En el contexto de las Guerras Italianas entre Francia y el Imperio Español se entabló la batalla de San Quintín en la cual el segundo, el católico y universal Imperio Español, obtuvo una decisiva victoria.

El joven rey Felipe II comenzó su reinado con muchas amenazas, al igual que su padre el emperador Carlos V por estas fechas retirado en Yuste. En este sentido, a su católica majestad le tocó lidiar contra turcos, holandeses, ingleses y franceses siendo estos últimos su problema inicial. El papa antiespañol Paulo IV había firmado en diciembre del año 1555 una alianza con Enrique II de Francia. Además, las tropas francesas se encontraban acantonadas en el Piamonte. De esta manera, según Esparza (2017), el papa intentaba equilibrar la balanza en la pugna mantenida desde tiempos remotos entre los territorios imperiales y los eclesiásticos y es por ello que busca a un aliado alternativo como lo era Francia. Así pues, Paulo IV quebranta la paz firmada anteriormente entre Carlos I y Francisco I instando a Francia a formar alianza contra España y romper el equilibrio en Europa.

En 1556 Francia, con el duque de Guisa a la cabeza, invadió el reino de Nápoles. Sin embargo, la rápida actuación del duque de Alba impidió la invasión de Nápoles pues se lanzó rápidamente contra el Estado de la Iglesia, quedando el papa aislado. Davide Maffi (2014) destaca la habilidad del general español que destacó sobre los demás al contener los embates de los franceses y aniquilar su ejército, obligando, posteriormente, al papa a firmar la paz. Este hecho le costó la excomunión al rey Felipe II.

Tras la noticia de la invasión francesa del reino de Nápoles, Felipe II envió sus tropas imperiales de Flandes directas a invadir Francia, al mando de Manuel Filiberto, duque de Saboya.

Felipe II pasa a la ofensiva con 42.000 soldados que traspasan la frontera de Flandes a Francia. Un ejército muy variopinto en el que había ingleses -aliados en este momento ya que Felipe II estaba casado con María Tudor (Jesús A., Rojo, 2015)-, valones, flamencos, borgoñones, saboyanos, húngaros, italianos y alemanes, estos últimos siendo mayoría.

Felipe II instaló su cuartel general en Cambrai, ciudad situada al norte de Francia y colindando con Bélgica. Allí, como narra Esparza y como anécdota, Felipe II recibió el horóscopo en una carta de un tal Nostradamus –astrologo favorito de Catalina de Medici- que Felipe II rompió sin leerla pues prefería confiar en Dios y en sus tercios españoles.

El duque de Saboya engaña a los franceses y finge una invasión de Francia por Champaña y con el enemigo engañado dirige las tropas hacia San Quintín poniendo sitio a la ciudad.

Los franceses al conocer la noticia movilizan un fuerte ejercito al mando del condestable Anne de Montmorency, quien al parecer tenía deudas pendientes con España al haber sido derrotado en Pavía y caer preso de los españoles. Al tener más experiencia que Filiberto y al observar la “ratonera” en la que se habían metido los españoles por hallarse en una zona muy estrecha, entre el rio Somme y un bosque,  Montmorency se cree vencedor.  Este exceso de confianza hace que Montmorency envíe a su vanguardia a cruzar el rio mientras que el grueso de sus tropas aguarda en el bosque.  

Movido por el desprecio personal hacia el duque de Saboya y confiado ciegamente en su victoria, Montmorency cambió su táctica y obliga a sus tropas a abandonar el bosque y avanzar a campo abierto (Jesús, A., Op. cit.) Pero aquí, el duque de Saboya demuestra quien es. Contra todo pronóstico, las tropas de Felipe II no se habían encajonado en el rio Somme sino que lograron cruzarlo y sorprenden a los 6.000 franceses enviados al rio. Los autores coinciden en que el puente del rio Somme no era tan estrecho y los ejércitos imperiales lo pudieron cruzar en muy poco tiempo. Los arcabuceros aniquilan y destrozan a los franceses. Además, como establece Antonio Villegas (2014), los franceses también acudieron al rio mediante barcazas que debido a su poco caudal en aquel momento no avanzaban muy rápido y se frenaban `por el fango, hecho que aprovecharon los españoles.

