Las operaciones especiales de los Tercios

Álvaro González Díaz

¿Quién nunca ha escuchado algo sobre las Encamisadas? Si bien las Encamisadas eran acciones con gran golpe de efectividad, pocas veces nos paramos a pensar en su importancia y utilidad. Además, según los expertos, las Encamisadas, al ser operaciones especiales, debían ser realizadas por expertos, soldados formados y entrenados para ello, los Encamisados.

Sin embargo, al indagar en internet y curiosear un poquillo, encontramos que las Encamisadas eran incursiones nocturnas de los Tercios españoles contra las tropas enemigas y también hallamos la descripción de “tácticas osadas” que realizaban los soldados de los tercios. En resumidas cuentas, una Encamisada era una táctica militar en la que, según Van Den Brule (2019), los soldados españoles (Encamisados) –que eran unos expertos- se introducían en la retaguardia enemiga o en su campamento militar por sorpresa con la intención de desbaratar sus planes logísticos y sembrar el caos, normalmente cuando los enemigos estaban desprevenidos, es decir por la noche o al amanecer.

Estas acciones, como es sabido, consistían en pequeñas escaramuzas mediante reducidos grupos de efectivos (unos 50 hombres como máximo, dependiendo de la labor encomendada) que solían arremeter contra el enemigo para sabotear las posiciones enemigas, estropear los cañones enemigos, las fortalezas, las carrozas con víveres…, realización de robos y saqueos… y acabar con la vida de cuantos más enemigos mejor. En estas acciones, los españoles se diferenciaban llevando puesta una camisa blanca y solían llevar solamente daga y espada, aunque algunos soldados portaban arcabuces por si la cosa se ponía fea. Solían atacar por la noche, cuando la tropa enemiga dormía, para poder hacer el mayor daño posible, degollar al mayor número de enemigos en silencio, inutilizar todo el armamento posible y, sólo al retirarse, incendiar los edificios, tiendas y usar las armas de fuego que se llevasen[1].

Los ejemplos de Encamisadas se observan en algunas aventuras del Capitán Alatriste de Reverte[2] así como en varias batallas de los Tercios que dieron tan dulces victorias, o derrotas, como en la encamisada que dio la victoria en Mühlberg donde gracias al arrojo de 11 soldados se obtuvo una grandísima victoria, como en el asedio de Breda donde los zapadores realizaron gran trabajo bajo las murallas o en Castelnuovo donde, a pesar de la derrota final, a punto estuvieron los nuestros de arruinar los planes a Barbarroja al adentrarse sucesivas veces en campamento enemigo y regar con sangre enemiga el campamento turco dejando miles y miles de bajas en estas incursiones.

Pero, antes de nada, la Encamisada es definida en los diccionarios como el “ataque militar que se realizaba de noche por sorpresa y cubriéndose los soldados con una camisa blanca para no confundirse con los enemigos[3][4]”. 

Tras lo anterior, por consiguiente, se establece que los encamisados serán los hombres encargados de realizar las Encamisadas, como describe Van Den Brule (op.cit., pp.109-111) en la defensa de Castelnuovo cuando las “temerarias salidas extramuros de los españoles causaban estragos –y muchísimas bajas- entre los enemigos”.  El mismo autor, al referirse a la batalla de Mühlberg, hace hincapié en los “encamisados” como los hombres más valerosos de los Tercios, los cuales “te arrasaban el bosque en un abrir y cerrar de ojos” (op. cit., p. 117). Por lo tanto, pocas veces se valora la acción de una Encamisada y de sus ejecutores, los Encamisados, sin embargo, suponen acciones, como se ha visto, muy importantes y de vital importancia ya que estos golpes de mano surtían un efecto muy positivo para el ejercito de los encamisados, normalmente los Tercios Españoles, debido a que sembraban el pánico en las filas enemigas aparte de causar gran número de bajas entre los enemigos[5].

