El 28 de abril de 1503, en los campos de Ceriñola, se libró la batalla homónima que mostró al mundo que era posible vencer al poderoso ejército francés en batalla campal. El conocimiento del terreno, factor fundamental del arte moderno de la guerra, fue parte clave del éxito del capitán español. El Gran Capitán sabía que el ejército francés era muy superior en número al suyo. También lo era, para desgracia del capitán cordobés, en una hipotética batalla campal y frontal. Debía compensar la falta de fuerza con pericia e inteligencia.

Los campos de Barleta, llanos, hacían imposible tender una trampa al ejército francés, por lo que ordenó la apresurada marcha hacia Ceriñola, ciudad menos fortificada pero ubicada en una planicie elevada. 45 kilómetros separaban ambas ciudades, y debían llegar en un día.  Luis de Armagnac vio la salida de los españoles de Barleta como la mejor ocasión de presentar batalla campal y, bajo su concepción militar, honrosa y cristiana, se lanzó apresuradamente a la intercepción del ejército español, y Gonzalo lo sabía. Tras llegar a Ceriñola agotados por un día entero de travesía, los exploradores españoles informaron al Gran Capitán de la cercanía de Armagnac. No había descanso posible si quería que su plan saliera a la perfección, por lo que ordenó a todos sus hombres ponerse a trabajar. Los soldados españoles cavaron zanjas y trincheras en el frente del campamento español, dejando sin construcción los laterales del mismo, cubiertos de viñas y densa vegetación. Acababa, por fin, el largo día 27 de abril de 1503.Sin tiempo de dar a nadie descanso, el Gran Capitán convocó a sus oficiales para ilustrarles su plan maestro. Solo con una altísima interacción de las unidades españolas se podía vencer, por lo que los oficiales no solo debían conocer el plan, debían comprenderlo y asumirlo. Tras las trincheras ocultas, al frente del ejército, ubicó a los arcabuceros, empleados por primera vez de forma contundente en esta ocasión. Tras ellos situó a los lansquenetes. Nacía así la dualidad pica-arcabuz, esencial en el éxito de los tercios. En los laterales del alud, ocultos en la maleza, se ubicaron los infantes españoles que portaban armas de muy diverso tipo: lanzas, espadas, ballestas… En la retaguardia colocó a la caballería, ligera y pesada.  

En la mañana del 28 de abril de 1503, Luis de Armagnac ordenó a su ejército ponerse en pie de guerra. Al frente iba, como siempre, su caballería pesada, dispuesta a romper el frente español. Tras ellos, 5.000 piqueros suizos atacarían en una segunda y definitiva oleada. De repente, sin explicación, explotaron las reservas de pólvora españolas. El estruendo debió ser terrible, pues los franceses lo entendieron como el momento de atacar y varios capitanes de Gonzalo perdieron la fe en el plan. El plan del Gran Capitán corría grave riesgo. Según las crónicas, Fabricio Colonna, al frente de la caballería pesada, afirmó: “Esto es hecho, no hay quien provea como la artillería tire; digan al Gran Capitán que salga al encuentro contra la gente de armas contraria”. Todo se podía ir al traste…

Por suerte, el resto de capitanes decidieron confiar en el plan de Gonzalo. Mantuvieron sus puestos y aguardaron la acometida francesa. Estos, demostrando su habitual ímpetu militar, lanzaron una carga frontal contra quienes les disparaban desde lo alto: los arcabuceros. Para su sorpresa, una zanja se abrió ante ellos, por lo que muchos cayeron en ella, siendo blanco fácil para los artilleros manuales españoles. El propio Luis de Armagnac, capitán general francés, murió de un arcabuzazo. Viendo el foso, muchos intentaron flanquear el alud, intentando, de esta manera, ganar la espalda de los infantes españoles. Para su sorpresa, cayeron en la trampa de los capitanes Diego de Paredes y Pedro Navarro. Rodeados y tirados de sus monturas, los franceses sucumbieron. Los suizos llegaron en su socorro. Intentaron cruzar la trinchera que les separaba de los arcabuceros. Gonzalo, que lo tenía previsto, ordenó a sus lansquenetes, escondidos tras las líneas de arcabuces, que pasaran a la vanguardia. Tiradores a retaguardia, piqueros a vanguardia. Nada podían hacer los franco-suizos. La batalla estaba decidida, pero todavía quedaba un factor importantísimo por decantar: la retirada. Sin Armagnac al mando, esta fue un desastre desorganizado. El Gran Capitán, entonces, ordenó a su caballería perseguir a los que huían. Tal y como dicen las crónicas, el desbarato que se realizó a los franceses fue enorme. El ejército de Luis de Armagnac, élite del ejército francés de Luis XII, había sido derrotado totalmente frente a un enemigo menor en número pero de mayor pericia bélica. El arte de la guerra cambió para siempre. La pericia, el engaño, la prudencia y el parecer como elemento más relevante que el ser coparían, a partir de entonces, los valores del buen capitán.

Y es que las consecuencias territoriales de la batalla no fueron excesivamente importantes, pues Francia contaba con otro gran ejército dispuesto para el combate bajo las órdenes de Monsieur d´Aubegni. La guerra, sin embargo, nunca volvería a ser igual.

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