Álvaro González Díaz

La temida y legendaria infantería española que surgió tras la guerra de Granada y se formó en las Guerras de Italia, los Tercios Españoles, fue un cuerpo militar profesional, con soldados disciplinados, mostrando gran sentido de fidelidad y lealtad tanto a su patria como a la fe y a la corona. Hombres de honor y palabra, un grupo de operaciones especiales que muchas veces era llamado para los trabajos sucios y otras para desempeñar el derroche de valor que ningún otro ejército se atrevía en el campo de batalla. Aun así, los Tercios Españoles eran militares que llevarían su misión hasta el final aun sabiendo que morirían. Por eso eran los mejores.

Su leyenda se forjó en Flandes y en los campos de batalla europeos pero sus antecedentes provienen desde finales de la Reconquista de la Península española y, después, con la implantación de los avances del Gran Capitán, sobre todo en las guerras de Italia. Con todo ello, surgen en torno a 1536 los primeros Tercios por mandato del Emperador Carlos V. Su surgimiento no es más que la mejoría e implantación de aquellos avances mencionados durante la Reconquista y la Guerra de Granada.  En este sentido, cabría preguntarse cómo atacaban y cuáles eran las formaciones de los tercios españoles y, de este modo, indagar un poco más en el éxito y la admiración que provocaron y siguen provocando.

ANTECENTES DE LOS TERCIOS ESPAÑOLES. EL FINAL DE LA RECONQUISTA Y LAS INNOVACIONES TÉCNICO-MILITARES.

El siglo XVI supone el apogeo del Imperio Español y la transición hacia la Edad Moderna. Ambos, deudores de la Edad Media. Sin embargo, el predominio mundial de la Monarquía Hispánica se debe a la Reconquista y a los avances militares, factores que la infantería española supo aprovechar para su supremacía e imbatibilidad.

A finales del siglo XV, la Reconquista de la Península Ibérica llegaba a su fin. Castilla y Aragón habían arrinconado al reino nazarí de Granada, siendo esta ciudad el último bastión musulmán en la Península, que caería en 1492. Acababa la Reconquista cristiana de la Península Ibérica con una España que se vislumbraba unificada por los Reyes Católicos tanto espiritual como política y económicamente pero también oteaba el horizonte de un reino unido en el ámbito militar que tendía a una expansión ultramarina y europea. Ocho siglos de lucha contra el Islam habían sido más que suficientes para los cristianos peninsulares, que perfeccionaron el armamento y las tácticas de combate. Aunque, según Esparza (2017), los guerreros de la Península gozaban de gran fama al haber sufrido diversas invasiones como la invasión romana o las invasiones bárbaras, visigodas y musulmanas. Por lo tanto, la Reconquista no es más que el culmen de una larga tradición guerrera.

El final de la Reconquista hacía que los ejércitos españoles tuvieran que adaptarse a las nuevas necesidades de la guerra moderna. La transformación que dejaba el final de la Reconquista abría un tiempo nuevo de expansión territorial de los reinos peninsulares en el que las innovaciones militares serán fundamentales, a pesar de que la población española era escasa.

En el crisol de la Reconquista emergen diversas características que se aplicaran al ámbito militar con muy positivos resultados. El ejército en los últimos meses de Reconquista se había modernizado y suponía un motor para el ascenso social. Era un ejército experimentado en la guerra y que además se adaptaba. Su nueva mentalidad les hacía tener un espíritu de cuerpo como señala Eduardo de Mesa (2014). Comienza a primar el combate a pie y se rehúye el combate directo con el enemigo. Todo ello no sería posible sin la sólida disciplina de los hombres, además del orgullo que suponía ser infante del ejército. En este sentido, el honor y la honra serán los pilares fundamentales que sustenten esa disciplina entre los infantes españoles. Ahora, con la experiencia de ocho siglos de reconquista, los infantes españoles veían en el ejército un futuro prometedor en el que combatían para luchar por su patria y rey, dejando atrás el combatir como mercenarios como señala Hugo Vázquez Bravo (2014).

Rojo Pinilla (2015) establece que el cambio significativo del paso de la Edad Media a la Edad Moderna vendrá de la mano del Gran Capitán, omitido miserablemente por la historia universal a la hora de hablar de estrategas militares. Este genio militar será quien cambie el arte de la guerra “para siempre” al darle más importancia a la infantería por ser más ligera que la caballería, esta última más usada en la Edad Media. Lo que Martínez Laínez (2012) recoge como la Escuela Militar Española. La innovación del Gran Capitán no era otra que entremezclar las tradiciones hispanas con la de las viejas legiones romanas junto a un espíritu colectivo nacional fuerte y los nuevos elementos bélicos aportados por los nuevos avances tecnológicos y sociales de la época. En esta tesitura se muestra también René Quatrefages (2014) al relacionar la manera de combatir de los romanos con el ejército de la Reconquista. Esto servirá de referente para el Gran Capitán que tras observar la manera de combatir de los piqueros suizos lo copiará para el ejército español. El ejemplo de los piqueros suizos será bien visto por los españoles que asumirán y perfeccionaran la táctica suiza mientras Francia no sabrá poner en marcha. Aquí los autores establecen que, mientras Francia pagaba a los mercenarios suizos para combatir, España supo copiar perfectamente y mejorar el modo de combatir suizo, ahorrándose costes que los franceses no supieron mantener a la larga eligiendo combatir con su caballería pesada.

Básicamente los principios fundamentales de la Escuela Militar Española se resumen en la preponderancia de la infantería, en un ejército moderno y profesional como menciona Jesús Lorente, (2015). A esto hay que sumarle, como establece Vázquez Bravo (2014), el desarrollo a un nivel muy elevado de la legislación de los monarcas en el ámbito político-militar como se ejemplifica en las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio quien, durante la Reconquista, primeramente planteó la cuestión militar como un deber. Esto hizo que el “infante ibérico” se convirtiera en el mejor guerrero del siglo XVI. Dicho rey estableció la necesidad de combatir al Islam en las fronteras pues nadie estaba al margen de sufrir un ataque y establecía la necesidad de “ser voluntario”, un rasgo singular de la idiosincrasia militar española (René Quatrefages, 2014). también, posteriormente, humanistas como Alonso de Quintanilla y Alonso de Palencia quien realizó el Tratado de la perfección del triunfo militar en el que se compara a la España unificada con el Imperio Romano, es decir, la misión de España una vez terminada la Reconquista seria la expansión territorial hacia nuevos territorios. Los tratados y ordenanzas mejorarían el ámbito militar.

Juan Vázquez García (2011), a la hora de hablar de la Guerra de Granada, hace hincapié en que los ejércitos españoles habían sido de los primeros en perfeccionar la artillería durante el final de la Reconquista. Además, siguiendo la tesitura del autor, en la guerra moderna ya no había cabida para la nobleza ni para la caballería pesada en el campo de batalla, puesto que había surgido la monarquía autoritaria. Es decir, el ejército ahora es de la nación, profesional y pagado por los monarcas. Así, la caballería pesada dejaría paso a la caballería ligera, para combatir de igual manera que lo hacían los musulmanes y poder maniobrar mucho más rápido. Y con ello, se va configurando un ejército nacional en el que la figura fundamental será el hidalgo y el infante. Así, la infantería  comienza a tomar protagonismo ya que es la que empieza a hacer un uso notable de las fortificaciones. Pero sobre todo, Juan Vázquez destaca la artillería y el cambio en la guerra, pues aparece la guerra de sitio y la guerrilla, esta última se perfeccionará en el siglo XVI y será conocida como “Encamisada” siendo fundamental.

Estos avances, innovaciones del Gran Capitán, que se fueron perfeccionando a principios del siglo XVI, se observan en Ceriñola, por ejemplo, donde se pusieron en marcha dejando tras de sí una derrota sin precedentes para Francia (Van Den Brule, 2019) como se muestra en la duración de la batalla, apenas una hora les bastó a los arcabuceros españoles para aniquilar, literalmente, al ejercito franco-suizo.  También, un ejemplo de ello, se muestra en la batalla de Muhlberg donde la combinación perfecta de infantería, caballería y artillería ligeras acabó con el ejército formado por la Liga Esmalcalda (Van Den Brule, op. cit.).

sin embargo, Villegas González (2018) en su breve pero intensa biografía sobre el Gran Capitán establece perfectamente que mucho antes de estas batallas serian de vital importancia los avances militares que Don Gonzalo Fernández impone en los ejércitos durante las guerras de Italia contra Francia. Así, se observa en el desembarco de 5000 infantes y unos 800 jinetes en el puerto de Mesina para dirigirse a Calabria donde los franceses estaban hostigando incesantemente a los españoles.  Ante tal situación de derrota es el Gran Capitán quien, tomando un respiro mientras realizaba una “falsa retirada” decide modificar la composición del ejército. Señala Villegas (op. cit.) que los cambios introducidos durante esta campaña favorecieron la victoria española. Así, las ballestas fueron sustituidas por arcabuces, las coronelías tendrían su propia infantería con sus propios jinetes y su propia artillería, actuando a su aire durante la batalla, así las tareas se diversifican. Crea el cuerpo de rodeleros con la misión de introducirse bajo las picas enemigas y “destripar” en corto a los infantes. Pero también, y esto es fundamental, continua el autor, introduce la guerra de guerrillas, en la que los españoles son expertos. Con ello, aparece una guerra de desgaste, con emboscadas y encamisadas nocturnas, lo que favorecerá un agotamiento y desgaste del enemigo en una situación en la que debía estar este en continua alerta ante la inminente llegada de los españoles, que lo harán de manera inesperada y por sorpresa.

Rápidamente este ejército moderno traería victorias militares para la Monarquía Hispánica. Aunque, según Esparza (2017), nada nace de la nada y es por ello, quizá, que España dominase militarmente Europa durante algo más de siglo y medio. Esta dominación y hegemonía de los invencibles tercios de infantería española se debe a que los españoles acumulaban una larguísima experiencia guerrera acumulada durante la Reconquista, pues supuso el campo de entrenamiento militar para los ejércitos españoles que en los siglos XVI y XVII dominarán el mundo. Aproximadamente durante unos ocho siglos los distintos reinos de España se batieron continuamente contra los musulmanes en la Península Ibérica, un periodo en el cual surge la experiencia de un pueblo guerrero –que nunca dejó de existir- y la asimilación de técnicas nuevas o la copia de las técnicas del enemigo que irían perfeccionando. Junto a esta tradición guerrera, como señala Esparza (2017), habría que sumar los avances de Gonzalo Fernández de Córdoba, uno de esos capitanes que combate y da órdenes junto a sus soldados en primera línea de batalla.

Todo ello desemboca en la mejor y más preparada infantería de los siglos XVI y XVII, los Tercios Españoles. Según las fuentes y los autores, los Tercios eran los mejores debido a su sentido del honor y a su disciplina, a su coraje y valentía, a la honradez y a su profesionalidad. Eran patriotas y defensores de la fe y de la Monarquía Hispánica. Suponen el primer ejército moderno y profesional, diríamos que sería el antecedente del ejército nacional. Debido a todo esto, los Tercios eran reclamados por el Emperador y los diferentes reyes para las peores batallas y para las peores y más arriesgadas misiones ya que su valentía nadie la alcanzaba. Entrenados para soportar cualquier situación y combatir en cualquier campo, los Tercios combatieron en perfecta sintonía con las picas, la caballería, la espada y la daga, por tierra y mar allí donde se les demandase, aun sabiendo que podrían morir. Para ellos tenía más valor la palabra y el no abandonar que cualquier otra opción. Por ello fueron la mejor infantería de la Edad Moderna manteniendo su feudo en Europa durante unos 150 años aproximadamente.

Pero, de manera oficial habría que esperar a las Ordenanzas de Génova de 1536, unas instrucciones fechadas en 15 de noviembre y firmadas por el Emperador Carlos V en las cuales aparece ya la palabra Tercio como forma organizativa de la Infantería.

