Parecía un día más en aquel lugar alejado de la mano de Dios, lluvioso, inhóspito al español y donde la gente hablaba un lenguaje extraño y difícil al oído. Sentado en su escritorio, al calor de la chimenea y con una gran soltura una figura trabaja sin cesar. Su porte rígido y duro imponía respeto y temor a partes iguales. En su despacho se acumulaban documentos de todo tipo; desde órdenes de ejecución hasta permisos de licencia, partes de los oficiales militares, informes de espionaje o del estado de la tesorería. Fernando Álvarez de Pimentel y Toledo, Duque de Alba, a la sazón gobernador general de los Países Bajos, mano derecha y brazo de hierro de Felipe II en la región, trabajaba de manera incesable desde hacía años para pacificar la zona, asunto que le llevaría mucha energía por el camino…Y si el altísimo lo quería pronto acabaría todo. Sus espías le habían dado las coordenadas donde se escondía uno de los principales lugartenientes de Guillermo de Orange, uno de los principales líderes de la revuelta contra España, la idea del Duque era capturarlo a él y a otros líderes de gran peso en el bando rebelde para así debilitar a Orange y poder lanzar una ofensiva militar que dejara desprevenidos a los holandeses y le permitiera recuperar el terreno perdido.
Para ello se propuso un golpe de mano en una operación rápida, una especie de encamisada pero sin víctimas, con silencio y destreza. Durante el tiempo que llevaba como responsable de los Países Bajos habían llegado a sus oídos los éxitos e historias de un grupo de soldados que, actuando juntos en encamisadas, lograban causar gran daño al enemigo, su nombre en clave eran “Las águilas de Flandes”. Pensó que por intentar una operación de busca y captura con una pequeña unidad no se perdía nada, si salía bien abría laureles para todos, si salía mal solo se perderían unos pocos hombres, merecía la pena intentarlo y así se hizo.
Entregue este requerimiento de manera inmediata -le espetó el Duque a su secretario-, esos hombres deben estar aquí mañana temprano sin dilación alguna, dese prisa capitán. El secretario del Duque montó a caballo y con ritmo acelerado llegó al campamento donde se hallaban los requeridos por el Duque de Hierro, no muy lejos de Bruselas. Tras llegar a la puerta principal y franquearla llegó ante el oficial de guardia, al cual le entregó la misiva. El oficial, tras leerla, le dijo al capitán que a la hora requerida estarían los hombres solicitados.
Al día siguiente cuatro hombres, vestidos con sus mejores galas, armados y con sombreros perfectamente calados se presentaron en la residencia del Duque de Alba, donde, tras esperar en la antesala del despacho del Duque les hicieron pasar. Allí estaba, rígido, serio, trabajando sobre un mapa de campaña con algunos oficiales trazando una serie de golpes de mano, al verlos ordenó dejarlos a solas con ellos. Tras sentarse les dirigió una mirada, cogió un libro y comenzó a leer en voz alta.
Juan Herrera, expertos en armas de fuego.- leía el Duque-, Lorenzo Martínez, experto en explosivos, Iñigo Márquez, experto en armas blancas y combate cuerpo a cuerpo, Jesús Ortega, experto explorador y gran habilidad para los interrogatorios. Tras cerrar el libro suavemente les volvió a mirar uno a uno y tras una breve pausa comenzó a hablar. Mis señores soldados-les refirió el Duque- (gran expresión que acostumbraba a usar en sus discursos a las tropas), no saben porque están aquí pero yo mismo se lo diré, los he seleccionado para un asunto muy sencillo, deben traerme vivo a Johann Van Luten, uno de las manos derechas de Guillermo de Orange, ya que capturarlo a él es tarea casi imposible. Si cumplen con éxito serán recompensados, si mueren su servicio habrá terminado y si fallan serán mandados muy lejos de aquí. Tras entregarle un pergamino lacrado con las instrucciones los despidió deseándole suerte y pronto los cuatro hombres se vieron en el exterior de la residencia del Duque listos para emprender su misión.