Con las encamisadas los soldados españoles ganaban tiempo, saqueaban, mataban al enemigo, y distraían la atención del enemigo. En casi todas las campañas había alguna acción encamisada. Así el enemigo combatía al miedo que provocaba esta situación mientras tenían los ojos puestos en el frente. En muchos casos las encamisadas provocaban la retirada del enemigo o les diezmaba tanto que cuando este daba la voz de alarma ya estaban sin efectivos.  Entre sus virtudes destacan el silencio, la rapidez y audacia, el sigilo y la paciencia para, de modo coordinado, entrar en el campamento enemigo y sembrar el caos aprovechando que su guardia esta desprevenida. Estos ataques sorpresas eran uno de los preferidos por nuestros soldados ya que se aprovechaba un momento de coyuntura en el descanso enemigo para asestar un golpe letal y regresar cuanto antes a sus posiciones con el cometido cumplido.

La Encamisada se encuadra dentro de la guerra de guerrillas, un avance –uno de tantos- del Gran Capitán que consistía en ataques nocturnos y por sorpresa de grupos de soldados españoles, no muy numerosos, para hostigar al enemigo, cansarle y agotarle, mantenerle en tensión y disipar sus intenciones, sus planes…. Los elegidos para ello eran especialistas en saqueos, degollamientos, clavar cañones, gente rápida y sigilosa, que se vestían con una camisa blanca para diferenciarse. Estas escaramuzas diezmaban al enemigo y también le hostigaban favoreciendo un estrés y agotamiento continuos. Según Van den Brule (2017), las Encamisadas fueron diseñadas por el Gran Duque de Alba a petición del rey datándose el primer vestigio en torno a mediados del siglo XVI en el norte de Francia y Flandes.

Como bien establece Villegas González (2018), los españoles eran unos expertos en estas situaciones. A partir de esa innovación, la guerra había cambiado en favor de los españoles. Durante la Guerra de Granada y ya en las guerras de Italia contra Francia aparecen numerosos avances técnicos que favorecieron la supremacía militar del ejército español en los campos de batalla de Europa y uno de estos avances fue el de las guerrillas y escaramuzas en las cuales se engloban las encamisadas.

La misión era fácil, atacar y matar al enemigo en su campamento, mientras dormía. Disparatar sus planes. Para las encamisadas iban también zapadores, como cuenta Villegas (2012) en uno de sus tantos relatos sobre los tercios. Aquí un fragmento de un capitulo donde muestra la acción de la encamisada a la perfección:

“El frío se cala en los huesos y la humedad flamenca nos hace temblar, los dientes castañetean, las articulaciones duelen y en cada paso hay que despegar los pies del fango que parece que quiera dejarnos para siempre clavados sobre el estrecho dique por el que caminamos en silencio, solamente se escucha el murmullo de algunas oraciones musitadas en voz muy baja mientras los hombres se ponen a bien con Dios, mejor así pues a falta de cura que nos bendiga cada cual quiere irse, si hoy sale elegida su papeleta en el sorteo de la muerte con la conciencia y el alma en paz, y que al menos en el cielo tengan el reconocimiento y la fortuna que su patria siempre les negó.

Caminamos en hilera y apenas se distingue la sucia camisa del que va delante, las armas envueltas en trapos, los escapularios y cadenas de Santos y Vírgenes bien metidas entre el jubón, los oídos atentos, la mirada tratando de captar la poca luz que la gris luna flamenca nos ofrece, los pasos cortos pero firmes, algunos resbalan por el filo fangoso del dique y caen en las frías y turbulentas aguas donde se ahogan en silencio sin aspavientos ni manotadas inútiles y se dejan llevar por la corriente mansos y mueren acorde a la fama que su nación les exige pues somos españoles y la reputación y la honra de un español valen más que su propia vida.

Poco a poco nos vamos acercando hasta el campamento enemigo y el dique que construyen, paso a paso, sin prisas, degollando silenciosos y eficaces a los centinelas que están muertos antes incluso de enterarse de que lo están.

Algunos se despliegan con los pocos arcabuces que a tales golpes de audacia se traen, con la única misión de protegernos a los demás cuando llegue la hora de poner pies en polvorosa y detrás nuestro no queden más que lamentos, por eso para tal faena se han escogido a los mejores tiradores capaces de acertar en un ojo a un jinete holandés en plena cabalgada.

