Hacía un año exacto desde que su primera armada combatiese en aguas de las Azores, en aquella ocasión la batalla naval costó demasiadas bajas como para proseguir con la invasión terrestre. Ahora un año después Don Álvaro de Bazán observaba como sus naves tomaban posiciones encarando aquella isla en la que los rebeldes portugueses se habían hecho fuertes con la ayuda de Francia. No habría más errores, más retrasos ni más impedimentos, esta vez todo el poder del Imperio estaba presente.
Las galeras se dividirán en dos grupos, diez de ellas remolcarán cuatro o cinco chalupas cargadas de hombres pertenecientes a los tercios de Lope de Figueroa, Francisco de Boadilla y Agustín Íñiguez de Zárate. Con ellos armas, municiones y víveres para tres días completos, se augura una férrea defensa. Al lado de los españoles lucharán compañías portuguesas de Oporto y Lisboa, así como hombres procedentes de Alemania e Italia. Por otro lado, en el segundo grupo las galeras enfilan la isla preparadas para abrir fuego a una orden la nave capitana.
En la playa aguardan cincuenta soldados de una compañía francesa y doscientos portugueses tras una trinchera de piedra de aproximadamente dos metros de altura. En la retaguardia de la primera cobertura, a unos veinte metros, hay un segundo punto defensivo menor en extensión y altura. Además, los defensores disponen de dos piezas de artillería en un pequeño fuerte a la izquierda de las posiciones portuguesas y una plataforma elevada con una tercera pieza a mano derecha.
Rompe el alba y Don Álvaro da la orden, las diez galeras, cubiertas por pavesadas para dar cobertura a los artilleros, abren fuego y la playa se convierte en un mar de humo y pólvora. Es el momento de ver si el ambicioso plan del almirante y sus mariscales dará sus frutos. Las chalupas cargadas de infantes avanzan cubiertas a su vez por grandes tablones de madera que deben hacer la función de rampa de desembarco al tocar tierra. Los portugueses son incapaces de responder al fuego de artillería antes de que los infantes imperiales lleguen a la playa. Sólo uno de los cañones del fuerte mantiene un fuego estable sobre los atacantes.
A bordo de las chalupas los hombres se santiguan, y nombran a toda clase de santos y vírgenes. Los oficiales lanzan cortas pero eficaces arengas a sus hombres con el fin de transmitirles los arreos necesarios para llevar a cabo tan delicada misión. De momento los tablones aguantan y la eficaz cobertura de las galeras que los cubren reduce enormemente el fuego que reciben los soldados que avanzan hacia la playa.
Los transportes alcanzan la playa, los primeros tablones bajan tocando tierra y decenas de españoles comienzan a desembarcar. Los primeros en realizar tal hazaña serán el alférez Francisco de la Rúa, el capitán Luis de Guevara y el soldado Rodrigo Cervantes, hermano del gran escritor. Muchos soldados de la primera barcada saltan de las chalupas teniendo que luchar con la resaca y el mar para evitar el fuego directo del enemigo. El apoyo de las galeras continúa llegando, sin embargo, los soldados franceses y portugueses conocen su oficio y disparan sobre los atacantes con eficacia. Por su parte los españoles son conscientes de la necesidad de tomar aquella trinchera para asegurar una cabeza de playa estable.
Los españoles caen bajo el fuego enemigo, pero son soldados veteranos y al grito de “Santiago y España” y siguiendo las eficaces órdenes de sus oficiales avanzan hacia las piedras y terraplenes dan cobertura a los defensores. Los portugueses vacilan, conocen la fama de los tercios en combate cuerpo a cuerpo y no quieren enfrentarse a ellos en condiciones tan desfavorables. Los franceses firmes en sus posiciones mantienen la línea como pueden bajo la cada vez más numerosa tropa española. Los infantes españoles al fin consiguen abrir brecha en la trinchera y comienzan a combatir cara a cara con sus enemigos. Las espadas y vizcaínas españolas barren a los primeros defensores portugueses, el resto de su tropa huye en desbandada abandonando a sus aliados franceses. Estos últimos mantienen la posición durante al menos un cuarto de hora más, resistiendo con estoicismo la imparable acometida española. Pierden a 35 de sus 50 hombres antes de dar por derrotada la posición. Tan solo ha pasado media hora.
Por su parte en la playa se ha conseguido adquirir un terreno lo suficientemente amplio como para desplegar las tropas por compañías y nacionalidades. Boadilla despliega a sus arcabuceros en los flancos de los cuadros de picas. Por su parte Íñiguez despliega sus propias mangas de arcabuces en las colinas colindantes a la playa para proteger el desembarco del grueso del ejército. También empiezan a desembarcar las primeras piezas de artillería de campaña lo que reforzará aún más la posición de los hombres de Bazán.
Los defensores por su parte acuden a toda prisa a defender la brecha abierta en las defensas de la isla. Para ello reúnen a dos compañías francesas y cuatro portuguesas, un total de en torno a 1000 hombres. Ante su clara desventaja numérica toman una posición defensiva en una colina cerca de la localidad de San Sebastián. En ella encuadrarán además ocho piezas de artillería, que recibían una gran cobertura de la orografía pero que a su vez dificultaba su maniobrabilidad.
Los españoles no tardan en atacar y se lanza un ataque conjunto de arcabuceros e infantes sobre la primera trinchera enemiga que cae con facilidad. Sin embargo, son rechazados con numerosas bajas en su asalto a la segunda posición enemiga debido al apoyo de la artillería enemiga. Se suceden los ataques y los contraataques durante horas. Los defensores mantienen sus posiciones bajo el continuo fuego enemigo. Las tropas imperiales por su parte avanzan tomando cada palmo de terreno con una profesionalidad absoluta. Se multiplican los heridos y la batalla se recrudece en torno a la colina quedando en un punto muerto.
Son los hombres de Lope de Figueroa los que avanzan a través de rocas, caminos y cañadas llegando hasta la retaguardia enemiga. El asalto de los hombres de Lope de Figueroa es letal, los defensores se ven incapaces de frenar la furia española cuyos soldados buscan el cuerpo a cuerpo con una eficacia mortífera. Las mangas de arcabuceros del frente redoblan su ataque y encierran al enemigo en una pinza. Tras dieciséis horas de combate la batalla ha terminado y la isla se extiende ante las tropas de Bazán indefensa y vencida. 70 muertos y 300 heridos había costado llevar a cabo tan señalada gesta.
Don Álvaro de Bazán se acariciaba la barba mientras observaba a sus tropas alejarse hacia el interior de la isla para asegurarla. Acababa de realizarse el primer desembarco de infantería de marina de la historia, pero no era eso lo que rondaba la mente del almirante. En su mente aquel método de batalla había abierto una nueva puerta, una puerta hacia un proyecto mucho más ambicioso, la conquista de Inglaterra.
Bibliografía:
- “Tercios”, autor: José Javier Esparza.
- Todoababor.es
- “Breve historia de los ejércitos: “Los tercios de Flandes”, autor: Antonio José Rodríguez Hernández.