Mientras tanto, la caballería imperial ataca el flanco izquierdo francés comandada por Egmont. Montmorency, boquiabierto, intenta desplegar lo más rápido posible sus tropas pero ya era tarde pues la infantería española, los temibles tercios, causan verdaderos estragos. Montmorency que no cree lo que pasa decide luchar y morir con honor siendo hecho preso por el soldado español Don Pedro Merino de Sedano (Esparza, op. Cit.), quien tras vencer en el cuerpo a cuerpo al condestable francés, que se rindió, se lo entregó a Manuel Filiberto.

La escabechina fue tal que los 5.000 alemanes mercenarios que formaban con el cuadro francés se rindieron en bloque, como establecen los autores. Mientras que los franceses que permanecían en formación se desvanecieron y empezaron a correr sin mirar atrás (Antonio Villegas, Op. Cit.).

Según los autores, las cifras son cuanto menos humillantes para los franceses, quizá abrumadoras. En este sentido y aunque no hay un acuerdo mutuo entre las bajas, San Quintín se saldó con más de 10.000 muertos franceses y unos 8.000 presos, mientras que las bajas de los imperiales apenas llegaban a 1.000. Sin embargo, San Quintín terminó de caer el 27 de agosto de ese mismo año tras un intenso cañoneo que abrió varias brechas en la muralla permitiendo a los asaltantes pasar a cuchillo a gran parte de los defensores y capturar al almirante Coligny junto a varios nobles.  Y el rey Felipe II haciendo gala de su sobrenombre se mantuvo prudente desaprovechando la ocasión que le brindaba la historia, tomar Paris.

Consecuencias

Debido a que la historiografía francesa ha ocultado, y en muchos casos sigue haciéndolo, y muchos españoles lo ignoran a día de hoy, San Quintín fue la victoria que inauguró el reinado de Felipe II y que, a su vez, consagró el dominio español en Europa. Debido a la victoria, y para conmemorarla, se levantó el palacio-monasterio de El Escorial, en honor a San Lorenzo por haber sido dicha batalla en el día del santo.

Los franceses se marcharon de Italia y Felipe II se quedó contra todo pronóstico a las puertas de Paris que bien podría haber tomado ante la incapacidad de maniobrar de los ejércitos franceses y, como establece Iván Giménez Chueca (2012), haber acabado de una vez con el mayor enemigo de la corona española.

Tras San Quintín, los franceses no escarmentaron y fueron derrotados el 13 de julio de 1558 en Gravelinas, dejando totalmente incapacitado al maltrecho ejército francés.  Todo ello se zanjó con la Paz de Cateau-Cambresis en 1559 que deja de manifiesto la supremacía y hegemonía de España en el mundo.

Así pues las cosas, Francia ya tenía bastante con sus guerras de religión y con las constantes humillaciones que sufrió por los ejércitos españoles, por ello, quizá Felipe II quiso dejar las cosas tal cual estaban y como diría Enrique IV Paris bien valía una misa.

Bibliografía

ESPARZA, J., Tercios, la esfera de los libros, 2017, Madrid, pp. 138-142

GIMENEZ CHUECA, I., “Los tercios. Al servicio de su católica majestad”, p.41, Clío historia, año 11, nº123, 2012, España

MAFFI, D., “Los frentes militares 1536-1598”, p. 39, Los tercios en el siglo XVI, Desperta Ferro, nº especial V, 2014, Madrid

ROJO PINILLA, JESUS A., Cuando éramos invencibles, el gran capitán, 2015, Madrid, pp. 49-53

VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, Glyphos, 2014, España, pp. 63-65

http://www.grandesbatallas.es/batalla%20de%20san%20quintin.html
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