Los demás nos desparramamos dentro del campo enemigo, durante los primeros instantes la calma y el sosiego continúan después siempre sucede lo mismo alguien dispara una pistola, o con la daga en el pescuezo da un alarido espeluznante antes de que se lo rebanen y luego la degollina, el caos y el desenfreno, pues no hay, ni debe haber cuartel en las encamisadas, pensadas para causar el mayor terror posible al enemigo y que ni coma ni duerma ni se alivie sin el temor de que aparezcan de repente los españoles encamisados gritando aquello de ¡Cierra!.

Algunos desventran a los caballos mientras los pobres animales relinchan y dan coces enloquecidos, ¡pobres bestias! Otros se han acercado hasta los cañones, clavándolos y metiendo fuego a la pólvora que empieza a arder y a estallar iluminando la matanza.

Zapadores tudescos demuelen con sus hachas el trabajo de los holandeses, cortan cuerdas y pilares y el dique pronto queda convertido en un montón de astillas.

Los demás estamos muy entretenidos persiguiendo a los pocos enemigos que no han muerto en sus camas y que espantados y medio dormidos vamos degollando según encontramos, pocos tratan de defenderse y muchos de huir pero no tienen a dónde. Luego llega la hora del saqueo, nos llevamos la ropa, los utensilios de peltre, las espadas, las dagas damasquinadas, los dientes de oro y todo cuanto encontramos, los más afortunados monedas de oro y plata que han saqueado de la tienda de algún oficial, lo que agarremos cada cual en su saco será la única paga que recibamos pues el Rey lleva sin pagar un óbolo desde que El Cid cabalgaba por los campos de Castilla.

A la hora de retiramos la escolta de los arcabuces apenas tienen que disparar pues solamente algún desgraciado desorientado nos sigue, detrás el campamento holandés arde por los cuatro costados y muy pocos han sobrevivido a la encamisada y los que lo han conseguido están heridos o escondidos y aterrados por lo que han contemplado.

No sé si les he dicho ya a vuestras mercedes que no hay cuartel para nadie en las encamisadas y el dique con el que pretendían ahogarnos está destrozado y seiscientos herejes han despertado del sueño con una daga española en el gaznate, además volvemos casi todos los que salimos y con abundante botín y eso es lo único que importa.

En pocos días los anillos, las telas finas y los doblones estarán ya en manos de tahúres, putas o taberneros, que ya se sabe que en campaña lo que se gana con riesgo de la vida en disfrutar la misma debes gastarlo.

Aunque hay algunos soldados que ahorran y guardan monedas en cinturones y faltriqueras secretas, esperanzados en regresar enteros y terminar sus días en España junto con un trozo de tierra y una mujer moza que les cuide la vejez… ¡Pardillos que son, pardiez!

Pues nunca se sabe cuándo La Parca llamará a tu puerta y en Flandes, menos.

Ésta noche, otra vez, volveremos a ponernos las camisas sobre los petos y volveremos a marchar en silencio y volveremos a apretar los dientes mientras el frío hereje nos cala los huesos. Para que los enemigos de España despierten del sueño en mitad de su peor pesadilla…

Íñigo García de Londoño, pica seca de infantería española, destacado en Flandes y experto en encamisadas[6]”.

Como se observa, Villegas define bastante bien, como es habitual en este autor, la acción de una encamisada y sus soldados, preparados para ello. Solían realizarse cuando el enemigo bajaba la guardia, esto es de noche o de madrugada, lo que Van Den Brule (op. cit.) ha calificado de “hacer la guerra en camisa”. En este sentido, este autor establece que Alonso de Acevedo era el “mayor especialista en golpes de mano, ataques sorpresa, en dirección de comandos” eran operaciones, como prosigue Van Den Brule, tras las líneas enemigas.