Creía que iba a ser peor pero tenemos una opción de salvar el pescuezo-dijo con aire socarrón Martínez-, ya, pero será fácil, ese elemento tiene que estar bien protegido-apostilló Márquez-, yo creo que deberíamos abrir el sobre y ver que rayos hay dentro-comentó impaciente Ortega-, finalmente sería Herrera el que abrió el pergamino de manera cuidadosa. En su interior se detallaba la ubicación donde residía el objetivo, su aspecto físico, la seguridad que lo rodeaba y algunos datos más, el servicio de inteligencia del Duque solía hilar siempre fino siempre. Tras un trayecto en el cual tardaron un día entero llegaron a una posada cercana a la aldea donde estaba su objetivo, y tras hacer unas cuantas indagaciones y preguntas discretas por el lugar lograron confirmar lo que la carta les decía. Al parecer este tipo aun siendo de gran peso para los rebeldes no está muy protegido-analizó Ortega mientras ojeaba el documento-. Se esconde en una casa situada en una aldea en los límites del territorio entre Bélgica y Holanda, casi en tierra de nadie. Bien, eso es positivo, apenas tendremos que usar la fuerza-exclamo Márquez- quizás un par de golpes rápidos y traernos a ese tipo de vuelta atado a la grupa. Deberíamos vestirnos de civil y así pasar desapercibidos en esa zona-dijo Herrera-, no suele haber militares en esa zona. Así pues, todos se vistieron de paisano camuflando sus armas bajo los ropajes y esperaron a la noche para cumplir su misión, momentos que aprovecharon para revisar el plan, preparar el equipamiento y descansar.
Acechando entre las sombras junto al camino a la entrada de la aldea vieron como un carruaje se aproximaba lentamente, Ortega pudo ver como en su interior iba Van Luten, con sus cabellos rubios y sus ropas un tanto estrambóticas. El carruaje frenó en una de las primeras casas de la villa, una lujosa casa de tres pisos ricamente decorada, Van Luten le dijo algo al cochero y este se alejó con el carruaje, tras esperar un rato razonable constataron que el carruaje no volvería, era momento de actuar.
Durante unos minutos Martínez salió de su escondrijo y colocó pequeñas bombas por varios puntos neurálgicos del pueblo, por otra parte Herrera salió de su escondite y empezó a pasearse tranquilamente vigilando delante de la casa de Luten mientras bajo la ropa tenía dos pistolas cebadas. Finalmente Márquez y Ortega se dirigieron a la puerta trasera donde, tras noquear a los dos criados que aún permanecían despiertos, atraparon en su dormitorio al objetivo y tras noquearlo, lo sacaron por la puerta de atrás y todos volvieron al pequeño bosquecillo donde tenían el escondite. Tras atar al prisionero a la grupa este volvió en sí y al ver lo que pasaba empezó a suplicar en español y les dijo que les daría la ubicación de un tesoro si lo dejaban libre.
Los cuatro soldados se miraron, no sabían si lo hacía como farol o para ganar tiempo y que alguien se diera cuenta de lo que pasaba. Tras hacerle un par de preguntas rápidas por parte de Ortega supieron que era una pieza importante en el organigrama de Guillermo de Orange como responsable de los suministros civiles y militares en esa región fronteriza y que desde hacía meses malversaba de manera regular cantidades de dinero y suministros. Los soldados comprobaron el lugar donde Luten decía que guardaba todo ese tesoro, una habitación secreta en el establo, allí había una fortuna para varias vidas. Tras cargar por turnos todo lo que pudieron en los caballos uno de los criados volvió en sí y salió a la calle a dar la voz de alarma. Martínez encendió la mecha de las bombas y estas estallaron causando un gran caos en toda la aldea, mientras huían tuvieron que disparar y descargar algunos tajos para abrirse paso entre la muchedumbre enfurecida. Tras llegar a Bruselas el día siguiente pidieron audiencia con el Duque, este salió a recibirlos y les pidió lo que quisieran…Pidieron ser licenciados y con los atrasos pagados.
Luten fue enviado a una celda y la tesorería les pagó lo debido, el mismo Duque les pago en mano los atrasos y les deseo buena suerte. Tras eso fueron no muy lejos de allí, a una granja abandonada a la entrada de Bruselas donde tenían oculto el tesoro, consistente en una gran suma de dinero, especias y objetos de valor por valor de varios cientos de miles de ducados. Tras desenterrarlos se hicieron una pregunta ¿ahora a dónde vamos? Tras una larga charla decidieron irse a Italia a comenzar una nueva vida, sin olvidar llevar consigo sus uniformes, armas, recuerdos, las llamadas “Águilas de Flandes”, como se les conocía en el ejército español, volaban libres para siempre gracias a un holandés un tanto tunante y a su buen hacer…Y un poco de picardía, pero esa es harina de otro costal.
