Contexto:

La batalla de Gembloux  supone un puntal ineludible en la historia de los Tercios y la Monarquía Hispánica en Flandes. 

La guerra en Flandes encuentra un punto capital en la llegada de don Juan de Austria a este territorio tras la muerte del gobernado don Luis Requesens. El conflicto se había complicado enormemente hacia 1576 y la victoria, para Felipe II, era una misión cada vez más complicada. En este contexto, el rey católico acudió a la figura sobresaliente de don Juan de Austria, quien ya había sido héroe en Lepanto y había tomado Túnez dos años antes. 

Juan de Austria recibió en Milán la orden de ia a hacerse cargo del gobierno de los países Bajos. Partió primeo a España para saludar a su hermanastro Felipe II y emprendió después camino a Flandes llegando a Luxemburgo, única de las 17 provincias de Flandes que permanecía fiel a la corona española. 

Cumpliendo el encargo de Felipe II, vista la desastrosa situación de la guerra, don Juan ordenó a todos sus soldados en las diferentes provincias que cesasen sus hostilidades contra los rebeldes y, así pues, el 17 de febrero de 1577 se firmó el edicto perpetuo, que confirmaba la pacificación de Gante. Según este edicto debían todos los soldados españoles abandonar Flandes mientras que los flamencos se comprometían a seguir bajo la autoridad de la corona española y a la salvaguarda de la religión católica. 

Partieron así las tropas hacia Milán con el consiguiente descontento de los soldados, que abandonaba unas tierras en las que habían luchado bravamente dando grandes victorias a la corona española. 

Tras la firma de la paz de Gante y la salida de las tropas españolas, don Juan de Austria, de acuerdo con el tratado, debía ser reconocido como gobernador de Flandes en nombre de Felipe II. Era ingenuo pensar que Guillermo de Orange iba a respeta honestamente el acuerdo. El Taciturno comenzó a planear atentar contra la figura de don Juan e hizo todo lo posible para atacar su mando al frente de las posesiones de la Monarquía Hispánica. En este contexto, algunas provincias se volvieron a posicionar a favor del de Orange, especialmente Brabante. El reinicio de la guerra estaba servido. 

Escribió entonces don Juan a sus viejos compañeros, a los tercios viejos de Italia mediante una carta emitida el 15 de agosto de 1577, entre cuyos versos destacamos: “Venid, pues, amigos míos: mirad cuán solos os aguardamos yo y las iglesias y monasterios y religiosos y católicos cristianos, que tienen a su enemigo presente y con el cuchillo en la mano. Y no os detenga el interés de lo mucho o poco que se os dejase de pagar; pues será cosa muy ajena de vuestro valor preferí esto que es niñería a una ocasión donde con servir tanto a Dios y a Su majestad podéis acrecentar la suma de vuestras hazañas…”

Cuatro meses más tarde, a finales de año, llegaban 6.000 hombres de los tercios a Luxemburgo con el tercer duque de Parma y Plasencia, Alejandro Farnesio, sobrino de don Juan Austria. La alegría de los españoles, que veían que la confianza del rey quedaba de nuevo depositada en ellos, se vio solo empañada por la repentina muerte de su apreciado maestre de campo, Julián Romero, cuando se hallaba disciplinando a los soldados para su marcha, en Cremona. 

Se había trasladado ya don Juan a Luxemburgo y, asustados por verle de nuevo al frente de los tercios españoles, comenzaron los rebeldes a pedir ayuda a Francia, Inglaterra y Alemania. Ya era tarde, la maquinaria de los tercios se había puesto en marcha.

Los ejércitos se enfrentaron un mes más tarde, a principios de 1578, en Namur. Si el de los rebeldes contaba on muchos más hombres, el de don Juan estaba formado por soldados seleccionados y curtidos en múltiples batallas. Además, a su frente se encontraban varios de los generales más temidos de Europa: Mondragón, Toledo, Farnesio, Mansfeld, Martinengo, Bernardino de Mendoza, Octavio Gonzaga… y todos ellos bajo el mando del vencedo de los moriscos y del turco. El resultado era inevitable.