La nueva situación en Europa y en la Edad Moderna propició la promulgación de cuerpos legales militares que han pasado a la Historia con el nombre de Ordenanzas Militares en las que se establecía la regulación de conducta, el arte de la guerra y la administración de los ejércitos, como resume de manera concisa Joaquín Navarro Méndez (2010, p. 108). En este sentido, según el autor, habría que remontarnos a 1535 ya que en este año Carlos V alcanza su apogeo militar al anexionarse finalmente Milán y, con ello, controlar Europa desde Italia, bajo dominio español. Es por este motivo que el emperador precisase de unas instrucciones que organizasen el ejército monumental del que disponía en ese momento.

Se establecía, por tanto, que el mando del Tercio quedaba bajo un maestre de campo, el segundo en el escalón jerárquico era el sargento mayor, responsable de la instrucción, adiestramiento y disciplina del Tercio. El sistema sancionado por el Emperador en esta instrucción, se fue puliendo y perfeccionando con el tiempo, hasta que la Infantería de los Tercios fue conocida en Europa como la temible Infantería española[1].

Este sistema del Tercio funcionó gracias a la experiencia y disciplina del soldado español del momento y a la Escuela Española que comenzaba a asentarse como una verdadera disciplina en la guerra. Además la situación estratégica de Italia era fundamental ya que en este territorio se instruían los tercios[2] y desde ahí salían los soldados hacia donde hubiera demanda, ya fuese hacia el norte o hacia el sur, por lo que las Ordenanzas de Génova de 1536 eran fundamentales y necesarias. Los tercios, con ello, aparte de ser temidos, eran admirados y sobre todo superiores a cualquier otra organización militar (op. cit., 2010). Todo ello, permitía a los monarcas españoles disponer de manera permanente de una infantería disciplinada y sobre todo preparada y entrenada para ser llamada en cualquier momento.

Sin embargo, toda esta experiencia y las técnicas que desarrollaron y pusieron en marcha los Tercios españoles se observan en las batallas, donde destacaron aquellos hombres, en las escaramuzas y encamisadas, en los reclamos del emperador, en las misiones más arriesgadas y peligrosas que pudiera haber. Fue allí donde el nombre de los Tercios era mencionado y resonaba por toda Europa, y por todo el mundo.

Desde la formación en erizo hasta las encamisadas, nuestros soldados en inferioridad numérica o con pocos hombres eran capaces de derrochar todo su valor y cumplir sus misiones encomendadas.

NOTA EXPLICATIVA. COMPOSICION DE LOS TERCIOS

Los Tercios surgen debido a las necesidades del siglo XVI. La Modernidad y las demandas de la “nueva guerra” junto a las innovaciones del Gran Capitán favorecen la aparición de una organización militar distinta, diferente y nueva, en la cual prima la infantería en vez de la caballería, con más maniobrabilidad y movimiento en el campo de batalla. Además, se da importancia a las armas de fuego. Con ello la infantería y la caballería ligera serán de vital importancia a la hora de portar armas de fuego, un hecho insólito hasta la fecha. Aparece la artillería ligera, transportable y más fácil de utilizar con un acierto importantísimo y causando mayor número de bajas en menor tiempo, como se observó en Ceriñola. Las lanzas, ahora, unificadas en bloques compactos y numerosos eran más letales actuando contra un ejército numerosísimo pues suponían una muralla humana infranqueable que podía vencer a los caballos. Tras estas picas estaban nuestros soldados que, a medida que se acercaba el ejército enemigo, salían y volvían en cargas cuerpo a cuerpo o disparando las veces que quisieran pues al estar defendidos por las picas los soldados de los Tercios actuaban con mayor maniobrabilidad y rapidez.

Sin embargo, no todo eran formaciones defensivas y disparos. La caballería no desapareció sino que se perfeccionó. Se ha visto en varias batallas, sobre todo las que preceden a los tercios españoles, es decir antes de 1536, como el Gran Capitán ordena a los infantes y arcabuceros subirse a los caballos siendo transportados por los jinetes. Así ahorraban tiempo en jornadas largas, un tiempo necesario. Pero con ello, se vio otra manera de hacer la guerra, el jinete llevaba el caballo y el infante o arcabucero disparaba y combatía desde las grupas, una innovación importantísima en el arte de la guerra. La caballería aunque no tenía un papel fundamental sí que era importante, como se vio en Mühlberg, por ejemplo. No era una caballería pesada y acorazada sino más bien era una caballería ligera, que cargaba con lo justo, más rápida y volátil, desde la que los jinetes podían cargar perfectamente contra el enemigo en menos tiempos, provocando mayor número de bajas, aparte de combatir con la espada y el arcabuz provocando mayor daño que en la guerra medieval.

Por todo ello, los tercios fueron la vanguardia del arte de la guerra y por ello permanecieron unos 150 años como baluarte de la guerra en los campos de batalla europeos. Además, un factor clave, porque todo hay que decirlo, que unido a sus avances e innovaciones, fue la valentía y el sentido del honor de aquellos españoles de los siglos XVI y XVII que les permitía una mayor disciplina y por lo tanto mayor aguante y templanza en el enfrentamiento.

Así, un ejército moderno y profesional en el que primaba la infantería, con apoyo de la caballería ligera, y el uso de las armas de fuego, era un ejército imbatible. Pero, ¿Cuáles eran las tácticas militares de los Tercios españoles? Si bien los Tercios simplemente son una manera de organizar un ejército y las técnicas o formaciones que empleaban eran la forma de atacar o defender, es decir, la manera en la que se distribuían y organizaban en los campos de batalla.

En este sentido, Juan Molina Fernández (2018) establece que hay 3 tipos de formaciones para los Tercios. Por un lado, las formaciones de batalla que se daban en campo abierto, a continuación, establece las formaciones de marcha, aquellas que servían para moverse de un lado a otro de la geografía y, por último, reconoce las formaciones de campamento en las cuales se cuidaba la distribución de las tropas en campamentos y fortalezas.  Continua el autor afirmando que, en cuanto a las formaciones militares, las tropas hispánicas solían usar tácticas militares similares, por ello quizá esta división. Dentro de este apartado hace una distinción favorecida por la amalgama y diversidad de gentes que formaban los ejércitos imperiales e hispánicos. En este sentido, Juan Molina (op. cit.) observa que, dentro del conjunto, había ciertas particularidades según el origen de las tropas. Así los italianos, españoles y valones tenían mayor pretensión por las armas de fuego mientras que tudescos o suizos preferían las picas.

Esta clasificación anterior de Juan Molina está muy bien aunque los autores expertos en la materia suelen guiarse por la táctica en cuestión. Desde nuestro análisis nos vamos a guiar por la distribución de Juan Molina pero solamente en lo que concierne a las formaciones de batalla y dentro de ella distinguiremos las formaciones ofensivas y las formaciones defensivas ya que así se entenderá mejor la manera de atacar o defender de los Tercios españoles.

Como bien aparece en revista de historia (2015) se establece que la organización común en los Tercios españoles era el predominio de la infantería que se distribuía de manera general en un cuadro de picas, siendo esta distribución el grueso del ejército, respaldado por arcabuceros y mosqueteros en los flancos. Dentro de estas formaciones, por supuesto, encontramos a los rodeleros, músicos, portaestandartes, capellanes, caballería y todo el entramado logístico que en las batallas no se aprecia, pero que son fundamentales para los soldados, de igual manera que la artillería –sobre todo con mayor presencia en el siglo XVII- y los zapadores[3]…. Esto no debe sorprendernos ya que un ejército de tales dimensiones y preparación debida disponer de todo ello. 

La necesidad de una incesante actividad armada, como lo denomina Laínez (2012), llevó a la creación de una “Escuela Militar Española” –continua el autor- en la cual se mezcla las tradiciones guerreras hispanoárabes con las viejas legiones romanas, el espíritu colectivo nacional y los nuevos elementos bélicos aportados por los avances tecnológicos y, evidentemente, habría que sumar los tratados de guerra y la forma de entender la nueva guerra a través del hombre que revolucionó el arte de la guerra, El Gran Capitán. Laínez (op. cit.) resume, de esta manera, los principios fundamentales en los cuales se sustenta la Escuela Militar Española: preponderancia de la infantería, cuya unidad era el tercio, con efectivos variables (hasta varios miles de hombres), con la mezcla de armas blancas y de fuego dentro de “formaciones compactas y geométricas”. Si hacemos referencia a la táctica militar y continuando con Martínez Laínez, se observa que estas nuevas formaciones militares eran necesarias en la época debido a la decadencia del feudalismo y a la aparición de los nuevos conceptos de Nación que afloran en la Edad Moderna. Ahora el ejército es un ejército nacional, bajo la enseña real, que sustituye directamente a la vieja organización militar medieval a través de las mesnadas.  Sus repercusiones se observarán sobre el orden táctico, la jefatura y las tropas.

Para Alex Claramunt (op. cit.) el origen de los tercios se halla en las colunelas, es decir, aquellas agrupaciones tácticas de diferentes capitanías o compañías de infantería cuya entidad oscilaba entre los 800 y 1500 efectivos.  Estas colunelas las transformaría el Gran Capitán en coronelías, integradas cada una por doce compañías de 500 hombres, de los que 200 eran piqueros, 200 rodeleros –armados con espada y escudo–, y los 100 restantes, arcabuceros. Esta combinación de armas, que sufrió alteraciones con la desaparición de la rodela y la introducción del mosquete, fue la clave del éxito de los tercios sobre las falanges suizas y la caballería pesada francesa. Laínez, en postura similar, establece también que esto es posible debido a la desaparición de las barreras feudales ya que permitió aumentar la selección de los mandos. En este sentido, la procedencia social ya no era un factor determinante para acceder a la alta oficialidad, lo que provocaba que la carrera militar se articulase profesionalmente y con mucha más eficacia que en época anteriores.  El soldado, además, tenía ese ambiente heroico y aventurero así como la posibilidad de hacer fortuna debido a la gran cantidad de conflictos bélicos en los que España estaba inmersa. Esto provocó que gran cantidad de personas jóvenes se alistara en los tercios.

Como se ha señalado, por tanto, la formación común de combate del tercio consistía básicamente en un batallón, o cuadro de picas, flanqueado en sus cuatro esquinas por mangas de arcabuceros; la solidez frente a la caballería del bloque de picas se compenetraba a la perfección con la potencia ofensiva que proporcionaban las “bocas de fuego”. Las batallas Bicoca, Pavía, Mühlberg y San Quintín afirmaron la eficacia de dicho sistema (Claramunt, op. cit.). Los tercios, en definitiva, eran unidades permanentes, con estructura orgánica bien definida y todo un entramado sanitario, logístico y religioso que mantenían estos ejércitos. Además las exigencias de la guerra contribuyeron de manera decisiva al desarrollo de un verdadero Estado fiscal militar con sus propios mecanismos, como señala Claramunt nuevamente.

Según Laínez, los Tercios fueron  “la herramienta decisiva que forjaba la victoria y conjuraba las amenazas”. Vamos a ver brevemente la composición de un tercio, no por su importancia que por supuesto es vital, sino porque conviene saber los nombres de los efectivos que componían los tercios ya que en este artículo nos centraremos sobre todo en las tácticas de combate. La organización militar del tercio es muy compleja e intervienen variados y numerosos factores. En este sentido, la infantería se componía por piqueros, arcabuceros, mosqueteros, rodeleros…, también hallamos la caballería y, dentro de esta, coraceros, lanceros, arcabuceros, carabineros… y todo el entramado de artillería como cañones, culebrinas y falconetes entre otros dispositivos. También, en el aspecto organizativo hallamos su intendencia, ingenieros, barracheles, barberos, cuerpo judicial, furrieles, maestres de campo…, sin los cuales el tercio no podría organizarse, ni acampar, ni transportar sus víveres y armas….

