazado junto a mis compañeros alrededor del fuego. Pude contar, eran diez, bien armados y todos con montura, habían sacado todos nuestros pertrechos incluyendo los víveres dejándolo todo a la vista.
-Así que aquí estabais cobardes, no muy lejos habéis llegado gañanes, sois la vergüenza del ejército, esquiroles y ladrones, con la penuria que pasan en primera línea y vosotros robando los pocos alimentos que tenemos.
-Mire mi sargento Mayor ¿Ese de ahí no es el tal De Ávila, el fulano que usted mandó ajusticiar a latigazos? Por aquel asunto de… -¡Callaaaad!