Desarrollo de la batalla:

La intención de los rebeldes era presentar batalla a los hombres de don Juan en el mismo Namur pero, al tener conocimiento de que el ejército real venía ya de hecho a su encuento, decidieron retirarse a Gembloux a meditar la situación. Antes del amanecer se pusieron en marcha ambos ejércitos en busca de la batalla.

El ejército rebelde se encontraba en mal estado, con muchos enfermos. Sus líderes, George de Lalaing, el conde de Rennenberg, Philip de Lalaing, Robert de Melun y Valentin de Pardieu, estuvieron ausentes  porque asistieron al matrimonio del barón de Beersel y Marguerite de Mérode en Bruselas. El mando del ejército quedó en manos de Antoine de Goignes.

Tal confianza tenía don Juan en la victoria e sus hombres que la noche anterior mandó añadir al estandarte real que él mismo había llevado en Lepanto, bajo la cruz de Cristo, la siguiente frase: “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”.

 Octavio Gonzaga fue enviado, con algunas tropas, a entretener al enemigo hasta que llegara el grueso del ejército. A Gonzaga le salió demasiado cumplidor un capitán que empezó a hacer retroceder al enemigo. Preocupado de que esa acción forzase el ataque masivo del ejército contario, le mandó Gonzaga al capitán un mensajero para que retrocediese. En ala hora y con mal tono llegó el mensaje. Indignado, pues pensó que se le tachaba de cobarde, Perote, que así se llamaba el capitán, contestó “que él nunca había vuelto las espaldas al enemigo, y aunque quisiera no podía”

Todo ello iba provocando de forma un tanto involuntaria, que las tropas rebeldes se fueran encajonando en lo bajo y angosto de un paso en pendiente. Lo vio Alejando Farnesio, el cual  montó a caballo y se arrojó al hoyo  donde estaban las tropas rebeldes. Con el mismo ímpetu le siguieron los cabos más valerosos. Sus salvajes y repetidas cargas pusieron en fuga a la caballería enemiga. El ejército protestante trató de reagruparse, pero un cañón y su munición explotaron, causando muchas muertes y renovando el pánico. Mientras tanto, parte de las tropas rebeldes, en su mayoría holandesas y escocesas lideradas por el coronel Henry Balfour, intentaron tomar posiciones defensivas, pero no pudieron resistir a los mosqueteros y piqueros liderados por Juan de Austria, Mondragón y Gonzaga. La victoria española fue completa, De Goignies fue tomado prisionero, junto con un gran número de sus oficiales. Se les arrebataron 34 banderas, la artillería y todo el bagaje. Mientras una parte de los que quedaron vivos no dejaron de huir hasta que llegaron a Bruselas, otra, para su perdición, pretendió fortificarse en Gembloux. No duraron mucho y se les perdonó la vida a cambio de un juramento de fidelidad al rey. 

Resultados de la batalla:

La derrota de Gembloux obligó al príncipe Guillermo de Orange a abandonar Bruselas. Al extenderse en Bruselas el rumor de la derrota de sus tropas, el Taciturno y el resto de los nobles decidieron, sin esperar siquiera a la confirmación de la noticia, retirarse precipitadamente a Amberes, donde se sentían más a cubierto. La victoria del ejército liderado por don Juan de Austria significó el fin de la Unión de Bruselas y aceleró la desintegración de la unidad de las provincias rebeldes.

La batalla de Gembloux supuso el inicio de la reconquista de Flandes con la vuelta de los Tercios. Sirvió para unir en el frente de batalla a las personalidades más importantes de la historia de los Tercios. Contribuyó a levantar la moral general desgastada por el desarrollo de la guerra y, en definitiva, ha sido una batalla olvidada que representa a la perfección la acción, desarrollo, gestión y forma de actuar de los tercios que lucharon por Europa defendiendo lo que creían justo.

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