La estructura original de los tercios, según los expertos, consistía en 10 compañías de unos 300 hombres que, a su vez, se dividían según su especialización en piqueros, arcabuceros, rodeleros, oficiales, además de un sinfín de cargos de auxilio militar como se ha visto recientemente. La compañía era comandada por un maestre de campo –debía ser español, pertenecer y simpatizar con la corona y era escogido por el rey o el capitán general-. A su vez, los maestres de campo eran respaldados por otros oficiales, como el alférez –encargado de llevar el estandarte de la compañía- o el sargento, según establece Tito Batán (2015) en revista de historia. Encontramos también la figura del furriel, como un oficial de menor rango. Sin embargo, según la época, los efectivos y la organización de los tercios fueron cambiando. En este sentido, se aprecian también momentos en los que había 12 compañías en vez de 10 con 250 soldados cada una, en vez de 300. A continuación vamos a repasar brevemente la composición del tercio.

El Maestre de Campo. Era el oficial de mayor rango de graduación y fue la mano ejecutora del Capitán General. Los maestres de campo solían ser hombres de muy buena fama y curtidos en la guerra. El maestre aconsejaba al Capitán General y nombraba suboficiales y ayudantes.

El Cuerpo de Intendencia. Los oficiales de Intendencia se encargaban del reclutamiento así como de imponer disciplina en las tropas. Según los autores, este cuerpo será sustituido por la denominación de Sargento General de Batalla a partir del siglo XVII, aunque siempre estuvo supervisado por el Maestre de campo. Solían ser expertos en tácticas militares, sobre todo en despliegues y estrategia. Tenían la misión de aconsejar y asesorar a sus superiores.

Los ingenieros. Eran personas muy válidas y de vital importancia, en ellos se apoyaban los maestres de campo muchas veces debido a que los ingenieros asesoraban sobre cómo construir y dónde o mediciones de artillería, entre otras cosas.

El Barrachel. También conocido como alguacil o preboste era el miembro más destacado de la policía militar de los tercios como se observa en revista de historia (2015). Era el encargado de la limpieza de los campamentos y la disciplina así como la higiene[4].

Los barberos. Mantenían la estética y buena presencia de los soldados dentro de cada compañía pero también servían de ayudantes de los cirujanos. Entre sus conocimientos, era indispensable saber medicina básica y costura para suturar heridas. También desempeñaban funciones de camilleros, igual que muchos soldados de los tercios[5].

El cuerpo judicial. También había todo un entramado de escribanos, verdugos, alguaciles o carceleros, con gran visibilidad dentro de los tercios españoles. Funcionaban como verdaderos tribunales de justicia y velaban por esta. Intercedían en disputas, intervenían en delitos de los soldados y en deserciones, dictaban sanciones y ejecuciones y también escribían los testamentos de los soldados.  

El furriel. Era el encargado de ofrecer cobertura logística a los tercios así como encargarse de buscar alojamiento y el suministro. También, según revista de historia, nombraba a los reclutas voluntarios y era, en cierto modo, el responsable de los bagajes de los cuales precisaba el tercio.

El Piquero. Era de vital importancia a la hora de hacer frente a la caballería enemiga. Había una necesidad en la guerra en Europa, una necesidad que todas las potencias buscaban, y esa era la de frenar a la caballería pesada que había tenido su auge durante la Edad Media. Debido a esta necesidad nacieron los piqueros. Era un cuerpo de infantería especializado en el manejo de la pica que se hizo una figura esencial a la hora de defender la posición ante un ataque de caballería pesada. Estos soldados se disponían en bloques compactos y cerrados con la punta de la pica dispuesta al frente para hacer frente a las cargas de caballería enemigas. Dentro de los tercios, el piquero se hace fundamental y la guerra a partir de ese momento cambia en todos sus frentes.  Los piqueros que mejor armadura, los coseletes, tenían eran los que defendían las primeras líneas, protegidos, a su vez, por las “picas secas” situados en posiciones más retrasadas. En este sentido, aunque se hará hincapié más adelante, se formaban escuadrones, normalmente, rectangulares y en hileras que suponían una gran formación táctica frente al enemigo.

Arcabuceros y Mosqueteros. Solían ser soldados con armas de fuego ligeras, fácil de transportar, que causaban mucho daño al enemigo desde los flancos de la formación. Solían estar cubiertos por los piqueros y eran efectivos a larga distancia impidiendo con los disparos que el enemigo se acercase.  Se disponían en hileras que permitían el avance o retroceso de los soldados según se iniciaban los disparos, los de la primera hilera disparaban y los de las siguientes aguardaban cargando sus armas mientras descansaban y esperaban su turno.  Se colocaban en los flancos de los escuadrones para llevar a cabo el fuego a distancia y crear el mayor número de bajas. A veces, en vez de colocarse en los flancos, realizaban las formaciones conocidas como “mangas”, es decir dispuestos en las cuatro esquinas del escuadrón de piqueros.

Los Rodeleros. Eran los soldados de segunda línea, llevaban escudos redondos (rodelas) que eran más manejables. Portaban espadas y eran los soldados más adaptables al combate ya que eran los encargados de adentrarse en las filas enemigas para causar el pánico y el mayor número de bajas. Diezmaban al enemigo desde dentro al adentrarse entre sus filas.

Músicos, portaestandartes y capellanes. Estas personas eran fundamentales a la hora de la motivación de los soldados, sobre todo. Su tarea crucial era la de mantener la unidad dentro del tercio. Los tamborileros y los abanderados se solían situar en el centro de la formación protegidos por las picas en todos sus flancos. La música servía para motivar y también para hacer cumplir órdenes que servían de aviso a los soldados. Los capellanes eran fundamentales a la par que necesarios en un ejército católico como era el de los tercios. Predicaban la fe entre los soldados y daban la extremaunción a los soldados moribundos[6].

Artillería. La artillería no era muy importante para los tercios españoles, aunque en el siglo XVII la artillería ya cobraba un papel fundamental ya que se había mejorado su técnica y uso así como el manejo de la pólvora debido a su efectividad a la hora de romper las filas enemigas. La artillería era vital a la hora de diezmar a piqueros y cargar contra caballería así como su uso extendido en asedios.  En este sentido los cañones, las culebrinas y los falconetes se convirtieron en armas necesarias para la época que resultaban de gran eficacia a la hora de diezmar enemigos[7].

La caballería. Aunque los tercios optaron por la infantería, contaban entre sus filas con caballería ligera que fue fundamental en sus batallas. La caballería de los tercios solía estar formada por hombres de la aristocracia, hidalgos o infanzones, que se alistaban al ejército por considerarlo un honor de la patria. Eran hombres de armas provenientes de la nobleza por lo que, según los autores, suponían más bien un cuerpo de instrucción de la aristocracia más que un cuerpo propiamente militar. El cuerpo de la caballería era un cuerpo profesional y formado por militares de gran recorrido y dentro de este cuerpo había también arcabuceros, coraceros y lanceros. La caballería suponía un elemento clave a la hora del combate debido a su versatilidad y rapidez aunque era vulnerable a los disparos de fuego.

Los lanceros se organizaban en cornetas de unos 100 jinetes y portaban armas similares a las de los piqueros pero más cortas. Llevaban armaduras y en muchos casos rodela. Sus caballos iban protegidos con armaduras también dotándoles de mayor resistencia ante las cargas enemigas. Su cometido principal era embestir contra la infantería enemiga aunque a medida que las armas de fuego aumentaban en efectividad el empleo de los lanceros fue decayendo también. A partir de la segunda mitad del siglo XVI aparecen ya jinetes con armas de fuego.  El objetivo principal de los lanceros era la de embestir con sus monturas a las infanterías enemigas, pero su uso fue perdiendo utilidad a medida que las armas de fuego iban demostrando su efectividad en diversas batallas. La aparición de los jinetes con armas de fuego, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, redujo mucho su uso.

Por otro lado, los coraceros iban provistos de armadura y espada además de algún arma de fuego como describe el capitán Alonso Vázquez en los Sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro de Farnesio: “eran hombres de armas que peleaban sin lanzas y en vez de ellas portaban espadones que llaman cortalazos y pistolas[8]”. Como se mostrará más adelante, la táctica favorita de esta caballería era la de la caracola, consistente en cargar contra el enemigo y volver a la formación de manera escalonada en un movimiento circular que recuerda al de una caracola.

Por último, dentro de los arcabuceros encontraríamos a los carabineros y dragones. Eran jinetes armados con arcabuces. Aparecen en torno a la segunda mitad del siglo XVI y se van especializando a medida que avanza el tiempo. Los carabineros pertenecían a la caballería ligera, como los coraceros, e iban equipados con tercerolas, armas de fuego más pequeñas que las carabinas pero más manejables y de gran efectividad. Los dragones, por el contrario, comienzan a generalizarse a partir del siglo XVII. Eran jinetes armados con arcabuces y una espada. Eran unidades más rápidas y precisas que también actuaban para vigilar y cubrir las líneas de abastecimiento[9].

A pesar de la aparente sofisticación de la caballería de los tercios, su uso fue minoritario si lo comparamos con las compañías de infantería. Las armas de fuego así como las innumerables innovaciones que iban apareciendo fueron desplazando a la caballería pesada medieval que hacían invencibles a los tercios españoles. Debido a todo ello, a continuación vamos a analizar las tácticas que los tercios españoles emplearon en los campos de batalla y que les hicieron prácticamente dueños de Europa durante unos 150 años.

FORMACIONES MILITARES DE LOS TERCIOS

Por tácticas militares de los tercios, como se ha mencionado, entendemos aquellas que se dieron en batalla y con ello pretendemos centrarnos únicamente en ellas para que quede mejor explicado, y entendido, nuestro propósito. Pues es sabido por todos que en cualquier ejercito hay tácticas de combate, de retaguardia, tácticas logísticas, como el camino español[10], por ejemplo (Carmelo Santo Mateo, 2011), de construcción de fortalezas[11]…. En este apartado indagaremos en las tácticas de infantería, por supuesto, pero, también, en las de caballería debido a que también las había y fueron ambas igual de importantes en la batalla. En este sentido, como bien establecen los expertos, las tácticas más comunes fueron la del escuadrón en bloque, para la infantería, y la de la caracola, para la caballería. Sin embargo, hay varias tácticas aparte que utilizaron los tercios.

Como se ha mencionado, aquí coinciden todos los expertos, la táctica militar más común de los Tercios españoles fue la formación en escuadrón o bloque, el cuadro de infantería o la formación erizo. Esta formación no era más que una formación defensiva formada por compañías dispuestas en bloque o cuadro compacto en el cual los soldados se protegían, y protegían al resto, con picas largas. Las primeras filas iban provistas de picas mientras que el resto disparaba normalmente. Su principal función residía en defenderse de las cargas de caballería enemigas, siendo de gran efectividad contra estas. Sin embargo, esta táctica aunque era la más utilizada en el campo de batalla, no era la única. Se observarán cargas de caballería, despliegues, asaltos, encamisadas o asedios entre otras.

El Cuadro, Escuadrón, de Piqueros.

Es la formación por excelencia del siglo XVI. Consistía en cuadros formados por piqueros, arcabuceros y mosqueteros. Los piqueros, normalmente, se situaban en las primeras líneas y portaban picas de 3 a 5 m de longitud, así como espadas. Las armas de fuego las portaban los mosqueteros y arcabuceros, situados en el cuadro, con la diferencia que los mosqueteros iban provistos de horquillas para apoyar sus mosquetes –armas más largas y pesadas que los arcabuces-.  Normalmente, la caballería, arcabuceros y mosqueteros se situaban en los flancos o mangas para dar cobertura al cuadro y hacer más efectivo el ataque. A veces, se situaban en las esquinas. Esta era la táctica más habitual en la batalla[12].

