La batalla de San Quintín, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1557 en la ciudad francesa que dio nombre a la batalla, supuso un momento de inflexión en la Guerra de Italia que enfrentó a la Monarquía Hispánica y a Francia entre 1551 y 1559.

Para contextualizar la batalla, debemos remontarnos a 1551, momento en que Francia lanza una nueva ofensiva contra la Monarquía Hispánica, tal y como llevaba sucediendo desde tiempos del Gran Capitán, por hacerse con los territorios españoles en Italia. El rey francés, Enrique II, contaba con el apoyo del Papa, por lo que utilizó sus territorios para penetrar en la Península Italiana y atacar el reino de Nápoles, eficazmente defendido por el Tercio Viejo de Nápoles.

El enfrentamiento, que había ya comenzado con Carlos V en el trono español (abdica en 1556-1557), no se limitó territorialmente  a Italia, sino a todos y cada uno de los territorios en que ambas potencias tenían aspiraciones. Felipe II, consciente de que Enrique II no iba a detenerse en atacar únicamente Italia (pues siempre mostró sus intenciones de acabar con la presencia española en Flandes) decidió lanzar una ofensiva que acabase definitivamente con una de las numerosas amenazas que la Monarquía Hispánica tenía por delante (ya saben, ingleses, franceses, turcos, y hasta el mismo Papa).

Con el conflicto en su pleno apogeo, Felipe II ordenó a los ejércitos en Flandes, que habían recibido refuerzos de Italia y de Saboya, incluyendo el temido Tercio de Saboya, ordenó un ataque contundente al norte de Francia, planteando la toma de París y la rendición total de Francia. Para ello, ordenó al Duque de Saboya, general al frente del contendiente español, que avanzase hacia San Quintín con los cerca de 47.000 hombres de los que disponía, pues esta ciudad era la llave hacia París y hacia el dominio de todo el norte de Francia.

Una vez llegaron a sitiar la ciudad, bien defendida, Enrique II envió soldados de toda Francia, contándose unos 25.000, con el condestable Montmorency al frente, para intentar liberar el sitio. Pese a los avisos de sus generales, Montmorency decidió atacar al ejército español partiéndose en dos, lo que sin duda reflejaba una gran subestimación de la capacidad de combate del ejército de Felipe II.

De esta forma, el 10 de agosto de 1557 se encontraron ambos ejército frente a la ciudad de San Quintín. En cuestión de pocas horas, el buen hacer de los arcabuceros provocó la huida del grueso del ejército francés, siendo abatidos miles de hombres por la caballería española al mando del Conde de Egmont. El número de bajas de cada bando da buena cuenta de cómo de contundente fue la derrota para Francia, pues perdió cerca de 12.000 hombres, mientras el ejército español tan solo contaba con unas 500 pérdidas.

Una vez finalizada la batalla, Felipe II, apenado por no haber podido presenciar el combate en directo, ordenó la construcción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial en honor a San Lorenzo, pues el 10 de agosto se celebra su festividad.

Pese a la victoria, y desoyendo las recomendaciones del Duque de Saboya, Felipe tuvo serias dudas sobre qué hacer a continuación, decidiéndose definitivamente por asediar y rendir la ciudad, tarea en la que empleó unos 17 días. Este tiempo tan valioso sirvió a Enrique II para traer tropas de todos los rincones de Francia, incluyendo los ejércitos desplegados en Francia. Por este motivo, la marcha hacia París ya no fue posible.

En definitiva, la batalla de San Quintín, pese a la enorme victoria cosechada por los ejércitos españoles, con la inestimable ayuda de los siempre dispuestos tercios, no tuvo un efecto definitivo en la guerra contra Francia. De hecho, todavía hubo España de derrotar a Francia en las Gravelinas en 1558 para que se rindiese, firmando el Tratado de Cateau-Cambrésis en 1559, el cual fue muy beneficioso para España, garantizando su hegemonía en Italia y Europa, al menos, varias décadas más.

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