Si bien las Encamisadas surgieron como pequeñas escaramuzas y se fueron perfeccionando con el tiempo, a medida que lo exigía la guerra y los recursos.  Según Van Den Brule las tácticas de los tercios fueron posteriormente imitadas, poniendo de ejemplo a la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial. Uno de los ejemplos de una destacada Encamisada fue, como se hace hincapié en la página “Una historia curiosa[7]”, la que protagonizó Cristóbal de Mondragón junto a los 3.000 soldados que le acompañaban en el sitio de la plaza de Targoes en 1577 en el cual todos ellos  atacaron al enemigo haciendo uso de la oscuridad de la noche, de manera sigilosa y pasando totalmente desapercibidos para cumplir finalmente su cometido, el socorro de dicha plaza.

Otro ejemplo del empleo de la Encamisada lo describe, como no podía ser de otra forma, Miguel de Cervantes en su conocido Don Quijote, con gran conocimiento de los hechos al haber servido como autor de los tercios españoles: (…)Aquella misma noche, cabalgando don Quijote y Sancho por el oscuro camino, vieron llegar un gran grupo de hombres revestidos de camisas por encima del atuendo, que llevaban antorchas encendidas (…) En el transcurso de la aventura, Sancho tuvo ocasión de contemplar a don Quijote a la luz de la antorcha de uno de los encamisados, y pareciéndole que presentaba «la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto», le dio el nombre de el caballero de la Triste Figura.

CONCLUSIONES

En resumen, como se ha analizado brevemente, la Encamisada era una acción rápida y silenciosa que servía para dar un golpe de mano en la retaguardia enemiga. Era una acción de vital importancia que alertaba a un enemigo descuidado y lo mantenía con un estrés continuo. Estas escaramuzas se realizaban por la noche o de madrugada y servían para sabotear las líneas enemigas. Los soldados encargados de ello, los Encamisados, eran militares entrenados que se diferenciaban por llevar puesta una camisa blanca y poco armamento para tener más agilidad a la hora de ejecutar el plan.

Fueron operaciones de guerrillas o comandos que, según los autores, se pusieron en marcha a mediados del siglo XVI teniendo gran alcance y efectividad para los ejércitos hispánicos, expertos en estas acciones, y sembrando el pánico en las filas enemigas. De ahí su importancia ya que eran golpes de mano rápidos y efectivos que arruinaban los planes zapadores y logísticos del enemigo, causaban muchas bajas en muy poco tiempo y favorecían ganancias extra para los Encamisados.

Las Encamisadas lejos de caer en el olvido se impusieron como una táctica más de aquel aspecto en el que los españoles eran los dueños, las guerrillas, la guerra en retaguardia.

BIBLIOGRAFIA

https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-03-11/ataque-sorpresa-en-flandes_1346142/

DIAZ YANES, A. (Dir.), Alatriste, 2006

ESPARZA, JOSE J., Tercios, la esfera de los libros, 2017, Madrid

VAN DEN BRULE, A., Acero y gloria, la esfera de los libros, 2019, Madrid

VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, Glyphos, 2014, España


[1] Según Van Den Brule “Una encamisada era un ataque por sorpresa a una hora tardía de la madrugada, casi rozando el amanecer, en ese momento en que se le supone al enemigo profundamente dormido y confiado”.

[2] La encamisada se aprecia en la primera escena de la adaptación cinematográfica de “Las aventuras del Capitán Alatriste”, Alatriste, en la que se recrea fielmente una acción de Encamisada ambientada en la década de los años 20 del siglo XVII cuando unos pocos soldados españoles atacan un campamento holandés para inutilizar la artillería enemiga y matar a algunos soldados holandeses.

[3] https://dle.rae.es/encamisada

[4] https://es.thefreedictionary.com/encamisados

[5] Los encamisados eran un cuerpo de operaciones especiales puntero y letal en Van den Brule (2017), https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-03-11/ataque-sorpresa-en-flandes_1346142/

[6] VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, glyphos, 2012, Madrid, pp. 44-46

[7] https://unahistoriacuriosa.wordpress.com/2016/08/04/las-encamisadas-la-osada-tecnica-de-los-tercios-espanoles/

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