Alex Claramunt (2016) establece que aunque fue la formación táctica más habitual, la que dio muchos éxitos a los tercios, esta se mantuvo pero con cambios[13]. Se percibe así un aumento en armas de fuego así como la búsqueda de mayor flexibilidad. En este sentido, el cambio se observa a partir de 1630 cuando las unidades de los tercios son más pequeñas. Claramunt (op. cit.) destaca que de unos 2.000 soldados que predominaban anteriormente, ahora había unos 800 aproximadamente, que formaban entre 5 y 10 hileras de fondo. Con ello, se pretendía cubrir un frente más amplio en los flancos con ese aumento de armas de fuego, dando apoyo al bloque de picas, el núcleo de la unidad, según el autor.

Mientras el bloque se mantenía como formación básica, las “mangas” del tercio debían dar cobertura disparando desde los flancos, manteniendo “fuego sostenido” (op. cit.) para mermar al enemigo antes de la acometida de las picas. Esta táctica sobre todo se realizaba en campo abierto, sin embargo en los Países Bajos apenas eran frecuentes las batallas campales debido a la afluencia de canales y ríos, remarca Claramunt, por lo que arcabuceros y mosqueteros solían desligarse del escuadrón para “entretener al enemigo” mediante escaramuzas.

Esto fue posible debido a que los tercios eran unidades “nómadas” como establece Miguel Ángel García Arocas (2010). Según el autor, los tercios eran fuerzas de intervención, ya que acudían a los lugares donde fuera necesario acudir, cuando se les reclamase. Además, estas situaciones favorecían la importancia del desplazamiento. Las marchas se volvieron de vital importancia con lo que ello conllevaba, su regulación, reconocimiento de itinerarios, disposición de mapas[14]….

Así pues, para que quede claro, la formación básica fue el escuadrón de picas que era capaz, por un lado, de resistir las cargas de caballería enemiga, mientras que, por el otro lado, protegía las armas de fuego[15]. Estas formaciones van a hacer que la infantería, formando en cuadros cerrados, se imponga en los campos de batalla, gracias a la combinación de armas de asta y de fuego y de su movilidad, como se observa en Tercios Viejos, 2020.

Miguel Ángel García Arocas (op. cit.) establece, refiriéndose al Escuadrón de picas, que este nació de una idea básica muy sencilla: disponer los cinco tipos de armas: picas, espadas, alabarda, arcabuz y mosquetes de forma conjunta que se obtuviese el mejor rendimiento de las mismas, haciendo del conjunto “un castillo fuerte en campo llano”, en el que los piqueros se disponían en una formación tan cerrada que “entre uno y otro no pueda pasar persona”, mientras que los tiradores adoptaban una menos densa para poder hacer uso de armas. Los tercios escuadronaban solo en las batallas campales. En el resto de tipos de combate no estaban sometidos a las limitaciones de dicha formación[16]. Se observa, de este modo, la misión de reforzar a la unidad, mientras que los mosqueteros, según los expertos, se situaban donde fuese necesario, aunque todos coinciden en que de manera posible al abrigo de obstáculos como bosques, zanjas, paredes… o también junto a los arcabuceros si hubiera posibilidad alguna.

Con ello, todas las ramas, continuando con Miguel Ángel García (op. cit.) se apoyaban mutuamente. Los piqueros protegían a los arcabuceros de la caballería enemiga con las picas mientras que, viceversa, los arcabuceros hacían lo mismo cubriendo a los piqueros mediante los disparos. En este sentido, como se ha mencionado anteriormente, las banderas quedarían en el centro del cuadro y los lados de las hileras se cerraban con coseletes por motivos de seguridad[17].

Sin embargo, si bien el Escuadrón era lo habitual, dentro de cada formación y según lo requiriese la batalla, había múltiples tipos de formaciones, según los expertos. El escuadrón se continuaba siempre “a la sorda” (en silencio), con el objetivo de evitar la confusión, y a la carrera. Para cubrir su frente, se prefería a los piqueros más altos y mejor armados.  Normalmente los capitanes eran los llamados de acudir a la primera línea, por el hecho de dar ejemplo a la tropa, aunque podía correrse el riesgo de quedarse sin oficiales ya que la primera hilera o fila era la de mayor riesgo.  Sin embargo, era un honor estar en primera línea para los soldados españoles quienes ansiaban estar allí. De esta manera se establece en el blog de Tercios Viejos (op. cit.) En la vanguardia de los escuadrones iba lo más granado de los infantes, ya que se consideraba un honor entre los soldados españoles estar en primera línea de combate. Los coseletes más lúcidos y de mejor calidad ocupaban las primeras filas.

Sin embargo, como se observa, la organización del escuadrón no era sencilla y todo dependía del número de soldados disponibles, según las bajas o incorporaciones, pues era fundamental esta variable para la formación fuese compacta. Por ello, el Sargento mayor era quien debía improvisar según el momento. Además, los autores coinciden en que el enemigo era crucial a la hora de organizar un escuadrón ya que no era lo mismo enfrentarse a la infantería holandesa que a la caballería francesa, por ejemplo. Otro factor a tener en cuenta era el terreno ya que el escuadrón normalmente estaba concebido para superficies planas, llanas.

Todo ello permitió variadas formas de establecer los escuadrones, como se observará a continuación.

  • El Cuadro de Gente.

Según Juan Molina (op. cit.) los piqueros solían formar en el llamado cuadro de gente en primer lugar, lo que significa que los cuatro lados de la formación tienen el mismo número de hombres (por cada hombre por fila, hay uno por columna, 1:1). A pesar de las apariencias, no era un cuadrado perfecto, sino que tenía forma rectangular. Esto era debido a que la distancia hombro con hombro entre dos piqueros era de un pie, mientras que la distancia entre la espalda de un piquero y el pecho del siguiente era de dos pies.  Con ello se podría maniobrar mejor y más rápidamente. En Tercios Viejos, nuevamente, se analiza que este cuadro era el básico estableciendo que  la relación ideal era de 3 a 7, es decir, cada soldado debía ocupar 3 pies de ancho por 7 de profundidad[18].

  • El Cuadro de Terreno.

Para conseguir un cuadrado perfecto, se creaba el cuadro de terreno, en el que los lados tenían la proporción 7:3, es decir, si hacemos tres filas de siete soldados conseguimos un cuadrado perfecto (op. cit.). Según el blog ya mencionado de Tercios Viejos (2020), en el que concuerdan con la teoría de Molina, este cuadro se conseguía con 7 soldados en el frente por cada 3 soldados en profundidad.

  • El Escuadrón de Doble Frente.

En el Escuadrón de doble frente la relación era de dos soldados en el frente por 1 de fondo. Este se utilizaba de manera ofensiva al haber más proporción de soldados al frente que en la retaguardia. Pero esta formación se sustituía normalmente por la de Gran Frente, mas ofensiva y versátil.

  • El Escuadrón de Gran Frente.

Según Molina (op. cit.) el Escuadrón de gran frente (proporción 3:1) era todavía más ofensivo que el de doble frente debido a que apostaba de manera más clara por el frente dejando la retaguardia más descuidada. Era también muy utilizado para pasar a la ofensiva debido a que había más armas por fila. Sin embargo, los flancos eran más débiles ya que había menos profundidad.

*En los ejemplos 3 y 4, en ambas formaciones de escuadrón, los sargentos solían situarse en los flancos para, de esta forma, vigilar el mantenimiento de las posiciones de los soldados. Molina establece, en este sentido, que: Las banderas, los músicos (salvo el tambor mayor, que estaba junto al capitán para transmitir las órdenes al resto de músicos) y los alabarderos formaban en el centro. Los picas secas (piqueros sin armadura y con medias picas, más cortas) formaban en el centro o la retaguardia. Los capitanes, tenientes, alféreces sin bandera y el maestre de campo formaban en la primera línea (el maestre a caballo), si bien los capitanes y el maestre de campo, durante la maniobra del cuadro formaban quince pasos adelantados al escuadrón para mandarlos mejor. En el último momento antes del combate, los capitanes se incorporaban a la primera línea y el maestre de campo se movía a un lugar seguro desde el que ordenar adecuadamente a sus tropas.

  • Formación Castillo.

Una de las formaciones más conocidas en los cuadros era la del Castillo. Esta es una de las formaciones más comunes y según los expertos consistía en que los piqueros formaban en el centro con cuatro mangas de arcabuceros en cada esquina. Esta formación era la más utilizada al principio de las batallas o cuando el tercio quedaba aislado por el enemigo. Con ello, se defendían por los cuatro lados. Molina, nuevamente, establece que cuando una formación de castillo pasaba de la defensiva a la ofensiva, las cuatro mangas se adelantaban por delante del cuadro de picas buscando ofender con sus armas al enemigo.

Sin embargo, como se ha visto en innumerables batallas, lo más habitual era un escuadrón con dos mangas a los flancos, situadas en las esquinas delanteras. Con ello el cuadro y el ataque era más versátil y mostraba mejor defensa en caso de ataque enemigo debido a que la movilidad era mayor. Aunque otros autores establecen que si bien la Formación Castillo era muy completa, en caso de ataque enemigo era mejor optar por el Cuadro Terreno Fuerte.

  • El Cuadro Terreno Fuerte.

El Cuadro de terreno fuerte era una formación para casos excepcionales. En este sentido, esta formación se realizaba en aquellos casos en los que un ejército, normalmente, poco numeroso, se hallase rodeado por tres de sus lados por un ejército mayor. Es una formación de “supervivencia” en el cual el terreno ocupa un papel crucial pues, en proporción y por poner un ejemplo, un ejército de 12.700 picas “cabe a cada uno a 4.233 y un soldado más que llevará el uno; y entre los escuadrones queda la plaza de lo que en el campo hay; es en cuadro de terreno, porque ocupe harta frente, y salen 42 hileras de a 100 soldados cada una, y sobran en cada uno en los dos a 33 y el otro 34 y se guardan las espaldas el uno al otro[19]”. Es decir, la acción de cubrirse las espaldas entre soldados del mismo ejército aquí es la que se podría aplicar para ganar cuanto más terreno al enemigo mejor.

*Como concluye Molina (op. cit.), lo habitual era que hubiera dos o tres filas de cuadros dispuestos alternamente, al estilo de las cohortes romanas, para cubrirse mutuamente en caso de que uno de los tercios fuese flanqueado mientras que en los flancos se dispondría la caballería que daba cobertura a la infantería y la mantenía a flote pues evitaba los ataques a los flancos. . En los flancos se dispondría la caballería para evitar ataques al flanco.

  • La Formación en Media Luna.

Esta formación era de difícil realización a la hora de pelear con las picas. Eguiluz, en su Discurso y Regla Militar, nos muestra un ejemplo: tiene 8.000 picas con que hacerle, y el terreno ocupa un ruedo de 500 pies, que es 166 soldados, a 3 pies cada uno de costado, y con ellos se parten los 8.000 soldados, y salen 48 hileras y sobran 32 soldados para las banderas[20]. Sin embargo, con esta formación, el tercio corría el peligro de que la caballería enemiga atacase los flancos. En este caso, según los expertos, el Sargento Mayor debería ordenar que entre 7 y 9 soldados de cada hilera del flanco vuelvan las caras en cada flanco que esté en peligro[21]. Si continuamos con el experto, el alférez Martínez Eguiluz, establecía que se debía mediar el terreno a través de la medida de medio pie geométrico cubico (12 onzas de un pie). Así, en Tercios Viejos (op. cit.), hacen hincapié en la figura del Sargento Mayor ya que era quien debía tener en cuenta la ocupación de las banderas, tambores, pífanos…, aparte de las hileras de picas para que en el espacio no se estorben entre ellos. A esto se ha hecho referencia anteriormente al referirnos a los factores que influyen a la hora de formar y marchar en una batalla, el terreno, aparte de las bajas y el enemigo.

También, en cuanto al cuadro se refiere hubo otras formaciones que, según los expertos en la materia, eran poco provechosas o quedaban obsoletas según el enemigo a batir o los efectivos. Seguramente haya muchas más tácticas y formaciones militares que nuestros tercios utilizaron cuando formaban en cuadro, aquí se han explicado las más comunes.

El Cambio

En este sentido, Alex Claramunt (2016) establece que los tercios españoles fueron adoptando, con el tiempo formaciones más lineales. Quizá porque los demás ejércitos también se desplegaban más en el campo de batalla o, como se verá a continuación a la hora de mencionar las mangas de arcabuceros, quizá empujados a necesidades tácticas y al aumento de armas de fuego, como el arcabuz y mosquete.

Hasta finales de la década de 1620, continua Claramunt (op. cit.), se había optado por despliegues escalonados y profundos, mientras que, desde de la década de 1630 se tendió a formar líneas cerradas con las sucesivas formaciones, que solían desplegarse en dos líneas con una reserva; la infantería en el centro y la caballería, cada vez más numerosa y con un papel táctico más agresivo, en ambos flancos. Este modelo táctico evolucionó, según el autor, a medida que lo hacían los ejércitos europeos, desde finales del siglo XVI. Sin embargo, los tercios supieron adaptarse a las innovaciones militares que surgían, sobre todo las impuestas por Mauricio de Nassau, donde coinciden todos los autores.

Miguel Ángel García (2010) establece, en postura similar a Claramunt, que el armamento de fuego será el causante de este progresivo cambio en los tercios. El escuadrón tradicional, masivo, fue pronto superado. Así lo vieron Mauricio de Nassau y Gustavo Adolfo de Suecia. Es decir, tantos hombres ya no eran necesarios en un escuadrón que estaba expuesto en su práctica totalidad al fuego enemigo. Estas innovaciones militares, por tanto, en palabras de Miguel Ángel García, hacían innecesario que los hombres se dispusieran en formaciones de tanta profundidad como hasta entonces. Era ya posible, por consiguiente, ir a despliegues de mayor frente. En este sentido, se podría colocar a más hombres en primera línea y aprovechar mucho mejor la fuerza disponible. Además, se conseguía mayor maniobrabilidad en el campo de batalla.

La reforma de Mauricio de Nassau establece, en resumidas cuentas, un incremento de soldados con armas de fuego y una rebaja considerable de los efectivos de la compañía a 150[22]. Redujo el fondo de las formaciones al mínimo necesario para mantener una cadena de tiro, es decir, unos 10 hombres.  Impuso, lo que en el siglo XVIII sería algo habitual, los inicios del regimiento como unidad administrativa y táctica en sus ejércitos. Sin embargo, lo habitual siguió siendo la colocación de piqueros delante de los tiradores. Todo ello permitía mayor flexibilidad en los campos de batalla. Así, el despliegue sobre el campo era solido y flexible facilitando el apoyo de las distintas armas entre sí.

Mauricio, también, incrementó la proporción de los mandos, dotando a cada compañía con tres oficiales y cinco sargentos, mejorando la instrucción de los hombres con continuos ejercicios, lo que redundó en un aumento de la eficacia de sus tropas, Miguel Ángel García (op. cit.). Junto a Mauricio, el rey de Suecia disminuyó aún más, si cabe, la profundidad a solo 6 hileras de hombres y elevó hasta 128 el número de oficiales por regimiento, normalmente cada regimiento era de unas 8 compañías. Surgen así, los escuadrones de cuatro compañías cada uno y unas 216 picas con 192 mosqueteros tras estas.

Surge, por último, según Claramunt y Miguel Ángel García, la brigada como manera nueva de organizar los ejércitos. Aquí, los autores establecen que en cuya composición el criterio determinante era el número de hombres, no de unidades. Era un sistema que se organizaba mediante la reunión de tres escuadrones (excepcionalmente, cuatro). Habitualmente, el de vanguardia formaba con sus piqueros delante, seguidos por parte de sus mosqueteros. A derecha e izquierda de estos desplegaban los piqueros de los otros dos escuadrones, flanqueados por sus propios mosqueteros. Los que sobraban se situaban a la retaguardia como reserva.

La postura de Claramunt con respecto a las innovaciones militares del siglo XVII es clara y concisa, pues a pesar todo ello los tercios seguirán siendo un referente en el campo de batalla. Sin embargo, estos avances militares desplazarán a los tercios hacia su desaparición en el siglo XVIII, cuando serán sustituidos por el regimiento.

Sin desviarnos mucho del cuadro de piqueros, conviene mencionar también, de manera breve, la actuación y formación de las Mangas.

  • Las Mangas

Las mangas de los arcabuceros se solían colocar en las esquinas de las formaciones o en los flancos. Se disponían, habitualmente, en filas de unos 10 o 15 arcabuceros con una profundidad de entre 8 y 12. En este sentido, los expertos establecen que las mangas no debían superar los 300 hombres, ya que si el número era mayor podría ser un inconveniente a la hora de movilidad. Se disponían en vanguardia o retaguardia, dependiendo de la situación, como se ha visto, y su función principal, como sabemos, era desgastar al enemigo mediante descargas continuadas de fuego. No eran unidades móviles sino que más bien al revés, podían despegarse de la formación para realizar ataques sorpresa y rápidos y, después, volver a la formación rápidamente, Miguel Ángel García (op. cit.).

En este sentido, según Miguel Ángel, los españoles eran expertos (auténticos maestros) en el manejo de las armas de fuego, siendo capaces de disparar con más acierto y recargar más rápido que ningún otro ejército de su época. Esto se observa en las batallas de Ceriñola, la cual duró 1 hora aproximadamente, y en la batalla de Viena, en la que unos 700 arcabuceros españoles defendían Europa de la expansión otomana (Van Den Brule, 2019)[23]. Los arcabuceros españoles gustaban de realizar la primera rociada a bocajarro, ya que era la más mortífera y desordenaba por completo el ataque enemigo (op. cit.). Las mangas también fueron, a medida que evolucionaban las armas y las técnicas, de mosqueteros. En muchos casos, se combinaban ambas, en otros había mangas de arcabuceros y otras de mosqueteros. Aunque Miguel Ángel García establece que lo más habitual era encontrar 4 mangas de arcabuces y 2 de mosqueteros, estos últimos, como bien sabemos, con armas de mayor calibre y más pesadas y largas por lo que precisaban de horquillas que apoyaban en el suelo y sobre estas apoyaban las armas para disparar mejor.  

En cuanto a las Mangas Volantes, estas no eran otra cosa que mangas de arcabuceros y mosqueteros que combatían sin la protección de los piqueros. Estas mangas utilizaban un frente muy amplio en el que realizaban continuas descargas contra el enemigo. La manera de disparar era de forma escalonada, mientras los de primera fila efectuaban los disparos los de atrás, por regla general cargaban sus armas o, dependiendo de las posiciones, los de primera y segunda fila disparaban y los siguientes cargaban. Una vez que se producían los disparos, los de primeras filas se alternaban con los de atrás para hacer el mismo proceso. Las mangas se adelantaban al resto de sus compañeros y escaramuzaban mientras desgastaban al enemigo.

En caso de peligro, las mangas podían volver al amparo de los piqueros, aunque como bien observa Miguel Ángel, nuevamente, con el paso del tiempo las armas de fuego cada vez eran más, siendo según el autor unas dos terceras partes de la formación.  

Por lo general las mangas de arcabuceros o mosqueteros solían ser de 5X3, tres filas de cinco armas de fuego. Solían salirse de la formación para la realización de escaramuzas y desgastar al enemigo.

Continuando con el análisis de Molina (op. cit.) se observa que si se formaban mangas volantes, es decir, grupos grandes de arcabuceros o mosqueteros en solitario, sin escolta de picas, lo usual era crear un gran frente de armas de fuego, de al menos quince arcabuceros o mosqueteros, aunque se sacrificase profundidad, aun así siendo un mínimo de profundidad de cinco o seis filas para mantener un fuego continuo por “contramarcha” española pero, por el contrario, si formaban en mangas comunes, escoltando un cuadro de picas, solían formar en filas de entre cinco y quince soldados, según la situación, y una profundidad de entre seis y doce soldados, para asegurar una cadencia de fuego continua.

Brevemente, se observarán otras tácticas como el asedio, la encamisada o la marcha, pero antes de todo, sin más dilación, habría que citar a la caballería de los tercios y su famosa Caracola.

  • La Caballería

Si bien lo que más se ha estudiado de los tercios ha sido su infantería, la caballería merece ser mencionada también y, sobre todo, su táctica de la caracola. La caballería era fundamental en los tercios y, según los expertos, solía ser representada por hidalgos y miembros de la nobleza, como se ha mencionado anteriormente. En este sentido, la caballería fue desplazada, no sustituida, a un segundo plano como bien se observa en las batallas. La caballería pesada, acorazada, de esencia medieval, enarbolada por Francia sobre todo, era continuamente derrotada en los campos de batalla ante las innovaciones del Gran Capitán, en las cuales los escuadrones de infantería eran los protagonistas, como se acaba de mencionar. La infantería se mostraba implacable ante la caballería.

Sin embargo, la caballería ligera y armada con espadas, lanzas  y armas de fuego como el arcabuz, por ejemplo, sí que tuvo un papel predominante en los campos de batalla. Situada a los flancos y con la misma misión que las mangas –escaramuzar, y desgastar al enemigo, aunque también perseguir y cargar contra el- la caballería ligera de los tercios era muy versátil y rápida, adiestrada y preparada para el combate, capaz de efectuar disparos a larga distancia y también capaz de combatir “cuerpo a cuerpo” como los infantes.

Los expertos hacen hincapié en la importancia de la caballería de los tercios, de igual forma que las armas de fuego y la infantería. Si bien, reconocen que la caballería cargaba, como se ha visto en varias batallas, lo que les diferenciaba de las demás era su táctica de ataque con armas de fuego, la caracola[24] –dispara a caballo de manera escalonada-. El Gran Capitán, aquel genio militar de la transición del siglo XV al XVI, puso en marcha el aprovechamiento de la caballería, entre potras muchas cosas, no solo para la batalla sino, como es sabido, para transportar infantería y mercancías, complemento de tropa o como apoyo en persecución y escaramuzas. Esto ahorra tiempo y, como se ha visto, ganaba batallas. A medida que avanzamos en el tiempo,  la caballería va a ser fundamental, como se verá, una vez más en Mühlberg o San Quintín, por ejemplo, para cargar y proteger al escuadrón, pero también para realizar escaramuzas y especializarse en el disparo, ahora los jinetes pueden disparar, toda una revolución en el siglo XVI, causando más bajas y permitiendo un repliegue mucho mayor en el campo de batalla.

En este sentido, los avances y la nueva forma de entender la guerra, esa nueva técnica que revolucionaba los campos de batalla, fueron los que lejos de desplazar a la caballería, le dio un sentido nuevo, a través del uso de armas de fuego como el arcabucillo de rueda, por ejemplo, como se menciona en Revista de historia (2016), que luego daría lugar al arcabuz, más usual  en la época. En el caso de los tercios, los autores van más allá al observar la vestimenta de los jinetes ya que estos iban provistos de vestimenta y armadura ligera lo que les permitía un mejor movimiento, rapidez y mayor visión. En este sentido, la caballería era del tipo “herreruelo”, es decir, los jinetes iban con capa corta y cascos abiertos con armadura muy ligera (op. cit., 2016)[25].

La Técnica de la Caracola.

Básicamente esta táctica era muy sencilla y a la vez muy utilizada, a medida que avanza el siglo XVI. La caballería se organizaba en filas, o hileras, y los jinetes con armas de fuego en mano se acercaban a distancia de disparo, entre 10 y 30 metros. Tras disparar la primera fila de jinetes estos viraban, girándose hacia atrás, para dejar paso a la segunda fila y así sucesivamente. Con ello se desataba una enorme y continua carga de disparos sobre el enemigo. Cuando finalizaban los disparos, la caballería se reagrupaba en retaguardia y normalmente volvían a cargar sus armas y a realizar la misma operación, a excepción de que tuvieran que retirarse, ya que el principal problema de este ataque es que la infantería enemiga portaba arcabuces o mosquetes con mayor alcance de disparo. A pesar de todo ello, la caballería de los tercios estaba muy preparada, siendo muy precisa, para la realización de maniobras lo que le daba cierta ventaja sobre el enemigo[26].

Cañete (op. cit., 2018) establece que si bien la carga era la preferencia del enemigo, las tropas católicas gustaban de realizar la Caracola. En ambos casos, continua Cañete, la tendencia fue la de reagrupar la caballería integradas en las formaciones compactas de unas 10 compañías y unos 100 efectivos cada una. En este sentido, William P. Guthrie, como bien muestra Cañete (op. cit.), reconoce hasta cuatro variedades en la Caracola, aunque todas ellas consistían en ataques a caballo en los cuales se disparaba, sin contacto directo con el enemigo.

  1. La Caracola Simple.

En esta técnica, la formación se acercaba a distancia de disparo y se detenía. Abría fuego la primera fila, que luego iba a retaguardia a recargar, mientras la segunda fila disparaba, exactamente como una contramarcha de infantería. En general se solía romper el contacto tras una o dos descargas completas, es decir, no se agotaba la capacidad de fuego de la profundidad de la formación (op. cit.).

2. La Caracola Autentica.

Esta técnica se utilizaba de manera similar a la anterior pero con la salvedad de que la unidad de caballería se detenía a unos 50 metros del objetivo mientras cada fila, de manera independiente, se acercaba al blanco para disparar sucesivamente.  Como establece Cañete (op. cit.), el grueso de la unidad permanecía detrás en todo momento, como fuerza de cobertura.

3. La Limaçon o Caracol.

Esta técnica, en palabras de Cañete (op. cit.) era parecida a la Caracola Auténtica, pero los disparos se hacían por columna en lugar de por fila. Cada columna en sucesión, empezando por la izquierda, se aproximaba al blanco, giraba a la izquierda, se posicionaba paralela al frente enemigo, realizaba la descarga, y luego cabalgaba por detrás del cuerpo hasta ocupar su posición original y recargar. Esta maniobra era particularmente popular entre los arcabuceros a caballo.

4. La Caracola Protestante.

Esta técnica es más aparatosa pero más fácil de ejecutar. Continuando con Cañete (op. cit.), toda la unidad se acercaba a distancia de fuego y la primera hilera disparaba sus pistolas, luego la unidad, toda, giraba bruscamente a la izquierda de manera que la columna de la mano derecha pudiera disparar. La Caracola Protestante se consideraba idónea para unidades que no habían recibido entrenamiento para ejecutar maniobras más complicadas, o si el comandante pretendía cargar después de la descarga inicial.

Por tanto, la Caracola es una técnica diseñada para maximizar la potencia de fuego y realizar el mayor daño posible al enemigo, causar más bajas.  Esto se lograba restando profundidad a los batallones. Concluyendo con la visión de Cañete, se podría establecer que las armas de fuego causaban mayor daño que las espadas o lanzas, es decir, era más efectiva la Caracola que la carga, ya que esta última podía romper o dispersar una unidad pero no producía muchas bajas.

  • La Marcha

Siguiendo instrucciones del maestre de campo, el sargento mayor daba órdenes al tambor mayor para la recogida de las tropas. Estas se preparaban y formaban escuadrón, poniéndose en camino, así lo describe Miguel Ángel García (2010). En vanguardia solía ir, según el autor, una compañía de arcabuceros y en retaguardia otra mientras el grueso, el escuadrón, iba, separado de unos 200 pasos de ambas compañías, en el centro. De esta manera, en caso de emboscada o ataque enemigo los arcabuceros disparaban favoreciendo la contención del enemigo y la preparación del resto, con ello, en plena marcha y debido a su disposición, el escuadrón actuaba de manera rápida disponiéndose, en seguida, en formación de batalla, es decir, picas en el centro y armas de fuego a los flancos[27].

Miguel Ángel García, nuevamente, nos relata cómo era la marcha. Durante la primera media milla, el maestre de campo y el sargento iban a caballo. Los demás oficiales caminaban junto a sus hombres, con los alféreces llevando la bandera. La tropa iba en silencio, a toque de tambor. Delante iba la disciplina. Los alféreces entregaban la bandera a los abanderados y los criados entraban a las filas a coger las armas de sus dueños. Después de esto los oficiales y los hombres que disponían de monturas montaban sus cabalgaduras, y continuaba la marcha. Si un soldado que no disponía de mozo tenía que abandonar la formación por alguna necesidad, dejaba su armamento a algún compañero. En la última compañía de arcabuceros y el grueso iban las mujeres, mochileros desocupados y el bagaje, que transportaba soldados enfermos y aspeados, el equipaje de tropa y la impedimenta, que llevaba útiles de gastadores, pólvora, munición, cuerda y picas para arcabuceros que sobrasen al hacer el escuadrón y a alabarderos. También aquí se encontraban los carros con propiedades de los oficiales. Las mujeres tenían prohibido ir a pie, para no retrasar la marcha. A no ser que tuvieran medios propios tenían que acomodarse en el bagaje o carromato. El resto iban en monturas propias o requisadas por recibo y eran devueltos al final de la etapa.

El furriel mayor, como se ha visto, era el encargado de buscar alojamiento en las poblaciones aledañas. Solía adelantarse al resto y adentrarse en territorio amigo para, de esta forma, preparar los alojamientos. A la hora de marcharse del pueblo o ciudad donde habían estado alojados, para reanudar la marcha, el capitán de los arcabuceros de retaguardia, según Miguel Ángel García (op. cit.), tras inspeccionar la población que dejaban atrás, recogía las quejas, si las hubiere, de los vecinos. La inspección se realizaba por si hubiera emboscadas enemigas o para asegurarse de que ningún soldado desertaba.

Las paradas se realizaban en lugares con agua, para poder descansar, beber y comer. Solían realizarse los “altos en el camino” para que los piqueros con armadura, coseletes, pudiesen descansar ya que llevaban encima mucho peso.  Con ello, además, favorecían que la unidad no estuviera desperdigada y se mantuviera unida, así esperaban también a los soldados de retaguardia.

Cuando estaban llegando a su destino, formaban en escuadrón nuevamente. El tambor mayor leía los bandos que o bien el general o bien el maestre de campo habían dictado con infracciones por el comportamiento de algún soldado, si las hubiere. Aparte, comenta Miguel Ángel García, se señalaba a la compañía que entraba en guardia.  Se montaba guardia por motivos de seguridad, aparte de para “aprender a ser soldado”. La unidad formaba un pequeño escuadrón, igual que en combate, con picas y armas de fuego a los lados. Después, una hora antes del anochecer, se realizaba el relevo, siendo el siguiente a la salida del sol.

Miguel Ángel García (2010) establece que la formación a la hora de marchar era muy importante y que se había aprendido en las Guerras de Italia, pues un ejército desordenado era un blanco fácil para un enemigo disciplinado.

En palabras del Gran Londoño: grandísimo cuidado se debe tener, en que caminando el ejército, especialmente habiendo enemigos cerca, que más veces se ofrece ocasión de romperle en el camino, que en escuadrones formados, en los cuales los soldados están en orden armados y determinados para combatir, pero caminando sin gran orden, muchos no llevan las armas cumplidas, porque no creen ser necesarias, y yendo sin pensamiento de pelear, fácilmente se turban a cualquier incursión de enemigos, y turbados una vez difícilmente se ponen en orden[28].

La marcha también servía para inspeccionar los caminos por los que había que ir así como el terreno, para ahorrar tiempos a los soldados y con ello desplazarse mejor.

  • La Encamisada.

Las Encamisadas eran incursiones nocturnas de los Tercios españoles contra las tropas enemigas y también hallamos la descripción de “tácticas osadas” que realizaban los soldados de los tercios. En resumidas cuentas, una Encamisada era una táctica militar en la que, según Van Den Brule (op. cit.), los soldados españoles (Encamisados) –que eran unos expertos- se introducían en la retaguardia enemiga o en su campamento militar por sorpresa con la intención de desbaratar sus planes logísticos y sembrar el caos, normalmente cuando los enemigos estaban desprevenidos, es decir por la noche o al amanecer.

Estas acciones consistían en pequeñas escaramuzas mediante reducidos grupos de efectivos (unos 50 hombres como máximo, dependiendo de la labor encomendada) que solían arremeter contra el enemigo para sabotear las posiciones enemigas, estropear los cañones enemigos, las fortalezas, las carrozas con víveres…, realización de robos y saqueos… y acabar con la vida de cuantos más enemigos mejor. En estas acciones, los españoles se diferenciaban llevando puesta una camisa blanca y solían llevar solamente daga y espada, aunque algunos soldados portaban arcabuces por si la cosa se ponía fea. Solían atacar por la noche, cuando la tropa enemiga dormía, para poder hacer el mayor daño posible, degollar al mayor número de enemigos en silencio, inutilizar todo el armamento posible y, sólo al retirarse, incendiar los edificios, tiendas y usar las armas de fuego que se llevasen[29].

Los ejemplos de Encamisadas se observan en algunas aventuras del Capitán Alatriste de Reverte[30] así como en varias batallas de los Tercios que dieron tantas victorias, como en la encamisada que dio la victoria en Mühlberg donde gracias al arrojo de 11 soldados se obtuvo una grandísima victoria, o en el asedio de Breda donde los zapadores realizaron gran trabajo bajo las murallas o en Castelnuovo donde, a pesar de la derrota final, a punto estuvieron los nuestros de arruinar los planes a Barbarroja al adentrarse sucesivas veces en campamento enemigo y regar con sangre enemiga el campamento turco dejando miles y miles de bajas en estas incursiones.

Por consiguiente, se establece que los encamisados serán los hombres encargados de realizar las Encamisadas, como describe Van Den Brule (op. cit., pp.109-111) en la defensa de Castelnuovo cuando las “temerarias salidas extramuros de los españoles causaban estragos –y muchísimas bajas- entre los enemigos”. El mismo autor, al referirse a la batalla de Mühlberg, hace hincapié en los “encamisados” como los hombres más valerosos de los Tercios, los cuales “te arrasaban el bosque en un abrir y cerrar de ojos” (op. cit., p. 117). Por lo tanto, pocas veces se valora la acción de una Encamisada y de sus ejecutores, los Encamisados, sin embargo, suponen acciones, como se ha visto, muy importantes y de vital importancia ya que estos golpes de mano surtían un efecto muy positivo para el ejercito de los encamisados, normalmente los Tercios Españoles, debido a que sembraban el pánico en las filas enemigas aparte de causar gran número de bajas entre los enemigos[31].

Con las encamisadas los soldados españoles ganaban tiempo, saqueaban, mataban al enemigo, y distraían la atención del enemigo. En casi todas las campañas había alguna acción encamisada. Así el enemigo combatía al miedo que provocaba esta situación mientras tenían los ojos puestos en el frente. En muchos casos las encamisadas provocaban la retirada del enemigo o les diezmaba tanto que cuando este daba la voz de alarma ya estaban sin efectivos.  Entre sus virtudes destacan el silencio, la rapidez y audacia, el sigilo y la paciencia para, de modo coordinado, entrar en el campamento enemigo y sembrar el caos aprovechando que su guardia esta desprevenida. Estos ataques sorpresas eran uno de los preferidos por nuestros soldados ya que se aprovechaba un momento de coyuntura en el descanso enemigo para asestar un golpe letal y regresar cuanto antes a sus posiciones con el cometido cumplido.

La Encamisada se encuadra dentro de la guerra de guerrillas, un avance –uno de tantos- del Gran Capitán que consistía en ataques nocturnos y por sorpresa de grupos de soldados españoles, no muy numerosos, para hostigar al enemigo, cansarle y agotarle, mantenerle en tensión y disipar sus intenciones, sus planes…. Los elegidos para ello eran especialistas en saqueos, degollamientos, clavar cañones, gente rápida y sigilosa, que se vestían con una camisa blanca para diferenciarse. Estas escaramuzas diezmaban al enemigo y también le hostigaban favoreciendo un estrés y agotamiento continuos. Según Van den Brule (2017), las Encamisadas fueron diseñadas por el Gran Duque de Alba a petición del rey datándose el primer vestigio en torno a mediados del siglo XVI en el norte de Francia y Flandes.

  • El Asedio.

Flandes fue un lugar con muchísimas plazas fuertes, por ello que en la larga guerra que allí se mantuvo hubiera muchos asedios. David Sánchez Escolano (2011) establece que el éxito del sitiador dependía de la ciudad que se decidiera sitiar.

  1. Sitiadores.

Lo ideal, evidentemente, era asfixiar la plaza mediante el cierre de sus comunicaciones y evitando que los suministros le llegase, además se construían fortificaciones aledañas para impedir que nadie saliese de la ciudad. Todo ello era fundamental pues la plaza debía ser batida lo antes posible evitando un asalto. Normalmente el sitiador debía abrir brechas en las fortificaciones a través de la artillería o mediante minas, por lo que el trabajo de los zapadores era increíble. Aun así, lo que siempre se pretendía o se deseaba era que la plaza se rindiese. Sin embargo, Juan Víctor Carboneras (2020) en un excelente análisis sobre los asedios de los tercios españoles, nos muestra que debido a las construcciones de la época los asedios se alargaban resultando largos y dificultosos[32].

Los soldados de los tercios primero debían rodear la plaza, acordonarla. Para esta acción, continuando con el análisis de Juan Víctor (op. cit.), la caballería era fundamental ya que era la encargada de cortar las comunicaciones de la plaza. Tras ello, es labor de los exploradores descubrir algún punto débil por donde poder entrar y más tarde, coincidiendo con David Sánchez (op. cit.) el campamento de los sitiadores se atrincheraba y fortificaba alrededor de la plaza. Después, si el asedio se prolonga y la plaza no se rinde, se construirán plataformas en las cuales emplazar la artillería y con ello castigar los muros fortificados de la plaza. En esta etapa, como nuevamente describe Juan Víctor (op. cit.) también se cavan trincheras que permitan el acercamiento a la plaza en cuestión. A medida que esta labor se lleva a cabo, la distancia de tiro es menor, los zapadores, por otro lado, solían minar el terreno bajo las murallas mediante túneles.

Pero no todo era “coser y cantar”, los sitiadores tenían que estar atentos a cualquier movimiento pues, muchas veces, los sitiados intentaban alguna escaramuza contra los sitiadores, aunque para ello los españoles eran los expertos. Por estas situaciones se fortificaban los campamentos y la artillería se protegía pues era deseo inutilizarla por parte del enemigo, evidentemente.  Además, los sitiadores deben ir provistos de comida y agua por si se alargaba el asedio. En este sentido, Juan Víctor (op. cit.) establece que la duración del asedio no era beneficiosa ya que se podrían crear motines, aflorar enfermedades y un sinfín de problemas.

Así, se realizaba el asedio hasta que los defensores se rendían o morían, hasta que los sitiadores producían una brecha con la artillería en los muros fortificados y aprovechaban para entrar por el hueco. Los escombros, cuenta Juan Víctor, serán de vital importancia ya que pueden servir de rampa, o de pasarela, a los sitiadores mediante la cual entrar en la plaza.

Evidentemente todo ello bajo fuego enemigo que, normalmente, ante el temor de entablar combate con los tercios españoles, dispararán continuamente. Así se observó en San Quintín o en Breda, donde los nuestros tuvieron paciencia y pusieron en marcha todo su conocimiento y valor. Una vez que cae una muralla o se debilita una defensa, normalmente por brechas, ya es cuestión de tiempo que los soldados sitiadores entren en la plaza. Mientras tanto, agazapados, como bien define Juan Víctor, esperan las órdenes para entrar. Los sitiados, evidentemente, si no se rinden, pelearán a ultranza a la espera, inevitable de que los sitiadores entren. El intercambio caótico de fuego y cuchilladas es sorprendente.

Si los sitiadores obtenían la victoria, normalmente, se producían saqueos y rapiña de la plaza. Aquí, destaca Juan Víctor que era el momento esperado por los soldados, una regla de la guerra y un botín deseado tras tanto tiempo intentando tomar la plaza.

Sin embargo, como bien establece Juan Víctor en otro artículo, en muchos casos eran los tercios los sitiados.

2. Sitiados.

Un excelente artículo de Juan Víctor (2020) relata al dedillo cómo se defendían los tercios cuando los sitiados eran ellos.

Primeramente, tras haberse dado la voz de alarma ante la llegada de un contingente enemigo, lo que primero se solía realizar era recolectar toda la cosecha que les fuera posible y solicitar una fuerza de socorro que pudiera proveer de víveres a la plaza y que fuera capaz de acabar con la fuerza sitiadora, así como preparar todo lo posible la defensa[33].

Evidentemente el sitio no gustaba, como se ha visto, ni a sitiadores ni a sitiados y se intentaba evitar o, al menos, que se alargase en el tiempo. Pues la comida escaseaba, no solo para la población de la plaza sino para los soldados, aumentaba el temor y el nerviosismo. Pues mientras se alarga el asedio, se suceden escaramuzas, bombardeos… y el deseo de resistir al máximo, como estable Juan Víctor, aparte de que los víveres comienzan a escasear. El autor hace hincapié en que aunque haya que racionalizar la comida, los soldados debían estar mejor alimentados ya que eran los únicos capaces de defender la plaza.

Si el asedio se alarga, como se ha visto anteriormente, los sitiadores, aparte de resistir contra el enemigo, deben buscar comida o agua, ya que es lo que comienza a escasear, aparte de abrigarse o calentarse. Las bestias de carga, afirma Juan Víctor, eran sacrificadas así como los caballos para servir de comida. Sin embargo, los sitiados deben mantener su mente despejada y evitar que el pavor se apodere de ellos, la debilidad hace estragos debido al hambre y las enfermedades, a los cadáveres y al temor a que entren los sitiadores. En muchos casos llegaba el socorro, como apunta Juan Víctor nuevamente,  y eso suponía un gran alivio para los sitiados y en otros casos, la plaza no se rendía hasta que el último hombre que quedase hubiera muerto, como en el caso de Castelnuovo.

Las defensas eran continuamente reforzadas desde dentro, la artillería disparaba continuamente hacia los sitiadores y si hubiera brechas, y la situación lo permitía, se debían tapar. Las escaramuzas o encamisadas, como se vio en Castelnuovo, muchas veces lograban el objetivo y causaban muchas bajas al enemigo, otras veces el encamisado perdía la vida en el intento. Pero mientras los sitiadores disparaban e intentaban entrar en la plaza, los tercios intentaban dar batalla sin rendirse, intentaban pedir socorro o desbloquear alguna vía de comunicación que les permitiese trato con el exterior.

Cuando los sitiadores entraban los supervivientes plantaban cara en aquellas brechas producidas por artillería enemiga. Cuando la munición se acababa solo quedaba batirse a espada. Muchos se suicidaban antes que dejarse coger por el enemigo, otros peleaban hasta el final, las mujeres evitaban ser violadas y los niños corrían hacia ningún lado. A veces se respetaba el honor y la valentía de los sitiados y se les permitía salir con sus banderas en símbolo de admiración y reconocimiento, como les pasó a los holandeses en Breda.

En tales casos, nadie quería un asedio y menos un asedio largo, pues desgastaba mucho a ambos contrincantes.

Para concluir y por mencionarlos, aunque no sean tácticas de batalla, cabe mencionar las guarniciones y las acampadas y fortificaciones ya que resumen muy bien la actividad y el modo de vida de los tercios. Enfocándolo a la batalla, igual que las escaramuzas, asedios y marchas, las acampadas y guarniciones eran importantes para los soldados ya que era donde pasaban tiempo para resguardarse y protegerse y otras veces descansar.

  • Las Guarniciones

El extracto obtenido de la ya mencionada revista de historia establece que  Las guarniciones servían para proteger los escuadrones de piqueros en su punto más vulnerable: los flancos, que era por donde más fácil podía penetrar una carga de caballería. También auxiliaban a las mangas de arcabuceros, ya que de aquí salían hombres para refrescarlas cuando caían sus compañeros o agotaban sus municiones.

  • Acampada y fortificación.

 Nuevamente en revista de historia, en un magnifico artículo sobre las técnicas de los tercios españoles, se observa la acampada y la fortificación. La acampada se realizaba para descansar y disponer el campamento en una guerra o ante una batalla. El terreno, como se ha visto a lo largo del artículo, era un factor fundamental aunque a la hora de acampar intervenían factores como el número de efectivos, la cercanía al enemigo…, aparte del terreno.  Evidentemente, a la hora de acampar se busca, o se intenta buscar, un terreno ventajoso que deje en desventaja al enemigo, para evitar escaramuzas o sorpresas mientras se está acampado. La elección del terreno, por tanto es fundamental, para acceder más fácilmente al enemigo o provocarle un daño mayor. En el centro del campo solían estar dispuestos los mandos para ordenar o recibir información. Los soldados se disponían según su nacionalidad o procedencia para evitar roces y mantener mejor la disciplina. El campamento no debía ser muy amplio ya que esto podía provocar problemas a la hora de reagruparse en caso de un ataque, o que se hiciera complicada la transmisión de órdenes.

CONCLUSIONES

Como se ha visto, desde que surgen los tercios, y gracias a su experiencia que arrastraban combatiendo en la Reconquista y en las Guerras de Italia, junto a las innovaciones militares que pone en marcha el Gran Capitán, y desembocan en la Escuela Española y el surgimiento de muchos tratados, Europa tuvo que sucumbir a esta infantería que formaba en cuadros con piqueros, arcabuceros y caballería.

Se puso de manifiesto, no la infantería, sino la adaptación de una de las mejores infanterías del mundo, los tercios. Soldados de honor, disciplinados, atentos y experimentados que actuaban en conjunto revolucionando el arte de la guerra en los siglos XVI y XVII. Sus tácticas y su renovación continua, sus innovaciones y la puesta en marcha de su maquinaria, hicieron posible que durante unos 150 años esta infantería legendaria fuese la más temida de Europa.

A veces sobraba en el campo de batalla de valor y con él se ganaban batallas, pero otras veces el enemigo quedaba asombrado por la manera de combatir de estos soldados de la monarquía católica y universal. Sus técnicas revolucionaron la milicia y les permitieron ganar guerras y batallas con menor número de efectivos que sus enemigos, en muchos casos. Optaron por la infantería cuando, hasta el momento, la caballería pesada era la mejor del momento, adoptaron el cuadro de formación de las cohortes romanas y la táctica hoplita, es decir, eran un bloque en la batalla. Sus cuadros de piqueros hacían frente a la caballería y las armas de fuego no solo eran empleadas por la infantería sino que, como se ha visto, la caballería las acogió de buen grado.

Su versatilidad y rapidez, entrenamiento y experiencia, palabra y honor, unido al bloque, la disciplina y el valor hacían de estos hombres los más respetados y temidos en Europa y en mundo musulmán.

En este sentido, todos los factores fueron cruciales para crear el ejército moderno, la infantería de los tercios. La organización de los mandos, el aumento de efectivos, la diversificación y aumento de armas –piqueros, rodeleros, arcabuceros, mosqueteros, caballería…-, el uso cada vez más continuado de las armas de fuego, la compactación del bloque, la experiencia y el entrenamiento, la obediencia….

Como se ha visto, en la batalla lo más usual fue el cuadro de piqueros que apoyado en los flancos por las mangas de arcabuceros hacían invencibles a los tercios. Además, por si esto fuera poco, la caballería que en vez de cargar como en la Edad Media optó por especializarse en las armas de fuego causando más daño al enemigo.  La estructura del cuadro era infranqueable ya que intervenían todas las armas. Se replegaba fácilmente y se movían libre y rápidamente por el campo de batalla. Según las condiciones, terreno, efectivos y bajas y el enemigo, los tercios batallaban de una manera u otra, pero normalmente en bloque.

El cuanto a las demás tácticas de batallas, acompañando al cuadro o escuadrón, estaban las mangas, con arcabuceros y mosqueteros, y la caballería que, a imitación de los arcabuceros, realizaban descargas de fuego a unos 20 metros del enemigo. Para acudir a una batalla o sitio de guerra, los tercios formaban en marcha, atentos también por si hubiera algún imprevisto y preparados para acampar y alojarse en territorio amigo o seguro. También estaban preparados para realizar asedios, aunque como se ha visto estos se intentaban evitar debido al desgaste de las tropas.  Las encamisadas se hacían normalmente de noche en el campamento enemigo, para desbaratar sus planes, por medio de acciones rápidas de sabotaje, aunque, se ha visto que, durante la formación en cuadro arcabuceros y caballería solían despegarse del grupo para escaramuzar al enemigo y pillarle por sorpresa.

BIBLIOGRAFIA

ESPARZA, JOSE J., Tercios, la esfera de los libros, 2017, Madrid

CARBONERAS, JUAN V., El Asedio de los tercios españoles, https://www.facebook.com/groups/27486182069/permalink/10158793308692070 CARBONERAS, JUAN V., La defensa de una plaza fuerte https://www.facebook.com/juanvictor.carboneras/posts/185328889703897

MARTINEZ LAINEZ, F., Pisando fuerte, Edaf, 2012, Madrid

VAN DEN BRULE, A., Acero y Gloria, la esfera de los libros, 2019, Madrid

VILLEGAS GONZALEZ, A. Hierro y Plomo, Glyphos, 2012, España

VILLEGAS GONZALEZ, A., Ni un pedazo de tierra sin una tumba española, Glyphos, 2015, España

VV.AA., “Los Tercios (I). Siglo XVI”, Desperta Ferro, nº especial V, junio 2014

VV.AA., “Los Tercios (II). 1600-1660”, Desperta Ferro, nº especial VII, Septiembre 2015

VV.AA., “Los Tercios (III). El norte de África”, Desperta Ferro, nº especial IX, Junio 2016

FILMOGRAFIA

DIAZ YANES, A. (Dir.), Alatriste, 2006, España

BIBLIOGRAFIA WEB

https://bellumartishistoriamilitar.blogspot.com/2018/02/formaciones-de-los-tercios-en-el-siglo.html

https://blogs.ua.es/lostercios/category/tecnicas-y-tactica/

https://www.gehm.es/edad-moderna/tercios-de-espana-tacticas-de-caballeria-i-la-caracola/

https://terciosviejos.blogspot.com/2020/01/los-tercios-las-formaciones.html

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https://www.abc.es/historia/abci-tacticas-tercios-flandes-analizadas-40921819654-20200630014022_galeria.html

https://revistadehistoria.es/tecnicas-y-tacticas-de-los-tercios-espanoles-parte/

https://revistadehistoria.es/tacticas-y-tecnicas-de-los-tercios-espanoles-parte-ii/

https://revistadehistoria.es/tercios-espanoles-las-tacticas-de-una-fuerza-de-elite/

https://revistadehistoria.es/tacticas-y-tecnicas-de-los-tercios-espanoles-caballeria-parte-iii/

https://ejercito.defensa.gob.es/Galerias/multimedia/revista-ejercito/2010/Revista_Ejercito_827.pdf pp.108-110


[1] Excelente resumen sobre las Ordenanzas de Génova en la Revista del Ejército, nº 827, de marzo de 2010 por Joaquín Navarro Méndez, pp. 108-110

[2] En Italia descansaban los tercios en Milán, Nápoles y Sicilia, por lo que podrían ser llamados desde cualquier otro territorio en guerra al cual acudirían en seguida. Tras ello, surgiría el Camino Español, lo que hizo posible una mayor comunicación entre Italia y Bélgica, una vía por la que transcurrieron los tercios recorriendo Europa desde el sur al norte, controlando así cualquier territorio del Imperio Español en Europa.

[3] A imitación de las Legiones Romanas según Alex Claramunt (2017)

[4] El cargo de barrachel se ocupaba también de supervisar las “chicas de compañía” o prostitutas que acompañaban a los soldados, así se aprecia en revista de historia (2015)

[5] En el Especial nº I de Desperta Ferro sobre Los Tercios del siglo XVI en el capítulo sobre la Sanidad militar española Manuel García Rivas (2014) establece la importancia de los tercios para el ámbito sanitario ya que se desarrolló ahora con total fluidez todo un entramado médico que sirve de apoyo a los soldados, además de la creación de hospitales permanentes, según Laínez (2012) 

[6] Más información en este excelente articulo https://revistadehistoria.es/tecnicas-y-tacticas-de-los-tercios-espanoles-parte/

[7] El tratadista español, militar e historiador del siglo XVI, Bernardino de Mendoza describe así los efectos de la pólvora en su “Teoría y Practica de la guerra”: rompe y abre los escuadrones y batallones deshaciéndolos y así la mayor parte de victorias que se ganan en estos tiempos es habiéndose conseguido con la artillería (…) desordenando los escuadrones del enemigo de suerte que los ponen en rota y deshechos… más información en https://www.gehm.es/edad-moderna/tercios-de-espana-la-artilleria-de-campana/

[8] Obra escrita entre 1577 y 1592, narra de manera cronológica los sucesos ocurridos en esas regiones durante esos años. Su obra la componen unos 16 libros o volúmenes que se corresponden con cada año. 

[9] Para ampliar los conocimientos Davis Sánchez Escolano (2011) desglosa aún más todas las funciones en https://blogs.ua.es/lostercios/category/2-estructura-y-organizacion-interna/

[10] Para ampliar la información recomendamos a los especialistas como Parker, G.: El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659. Alianza. Madrid, 1985; Sánchez, J.: El camino español, un viaje por la ruta de los Tercios. Manakel. 2014; Laínez Martínez, F.: Pisando fuerte. Edaf. Madrid. 2012.

[11] Un ejemplo de la manera de construir las fortalezas y de la vida en ellas lo cuenta Rodríguez Hernández, Antonio J.: “Las guarniciones africanas durante el siglo XVII”, Desperta Ferro nº Especial IX, Los tercios III, pp. 50-55

[12] Miguel Ángel García Arocas (2010) establece que en su modalidad más elemental se componía de un cuadro de piqueros, normalmente incluyendo a los de las compañías de arcabuceros. A sus lados, se disponían las denominadas “guarniciones”, integradas por la arcabucería que existía en las compañías de piqueros. Era aconsejable que no tuvieran un frente de más de cinco hombres, ya que ésta era la distancia máxima que cubría la pica. Finalmente, se colocaban en las esquinas las “mangas”, constituidas por personal de las compañías de arcabuceros del tercio.

[13] https://www.1898miniaturas.com/article/organica-tactica-tercios-espanoles-guerra-de-los-treinta-anos/

[14] https://blogs.ua.es/lostercios/category/2-estructura-y-organizacion-interna/

[15] Las formaciones de piqueros, la infantería del siglo XVI en general, sustituirá y desplazará a la caballería pesada, mientras que las armas de fuego cambiarían el arte de la guerra. Sancho de Londoño llegó a afirmar que “en el frente de los escuadrones deben poner las más largas picas”. https://terciosviejos.blogspot.com/2020/01/los-tercios-las-formaciones.html

[16] https://blogs.ua.es/lostercios/category/2-estructura-y-organizacion-interna/

[17] El escuadrón era la unidad básica de los tercios. Un cuadro de infantes formado en hileras y con una forma rectangular que ofrece sus cuatro lados al enemigo. Por tanto, en las filas exteriores se situarán los llamados coseletes, los que disponían de armadura completa y con las picas cumplidas (no recortadas), es decir, las más largas, como señalaba Londoño. Era rectangular debido a que la distancia con el piquero de al lado (hombro con hombro) era de un pie, mientras que con el de atrás y el de delante era de dos y medio, lo que permitía realizar adecuadamente las maniobras. https://terciosviejos.blogspot.com/2020/01/los-tercios-las-formaciones.html

[18] De esta manera se conseguía un cuadro compacto con una formación cerrada.

[19] https://terciosviejos.blogspot.com/2020/01/los-tercios-las-formaciones.html

[20] Para saber más, consultar Milicia, Discurso y Regla Militar (1592) del alférez Martínez de Eguiluz, uno de los grandes estudiosos de las formaciones en el siglo XVI, en https://books.google.es/books/about/Milicia_discurso_y_regla_militar.html?id=FmiXjd3rpj8C

[21] https://terciosviejos.blogspot.com/2020/01/los-tercios-las-formaciones.html

[22] Según Miguel Ángel García, en 1601 las compañías de las fuerzas neerlandesas se componían de 113 efectivos con entre 30 y 50 piqueros.

[23] Si se desea más información, en VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, Glyphos, 2012, pp. 13-16 y pp. 25-28 respectivamente, se puede observar mediante la épica del relato, y una forma diferente, más cercana quizá al lector y a la época, con un poco de humor, ambas batallas y entender cómo sucedieron desde otro punto de vista a Van Den Brule.

[24] CAÑETE, HUGO A. (2018) en https://www.gehm.es/edad-moderna/tercios-de-espana-tacticas-de-caballeria-i-la-caracola/ Las tácticas de caballería en el siglo de oro oscilaron básicamente en dos modalidades bien diferenciadas, a saber, la Caracola, que buscaba optimizar la potencia de fuego, y la Carga, que maximizaba el impacto moral.

[25] https://revistadehistoria.es/la-caballeria-de-los-tercios-y-la-tactica-de-la-caracola/

[26] https://revistadehistoria.es/la-caballeria-de-los-tercios-y-la-tactica-de-la-caracola/

[27] https://blogs.ua.es/lostercios/category/2-estructura-y-organizacion-interna/

[28] en https://blogs.ua.es/lostercios/category/2-estructura-y-organizacion-interna/

[29] Según Van Den Brule “Una encamisada era un ataque por sorpresa a una hora tardía de la madrugada, casi rozando el amanecer, en ese momento en que se le supone al enemigo profundamente dormido y confiado”.

[30] La encamisada se aprecia en la primera escena de la adaptación cinematográfica de “Las aventuras del Capitán Alatriste”, Alatriste, en la que se recrea fielmente una acción de Encamisada ambientada en la década de los años 20 del siglo XVII cuando unos pocos soldados españoles atacan un campamento holandés para inutilizar la artillería enemiga y matar a algunos soldados holandeses.

[31] Los encamisados eran un cuerpo de operaciones especiales puntero y letal en Van den Brule (2017), https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-03-11/ataque-sorpresa-en-flandes_1346142/ Como bien establece Villegas González (2018), los españoles eran unos expertos en estas situaciones. A partir de esa innovación, la guerra había cambiado en favor de los españoles. Durante la Guerra de Granada y ya en las guerras de Italia contra Francia aparecen numerosos avances técnicos que favorecieron la supremacía militar del ejército español en los campos de batalla de Europa y uno de estos avances fue el de las guerrillas y escaramuzas en las cuales se engloban las encamisadas.

[32] https://www.facebook.com/groups/27486182069/permalink/10158793308692070

[33] https://www.facebook.com/juanvictor.carboneras/posts/185328889703897 recomendación indispensable la lectura del excelente análisis de Juan Víctor Carboneras.

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